[Entrevista] Pablo Errázuriz Montes: «EE. UU. es una cultura rústica desde sus salvajes orígenes hasta el día de hoy»

El autor chileno dialoga con el Diario «Cine y Literatura» acerca de su novela histórica «Guerra, tragedia y destino», uno de los excelentes hallazgos editoriales que se han presentado en el transcurso de los primeros meses de este año 2024, en el circuito local del libro independiente.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 29.6.2024

Publicada durante el primer semestre de este año, la novela Guerra, tragedia y destino (Editorial Legatum, 2024), del escritor y abogado Pablo Errázuriz Montes (1958) ha renovado con acierto el género de la novela histórica inspirada en acontecimientos de trascendencia nacional, tales como la Guerra del Pacífico (1879 – 1884).

En efecto, el argumento de esta obra transporta a los lectores a través de los intrincados escenarios y espectaculares episodios del siglo XIX en Santiago, Lima y los Estados Unidos, con el citado enfrentamiento bélico, entre nuestro país, Perú y Bolivia, como detonante de la acción dramática.

Narrada con una pluma ágil, y no exenta de ironía, además de exhibir un estilo escritural que denota la disciplinada preparación creativa del autor en tanto ávido lector, viajero y participante de talleres literarios, como su membresía al impartido por el destacado novelista, Gonzalo Contreras Fuentes.

Así, la ambiciosa obra que es Guerra, tragedia y destino —tiene más de 600 páginas—, relata la vida de José Antonio Urzúa Ortúzar, el enérgico y dolido personaje ficticio que se involucra activamente en los múltiples e importantes eventos políticos y militares que moldearon a la sociedad chilena de entonces, y también a la trayectoria vital de distintas naciones del continente americano.

Pero por sobre cualquier detalle u objeción erudita, la novela de Pablo Errázuriz es entretenida y amena de leer, y responde a un texto en cuyas páginas se lleva a cabo una construcción dramática que alterna con experticia el flujo interior y psicológico de su protagonista, en relación a los traumáticos y cosmopolitas acontecimientos historiográficos que le correspondió enfrentar en ese tumultuoso, y a veces ignoto siglo XIX, por lo menos desde la realidad local y chilena.

En esa panorámica, Guerra, tradición y destino equivale a un meritorio esfuerzo artístico y literario por reflexionar, valiéndose de distintas perspectivas críticas y también culturales —y bajo la óptica de una intimidad emocional sensible y a veces atormentada—, el modus vivendi cotidiano de una época, de un periodo histórico en la cual la joven República de Chile se debatía por acoger los vientos modernizadores que llegaban desde el hemisferio norte, con todo el conflicto social, político y hasta bélico, que esa compleja realidad evidenció.

 

Siempre un buen comienzo

Con todo, Errázuriz Montes guarda una rica y llamativa semblanza, tanto personal como biográfica, y que de alguna manera explica y fundamenta su decisión de dedicarse con empeño al cultivo de las letras, entre otras exitosas actividades de interés público, en las cuales se ha comprometido.

Quinto y último hijo del matrimonio compuesto por Virginia Montes Knüdsen y Jaime Errázuriz Rodríguez, se educó en el colegio de los Sagrados Corazones de la Alameda entre los años 1963 y 1974, y luego estudió leyes en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, titulándose como abogado en 1980.

Casado con Paulina Besa Contardo, hasta 1991 residió en la Región de Aysén, zona del extremo austral del país, donde nacieron sus primeros tres hijos: José Antonio (cuyo nombre y pasos intercontinentales, en parte inspiran las características del protagonista de Guerra, tragedia y destino), Valentina y Santiago.

Asimismo, en Aysén ejerció cargos administrativos de gran importancia, y entre 1981 y 1983 fue alcalde de la comuna de Lago Verde, y desde 1985 hasta 1988, fue la primera autoridad municipal de la ciudad de Coyhaique.

Luego, integró el Consejo de Defensa del Estado, y desarrolló la profesión de abogado de manera independiente y  también desplegó una exitosa y desconocida hasta entonces, faceta empresarial.

De esa manera, a comienzos de la década de 1990 se trasladó junto a su familia a la capital del país, Santiago, donde nació su cuarto hijo, el arqueólogo y buzo especialista, Agustín Errázuriz.

En la Región Metropolitana, el autor continuó labrándose merecida fama como un destacado litigante de la plaza, y prosiguió en el desarrollo de variadas iniciativas comerciales.

Su aproximación a la escritura comenzó con el género del ensayo, según lo ha confidenciado el mismo en su blog personal. Así, publicó su primer libro en formato digital a través de la plataforma Amazon, bajo el título de ¡Dios mío, que he hecho de mi vida! (2017), una especie de libre memorial, subtitulado con cierta incorrección política, como Apuntes intrascendentes de un recalcitrante.

Esa misma temporada falleció su madre y en 2019 su padre, quienes estuvieron casados por casi 69 años.

 

«Los insumos culturales no son capaces a veces de superar las distorsiones de la lente»

—La novela insiste en cuestionarse a sí misma como reflejo válido, leal, de nuestras percepciones y, por extensión, de lo que consideramos «real». ¿Cómo saldas esa preocupación?

—¿Lo dices por la referencia al contrapunto entre historia y novela? Tu pregunta lleva a cuestionarnos, ¿de qué depende la validez de nuestras percepciones? Mi respuesta es que es una cuestión bastante azarosa.

La conciencia tiene un receptor de estímulos, que es como una lente al través de la cual pasa la realidad. Siguiendo esa metáfora, hay personas que tienen esa lente opaca, con rayas o con distorsiones ópticas. Hay quienes tienen esa lente transparente, nítida y capaz de capturar la realidad en sus más detalladas dimensiones.

Se nos ha vendido la idea que la calidad de la percepción de la realidad depende de la cultura. Sin embargo, a mis años he conocido eruditos que les cuesta infinitamente enfocar la realidad y gañanes incultos que tienen intuiciones geniales. No digo que sea una regla, digo que los insumos culturales no son capaces a veces de superar las distorsiones de la lente.

El personaje de la novela que he creado, tiene una lente diáfana para percibir lo ‘real’. Su madre también desde una perspectiva religiosa del mundo.

Dolores infantiles, falta de amor, que son causa de temores, te distorsionan la lente. El personaje obviamente es un privilegiado: ninguno de esos factores opacó su percepción del mundo, y por ello es ávido de conocer y dispone de fortaleza infinita para resistir las adversidades.

Después de todo, es un personaje ficticio.

 

«Lo que más me costó retratar fue nuestra ciudad de Santiago»

—Considerando que la novela abarca un período de tiempo prolongado y que salta de una dimensión histórica y geográfica a otra, ¿cómo acotaste tus espacios?

—Físicamente los espacios son hoy superables por las imágenes de la web, especialmente de Google mapas. Formarse a través de imágenes, incluso de la época, es una franquía que te provee la web con detalles que son sorprendentes.

Shakespeare no conocía Verona. Ni siquiera Italia. No obstante, porque era un genio, hasta hoy es un misterio como lo hizo para retratarla. Te sorprenderías la cantidad de información que existe sobre detalles de como era Baltimore, cuales y cuantas las logias masónicas que existían en 1872 en esa ciudad etcétera.

En el caso de Nueva York, el cine nos ha traído imágenes históricas. Lo que más me costó sin embargo fue nuestra ciudad de Santiago. La calle Moneda estaba cortada entre Bandera y Ahumada. Logré averiguar con dificultad que era una propiedad de una orden religiosa, pero debí inventar cual era esa orden.

Lima y Valparaíso los visité con la perspectiva de la época. Me di cuenta por ejemplo que Juan Mochi pintor del cuadro que aparece en la tapa, no conoció el cerro Santa Teresa frente al Morro Solar en Chorrillos. Es distinto a como él lo retrata. Alguien se lo describió mal.

El museo al aire libre de Campos de la Alianza en Tacna, está equivocado según varios historiadores en cuanto a su emplazamiento, pero visitarlo me sirvió mucho.

 

«La modernidad es una actitud frente al mundo que trajo tosquedad a las costumbres»

—La publicación incluye algunos documentos epocales, como mapas. También el intercambio epistolar entre José Antonio y sus familiares nos llevan a la conformación de un mundo que se evoca con romanticismo, con nostalgia. ¿Cómo te planteaste el retrato de los usos y costumbres de ese habitar?

—En base a las cartas reales de la época, su caligrafía, los diarios de viajes (Amalia Errázuriz madre de Fray Pedro Subercaseaux y su marido Ramón), documentos en Pascual Ahumada Moreno. Todo ello te va abriendo a una realidad muy distinta, la que he pretendido capturar.

¿Nostalgia? He pretendido no trasuntar como escritor esa emoción. Si al lector le inspira esa emoción la lectura de la novela, es por un sentido de carencia del mundo de hoy. No soy un pintor de realidades fantásticas. Creo que la vida era así: más precaria, más corta, con una conciencia de la muerte mucho más palmaria que obligaba a la elegancia (Ortega dice que esa palabra viene de eligentia, de escoger y hacer lo que se debe hacer).

La belleza y la elegancia estética de las mujeres chilenas y peruanas era algo que los cronistas extranjeros reiteradamente destacan. No me lo inventé. La modernidad es sin lugar a dudas una actitud frente al mundo que trajo cierta tosquedad a las costumbres.

Los marinos, por ejemplo, quisieron preservar la elegancia de antaño, no obstante. un mundo que se hacía progresivamente más tosco, de ahí los discursos de Condell y el refinado estilo a bordo de los buques de guerra.

 

«La mujer es el agente de transmisión de la cultura»

—José Antonio Urzúa es un culto, ávido lector de literatura clásica, y su experiencia es contrastada y comparada con referencias literarias. ¿De qué modo enriquece la educación de la que proviene, y que también comparte con su familia, en la que impera una tradición católica? ¿Cuál es tu postura respecto a la educación, hoy?

—Dentro de los patrimonios de los señores de la época de la clase social a la que pertenece el personaje, estaban las bibliotecas. No todos las aprovechaban. La referencia del personaje a la rusticidad provinciana de sus pares como argumento para emigrar de Chile, lo revela.

Chile había importado desde Europa la dialéctica entre modernidad y tradición, y esa disyuntiva se vivía intensamente desde las revoluciones europeas de 1848 hasta la época de la novela. Instalé en la novela a la madre como portadora de la tradición religiosa que hasta entonces no era mera beatería, sino fundada religiosidad teológica.

El padre es el portador de las expectativas de la modernidad, de los hombres prácticos, administradores del tiempo productivo, del ansia por la prosperidad que franqueaba esa modernidad. El personaje, inclinado a navegar en su tiempo reconoce la sabiduría de su maestro de los Padres Franceses, pero se decide a ser protagonista de la modernidad y cuestionar la perspectiva tradicional.

Pero tampoco es un modernista. Su experiencia en la masonería lo hace escéptico también de los relatos de la modernidad liberal.

A tu pregunta sobre ‘la educación’ hoy, no creo posible resucitar el concepto como lo entendieron los jesuitas primero y después los librepensadores como Pedro Aguirre Cerda y en general el racionalismo ilustrado: aula, profesor, evaluaciones, grados, etcétera.

Víctor Ilich fue un exsacerdote que en la década de 1960 profetizó que la educación escolar y universitaria colapsaría y eso lo vemos ante nuestros ojos. Me hace sentido aquel juicio. La educación como medio de estratificación de la sociedad a través de títulos y licencias, desaparecerá en breve.

¿Qué vendrá? Las generaciones futuras deberán inventar una nueva institucionalización de la educación fundada en los medios que hoy existen. Pero la perplejidad ambiente ante los cambios tecnológicos hace, por ahora, muy difícil una tarea de construcción de un nuevo mito sobre la educación y la cultura.

El desamparo que rodea a niños y jóvenes fruto de esta circunstancia caótica, obliga a fortalecer a la familia como agente de tradición (tradere, traspaso, entrega de una generación a otra).

Los judíos que fungen de modernistas, nunca han permitido, sin embargo, que la mujer casada cambie de rol de mater familia, porque es la mujer el agente de transmisión de la cultura. De ahí su eficiente sentido de cuerpo a través de la historia.

Quizá sea un ejemplo por seguir.

 

«La rusticidad y la corteza de perspectiva de la élite actual chilena»

—José Antonio tiene la suerte de viajar a los Estados Unidos, donde ve de modo muy directo y doloroso los prejuicios raciales que plagan esa sociedad. Su sensibilidad, así como su educación se lo permiten. Aunque han pasado más de 140 años, estos prejuicios siguen penando. ¿Han cambiado las cosas?

—Reconozco que la novela en este aspecto es ‘tendenciosa’. Tengo un juicio que he tratado de inspirar en el lector. Chile desde 1810 ha seguido referentes culturales foráneos. Hasta 1914 fue Europa, Francia, Reino Unido y Alemania. Luego nos cambiamos a EE. UU.

La propaganda hegemónica norteamericana nos vendió la American Way of Life. Post 1973 EE. UU. pasó a ser un referente de comme il faut (como hay que ser). La caída del muro agudizó esta monomanía por EE. UU. La rusticidad y corteza de perspectiva de la élite actual chilena, es fruto del ascendiente de esta seudo cultura a la que todo se le perdona, en aras de su eficacia y eficiencia.

He querido retratar en la novela lo que creo como fruto de un madurado juicio: que EE. UU. es una cultura rústica desde sus salvajes orígenes hasta el día de hoy. Los episodios históricos del genocidio de aborígenes, la guerra de la Secesión, la masacre de negros en Baltimore y un largo etcétera, dan cuenta de ello. Su influencia en Chile ha sido más negativa que positiva.

El clamor de intelectuales identitarios chilenos (Francisco Antonio Encina, Nicolás Palacios, Abdón Cifuentes, etcétera) sigue sin obtener respuesta en nuestro ambiente cultural. Seguimos pegados a estereotipos opacos y toscos.

 

«No creo que la guerra sea puro fruto de la brutalidad y de la falta de cultura»

—En la novela se refuerza la idea de la guerra como una posibilidad de procesar el duelo. ¿Es esto síntoma de la poca educación emocional que tenemos socialmente?

—Creo que la guerra es una respuesta a una esencia espiritual que Freud lo retrató como el tánatos o espíritu de muerte. Una experiencia tan azorante como la muerte de su amada esposa, cambia de la noche a la mañana el juicio que el personaje tiene sobre la guerra.

A tu pregunta contesto por tanto negativamente. No creo que la guerra sea puro fruto de la brutalidad y de la falta de cultura.

En un libro que se llama Tormentas de acero, de Ernst Jünger, la primera escena está ambientada en el verano prusiano y relata el entusiasmo de jóvenes y adultos, mujeres y hombres, por el estallido de la Primera Guerra Mundial.

Así, era la elite de Europa y del mundo entonces, la que responde con entusiasmo a ir a destruir todo. Es muy extraño. Hay que excavar muy profundo en el alma humana para poder entender el fenómeno de la guerra.

La frase de Ortega y Gasset que transcribo en la presentación está en un monografía que se llama El mundo en llamas, donde desarrolla esta extraña idea.

 

 

 

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, Subterfugio, Succión y Corral, además de los volúmenes de cuentos Frivolidades y Espectro familiar, la novela bilingüe En la isla/On the Island, y el conjunto de poemas Atisbos.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Guerra, tragedia y destino», de Pablo Errázuriz Montes (Editorial Legatum, 2024)

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Pablo Errázuriz Montes.