En la reciente entrega de los Globos de Oro 2020 -premio entregado por la Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood-, uno de los grandes ganadores fue el filme del realizador inglés, el cual obtuvo los galardones a Mejor Película Dramática y a Mejor Director. Protagonizada por un elenco liderado por Colin Firth, la obra se estrena en Chile este jueves 9 de enero.
Por Felipe Stark Bittencourt
Publicado el 8.1.2020
En un sentido estricto, no hay verdadera novedad en 1917, pero sí un despliegue absoluto de virtuosismo estético. El plano secuencia como es utilizado por Sam Mendes sigue el modelo que Alfred Hitchcock y Alejandro González Iñárritu emplearan en La soga y Birdman respectivamente: dar la ilusión de una película articulada en una sola toma continua (ese mérito lo ha la alcanzado de forma real El arca rusa de Aleksandr Sokúrov por mencionar un ejemplo). El efecto suele ser muy inmersivo y abierto a configurar una atmósfera cautivante y surreal. En ese sentido, 1917 no es la excepción y lo consigue con creces.
Como este recurso es su principal motor, atractivo y preocupación, su historia es aparentemente simple, pero efectiva: dos soldados británicos deben adentrarse en territorio enemigo para comunicar la cancelación de un ataque que pondría en peligro a las fuerzas aliadas durante la Primera Guerra Mundial.
La misión es peligrosa e incierta, llena de trampas y obstáculos que sortear, y, ciertamente, similares en experiencia a un videojuego. Tal vez no tanto a sagas bélicas del tipo Call of Duty como se podría creer, sino a otra que se alimenta de un despliegue cinematográfico y continuo de la acción: Half Life, obra que da la sensación de falsa infinitud a través de un laberinto minuciosamente preparado. En la película de Mendes, esa lógica es la misma y también la alcanza por el escenario maleable que recorren sus personajes.
El plano secuencia, por lo mismo, tiene un doble efecto. No solo cambia el territorio en un sentido geográfico, pues obra primero de modo atmosférico y surreal, haciendo del viaje una instancia de transformación, pero también para el horror; el camino de los soldados está regado de espanto con cadáveres en descomposición, animales mutilados, ratas y trampas mortales que en cualquier minuto pueden estallar (considerando estos elementos, quien haya determinado que esta película es para todo espectador sobre siete años pienso que se equivocó bastante).
Esto se consigue por la precisa articulación que 1917 tiene con el paisaje, siempre visible gracias a una intensiva profundidad de campo que permite examinar el horizonte, el cielo y cada rincón en busca de amenazas y peligros, haciendo que la cámara y el espacio se transformen en verdaderos personajes que acompañan, torturan y transforman a los soldados.
Algo similar hace el tiempo, que en conjunto con los lugares que recorren los protagonistas, se ensancha, estrecha y retuerce, obedeciendo a una lógica más onírica que real. Y es que, de cierta forma, los planos secuencias recuerdan a los sueños como se suele decir. En estos, el inicio y el final son puntos de un trayecto que es más grande y amorfo. Supeditan así el espacio y el tiempo de tal modo que se permiten cambiarlos e, incluso, hacerlos desaparecer.
Y, desde esta perspectiva, la obra de Mendes parece una respuesta a Dunkerque. En la película de Christopher Nolan, el tiempo y el espacio se unían por obra del montaje, pero pertenecían a reinos y temporalidades distintas. 1917 sigue una vía alterna y los conjuga en la misma pantalla no para hacer de lo invisible un enemigo, sino lo contrario: el mundo entero se transforma en territorio hostil.
Si bien estos elementos, tal y como están dispuestos por el Mendes, pueden hacer de 1917 una obra con momentos genuinamente poéticos y sobrecogedores —consecuencia natural que puede tener el plano secuencia—, también es cierto que no alcanzan a cubrir el terreno de un modo parejo.
Pues donde la dirección de Mendes quizá más se resiente es en el ritmo de algunas escenas. Mientras que la mayoría sorprenden por su riqueza visual, por el detalle de las trincheras o la fluidez de cada encuadre, también es cierto que en algunos momentos las dos horas de película pueden hacerse algo pesadas. No tanto por el deseo de introspección que pretende el largometraje, sino por la cantidad de elementos audiovisuales que acumula. El guion, en ese sentido, está bien, pero tiene más un sentido de homenaje militar que de verdadero relato, incluso considerando los bellos momentos que articula junto a su (falso) plano secuencia.
Y tomándonos de ese punto, a propósito de que triunfó en los Globos de Oro, 1917 puede traer a colación las malentendidas palabras de Martin Scorsese a propósito de ese otro cine que él definió como parque de atracciones. Pero desde otra perspectiva; una que implica la llegada del streaming y la pugna de la industria por llevar gente a las salas. 1917 carece del esquematismo de las películas de Marvel —casa productora a la que el cineasta italoamericano dirigió sus palabras—, pero, por otra parte, su premio parece ser un ajuste de cuentas con servicios como Netflix.
Esto, porque, aunque la película de Scorsese (El irlandés) tuvo un paso más discreto por la pantalla de plata, la de Mendes se vale de las directrices de ese otro cine, el de parque de atracciones que es el principal nutriente de las salas en la actualidad. Una vez que los carros hayan terminado su recorrido, por más que nos subamos una y otra vez, la montaña rusa será más o menos la misma.
No importa si la pista tiene muchas volteretas o incluso si la pantalla de cine es colosal; llegado un momento, el viaje dejará de ser novedoso. 1917, no obstante, alcanza a tener un pie en la otra vereda y eso la transforma en lo que es: un prodigio cinematográfico, pero también en un producto al que se puede manipular comercialmente.
Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción. También es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: 1917 (2019), de Sam Mendes.