El análisis estético, poético, filosófico y cinematográfico -a cargo de nuestro redactor argentino- acerca del largometraje de ficción que inspirado en un cuento del escritor inglés Arthur C. Clarke, marcó una época en la industria audiovisual de Occidente, durante la segunda mitad del siglo XX.
Por Horacio Ramírez
Publicado el 4.11.2018
Hubo un científico suizo, psiquiatra y psicólogo, que escribió algunos textos que inquietan aún hoy la estabilidad apolínea y luminosa de la ciencia clásica… Esa ciencia de la buena prensa: la prolija y sonriente ciencia de un, pongamos por ejemplo, Carl Sagan; una ciencia que se vende bien, especialmente en las líneas del poder y en los documentales de televisión, que retroalimentan al votante para que no objete los gastos que se hacen en nombre de esa ciencia, muchas veces para averiguar cosas pero muchas otras para vender armas o meterse en guerras… la cuestión es que este científico suizo también se llamaba Carl y su apellido era Jung y escribió textos oscuros y extraños como su célebre Septem Sermones ad Mortem… De estos siete sermones a los muertos queremos rescatar una pequeña parte del primero: la separación que establece entre Pleroma y Creatura. Básicamente, la diferencia entre ambas esferas es la que dice que Pleroma es todo lo existente que no está vivo y Creatura es ese mundo de lo vivo que vive distinguiendo variables que el Pleroma le entrega y con ellas, estableciendo una realidad dada… así, por ejemplo, cuando Berkeley se preguntaba si un árbol caía en un bosque sin ninguna persona que lo oyera caer, emitía algún sonido, no tomó en cuenta a la ardilla que huyó asustada: el Hombre forma parte de la Creatura y también los demás seres vivos.
Y en este mismo sentido podemos recordar a Santo Tomás de Aquino, quien, en su Summa Theologica, diferenciaba a los seres que sólo eran -las rocas, esa botella, esta mesa, un asteroide cerca de Marte- y luego distinguía a los que vivían: las plantas. Por encima de estos seres, los que vivían y sentían, esto es: los animales; y finalmente, por encima de todos, los que vivían, sentían y pensaban: el Hombre. Esta clasificación rescata la idea de un ordenamiento que la ecología llamaría luego “encáptico” y por el cual, cada nivel de organización “capturaba o captaba” al anterior: la hierba vive de lo que sólo “es” (el sol y los elementos químicos del suelo); los hervíboros viven de las plantas y nosotros nos comemos un trozo de la vaca. Esta forma de organizar la realidad de Santo Tomás, además de separar Pleroma de Creatura, conseguía establecer una dependencia de cada eslabón con todas los demás eslabones. Esta recurrencia necesaria entre diferentes elementos y su organización interna es lo que estudia una ciencia muy nueva: la Cibernética. Aunque normalmente se atribuye el término Cibernética a lo que en verdad estudia la Informática (aplicable a las computadoras sólo por el parecido, pero debemos entender que Cibernética es el estudio de los sistemas de autorregulación de los seres vivos -de la Creatura-, mientras que las computadoras, en realidad no son sistemas).
Ahora bien: Jung había establecido que el orden existía en el Pleroma y que la Creatura se encargaba de diferenciar ese orden. Hagamos, entonces, un ejercicio de diferenciación al estilo del aquinati y su Summa: en principio, la Tierra era una masa de materia informe, casi indiferenciada por su enorme energía proveniente del material solar. Con la pérdida de esa energía, la materia de este nuevo mundo fue organizándose en moléculas cada vez más complejas, hasta que se diferenció en estados de agregación: rocas, líquidos y gases. La ahora esfera siguió perdiendo energía y fue aumentando en complejidad… en ese nivel de organización, la Tierra estaba perfectamente adaptada a lo que era… pero en un momento, tras millones de años de complejización -con ensayos y errores-, esta materia empezó a desarrollar propiedades dentro de sí, completamente nuevas: se autoreplicaba y reaccionaba a lo que no era estrictamente su propia organización: había nacido la vida. La situación era completamente nueva para el planeta. Durante millones de años, la Tierra se fue reconciliando con esta nueva situación: era la primera vez que su materia vivía y debía ajustarse -también por la vía del ensayo y error- al original escenario. Prueba de que lo logró es el ver, hoy, que todos los procesos autorregulados cibernéticamente de su materia organizada como vida, ya hace tiempo que se integraron completamente al resto del funcionamiento del planeta, dejando de ser simples procesos geoquímicos: hoy no hay proceso que no sea biogeoquímico. Tras millones de años de estar estabilizada bajo estas condiciones (probando alternativas de autorregulación con algas, peces, bacterias, dinosaurios, etcétera), el proceso de complejización de la materia viva siguió adelante y, concentrándose en el sistema nervioso, llegó al neocórtex de los mamíferos superiores y culminó en esta nueva etapa que se dio en los seres humanos… y tal como lo explicaba Santo Tomás, ahora la materia del planeta no sólo vivía y sentía sino que también razonaba y tenía conciencia de sí misma. Así, la Tierra es un planeta que no sólo vive sino que también dice “yo”… que hace ciencia, que es capaz de matar o de escribir poemas… No hay ciencia astronómica hoy que dé cuenta acabada de la existencia, en el hostil vacío cósmico, de un planeta que haga estas cosas: que llore, que cante, que recuerde…
Por esta misma línea de razonamiento, la que se encuentra en problemas ahora es la Tierra misma como planeta cibernéticamente autorregulado: tiene que adaptarse a las nuevas condiciones de complejidad que alcanzó su materia: el Hombre. Lo que nosotros llamamos “problemas ambientales” no es, en definitiva, otra cosa que el proceso de adaptación de la Tierra a esta nueva propiedad adquirida por su materia… y no le está resultando fácil. Es claro que los principales problemas son, por un lado, la velocidad en la que se dan los cambios (la evolución de la cultura en unos pocos miles de años, contrasta con los eones de tiempo con los que contaba antes) y el otro es que la auto consciencia le permite al Hombre operar allí donde ningún otro ser vivo hubo de operar antes. Esta situación llevó a la publicación de un texto científico muy especial y en la línea alejada de la sonrisa y documentales de Carl Sagan. Un texto en donde la investigadora Mary Catherine Bateson recopiló trabajos propios y de su padre, Gregory Bateson y que lleva como título Angels fear: towards an epistomology of the Sacred: El temor de los Ángeles: hacia una epistemología de lo sagrado, planteando -en un sentido muy lato- que el Hombre pisa allí donde los ángeles -como seres conocedores de lo Sagrado- no osan pisar…
Resulta, entonces, evidente que hemos llegado a un área de importantes decisiones tomadas con base en importantes distinciones: la frontera entre lo que podemos abarcar con nuestra función consciente y aquello que indefectiblemente escapará a nuestro control. El Hombre es para sí mismo un límite; para la Tierra -que es, en definitiva ese mismo Hombre- seremos una frontera… la pregunta será, entonces, el ser humano: ¿es una frontera hacia dónde? ¿Una frontera hacia qué? ¿Hay algo más allá de lo Humano?
Más allá de lo humano
Hubo un cuento de ciencia ficción, breve, escrito allá por 1948 y publicado tres años después -en 1951- de Arthur C. Clarke, llamado El centinela, acerca de una pirámide hecha de un material pulido, no terrestre y protegido por un campo de energía, descubierto en la Luna, que mandó una señal al espacio profundo una vez que fuera develada su existencia. El protagonista -uno de los astronautas que participó de la misión- reflexiona que alguien en algún lugar del Universo ya habría vuelto su mirada hacia la Tierra: el centinela notó la evolución de la especie humana -descubrir su existencia en la Luna era la señal de la evolución de la especie y de su inserción de hecho, en la instancia cósmica- y mandó su mensaje a sus dueños en algún lugar del espacio. Sobre esta idea original, Stanley Kubrick basó la construcción de su filme 2001: una odisea del espacio de 1968. Más allá de la pulcritud de su hechura, del despliegue técnico y tecnológico de la película, nos queda esa suerte de resumen de la Historia humana: comenzando con prehomínidos peleando por un charco de agua que descubren el uso de la herramienta -con los sones de Así hablaba Zaratustra, el poema sinfónico de Richard Strauss y los Hombres que, habiendo llegado a la Luna, descubren un monolito -no una pirámide-, el que, al ser iluminado por el sol manda una señal a Júpiter (iba a ser a Saturno, como en la novela que para la ocasión escribió Clarke, pero no se pudo conseguir el efecto adecuado para representar los anillos). Allí en Júpiter se descubre un segundo monolito el cual transporta al único astronauta sobreviviente a través del tiempo y el espacio en un entramado muy “psicodélico” propio de aquellas décadas, para terminar -en una abstracción más confusa que la de la novela- más viejo y todavía enfundado en su traje espacial, en una habitación oníricamente construida (con los pisos iluminados desde abajo, tal como se vería la barra del restorán de hotel en el El resplandor de Kubrick de 1980) y donde está él, de más edad todavía, teniendo una comida. Siente los ruidos del astronauta y se levanta a ver de qué se trata pero ya no hay nadie. Vuelve a su mesa. Tras unos instantes y luego de tirar una copa de cristal, se inclina para ver en una cama a su propio cuerpo ya senil y moribundo… y, finalmente, frente a la cama está presente el monolito “de ébano” como se le llama en el texto de Clarke. Por último y elevando su mano hacia el objeto en el acto mismo de morir, reaparecen los sones de Strauss y sobre la cama resplandece una esfera traslúcida conteniendo un feto humano el que se traslada -por vía y gracia del monolito- hacia la Tierra, flotando como un planeta más y regresando a nuestro mundo… Y la gente que salía de los cines confundida, algunos encantados y otros un tanto malhumorados por un final excesivamente intelectualizado y, de hecho, mucho más “inentendible” que el final de la novela… Recuerdo que, incluso, nuestra maestra de séptimo grado nos llevó al cine a ver la película y al día siguiente, nos explicó muy suelta de cuerpo y con tierna ingenuidad que “ese monolito era Dios”…
Lo que vemos en esa historia secundaria del filme es a la computadora HAL 9000, portadora de inteligencia artificial y a cargo de la nave, rebelándose contra los Hombres, matando a uno de ellos y que debe ser desconectada -en uno de los momentos más cinematográficos de toda la película. El dramático episodio del computador inocente y asesino, que en su evolución como artificio había alcanzado el nivel de “pecado original”, marcaba el límite de lo Humano que había sido violado por el mismo Hombre: había hecho pie en terreno Sagrado donde “ni los ángeles se atreven a hollar”. La posterior aventura del astronauta solitario Bowman -el actor Keir Dullea- (y muertos ya su compañero Poole -Gary Lockwood- y los científicos congelados que viajaban en la nave) termina en esa suerte de “Teoría de recapitulación” de Ernst Haeckel, donde el desarrollo integral de un organismo resume toda su filiación evolutiva. Lo mismo pasa en el filme: en un ordenamiento encáptico -cibernético como el que mencionáramos con Santo Tomás, el prehomínido que se convierte en Hombre a través de la tecnología (el hueso que le sirve para matar y mejorar su dieta para mejorar su neocórtex y que termina en una nave espacial) termina su viaje convirtiéndose en súperhombre y regresando como tal a la Tierra… no sabemos qué hará desde ese momento en adelante, pero y como termina cada parte de la novela de Clarke, seguramente “ya se le ocurriría algo”.
Con esta perspectiva trascendental de lo humano, se desprende naturalmente la visión nietzscheana del súperhombre a través de la referencia musical de Strauss a su rara obra filosófica (Así hablaba Zaratustra, de 1885 y “rara” por borrar la rigidez racional en la historia de la Filosofía) y donde también se plantea la llegada de aquello que debe trascender a lo humano. A nadie escapa el tufillo filonazi del concepto de la especie superior, pero en 2001… ya queda establecido el límite de la segunda etapa que nada tiene que ver con supremacías biológicas. En efecto: una especie de “club espacial” había sembrado esos monolitos a la espera de que el tiempo, y la progresiva complejización de la materia de un planeta, hagan su trabajo y el nuevo miembro haga presentación de filiación en el círculo cósmico… No sabemos cómo será esa trascendencia, pero sí sabemos que hemos llegado al límite de lo Sagrado, y que nuestra supervivencia en el planeta está en permanente entredicho: no le damos tiempo a la Tierra a que se adapte a nuestro grado de complejidad biológica.
Aunque en este mismo espacio hemos hablado varias veces del “olvido de lo Sagrado”, ahora debemos pensar en la peligrosa irrespetuosidad frente a la dimensión de lo Sagrado que conlleva ese olvido. El mundo, la Tierra ha crecido y se ha desarrollado hasta poder decir “yo” y, como dijimos más arriba, ahora deberá adaptarse a semejante salto cualitativo. El súperhombre de Kubrick-Clarke, ¿será ese “super-yo” que dirá el verdadero y grandioso “YO SOY” bíblico más grande que los diminutos “yo soy” de cada uno de nosotros? No sabemos la respuesta al problema, pero no pueden caber muchas dudas acerca de que experiencias artísticas y científicas como éstas, que tratan de rescatar la diferencia entre el pleroma y la creatura jungianos y que nos muestran, por un lado, la fragilidad de nuestra existencia y por otro lado, la magnificencia de lo humano, están también trayéndonos la noticia de que nuestra insensibilidad hacia donde no debemos meternos sin permiso (quién sabe de quién), está alcanzando un límite tangible y localizado en la tecnología misma… el hueso que lanzó el prehomínido al aire en la primera parte de 2001: una odisea del espacio está regresando al suelo y está a punto de caernos en medio de la cabeza. La clave quizás sea el estar atentos a las señales de algunos fines a respetar que no vendrán desde lo alto del cielo sino que alcanzarán nuestra consciencia desde el profundo interior de lo verdaderamente Humano.
Tráiler:
Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad -el Dr. Héctor Blas Lahitte- que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban. La religión -el mal llamado ‘mormonismo’- terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura -realicé varias exposiciones colectivas e individuales- me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”
“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”
Actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.
Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.