La segunda cinta que conforma la denominada «Trilogía de la muerte» debida al realizador mexicano, es una obra audiovisual que explora las emociones al límites que experimentan los protagonistas de una historia, escrita por Guillermo Arriaga, el novelista que acaba de adjudicarse el Premio Alfaguara de Novela 2020, frente al hecho eterno de la no existencia.
Por Carlos Pavez Montt
Publicado el 13.5.2020
Veintiún gramos. Un poquito más de un quinto de materialidad centenar que formaliza el abandono. Una masa de corporalidad que anuncia la pérdida del soplo, del viento que entra en nuestros pulmones y nos permite extraer, recuperar o truecar el oxígeno. Veintiún gramos nos abandonan en el momento exacto en que morimos.
Con esa medida masal trabaja el director mexicano. Las distintas experiencias se constituyen alrededor de un hecho esencial. A través de un accidente se desenmascara todo lo que le da forma y sentido a nuestro alrededor. El amor. Las instituciones. La consciencia. El grito de la sujeta ahogada bajo los hombros inestables de la institución.
Es mediante la fragmentación y el desorden del relato que González Iñárritu nos propone, al menos abiertamente, distintas visiones del mundo coetáneo en que vivimos. Se tocan motivos que rozan en el sentido crítico, que están relacionados con la misma cotidianeidad en que caminamos, escuchamos, sentimos todas y todos.
La imposibilidad de acción trascendente por la cadena jerárquica, institucionalizada y normalizada a pesar de su abstracción. La obligación moral de la fertilización como otra expresión del dominio artificial sobre el cuerpo humano. La an-estetización, la pérdida de la experiencia entendida como una autenticidad de las y los individuos.
El conflicto entre el deber familiar y el moral religioso. Incluso cívico. La mezcla de estos últimos para la generación de un “sentido común”. Normas sociales que penetran en el intento de calzar en el imaginario colectivo. La angustia de las estructuras significantes, y sobretodo de la pérdida de su materialidad, de la propia formalización.
«La vida continúa con o sin Dios». La justicia ejercida por la culpa de un cuerpo trasplantado, fragmentación pavórica que termina en la superposición de un cuerpo sobre otro. Fragmentación pavórica que exige al ‘yo’ un sustento. La búsqueda de un relleno en el exterior cuando lo conocido no satisface a la auto-consciencia interior.
Elementos que se repiten: la impotencia de la institución. Situaciones unidas que dan un sentido cíclico, de circulación en la narración. El contraste simbólico y cronológico. Fragmentos narrativos que simulan una totalidad coherente. La anestesia tecnológica y citadina de la modernidad: poderoso enclaustramiento de la muerte, del desgaste de todo.
También puedes leer:
—Salvar el fuego, de Guillermo Arriaga: Las claves de la novela que ganó el Premio Alfaguara 2020.
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Carlos Pavez Montt (1997) es licenciado en literatura hispánica de la Universidad de Chile, y sus intereses están relacionados con ella (con la literatura en lengua romance), utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción, por la reflexión que, el arte en general, provoca entre los individuos.
Tráiler:
Imagen destacada: Naomi Watts es un fotograma de 21 gramos (2003), de Alejandro González Iñárritu.