El penúltimo filme del realizador español Jonás Trueba, corresponde a una obra audiovisual grabada durante casi cinco años —que incluyen el largo periodo de restricciones por efecto de la pandemia—, y la cual muestra a un grupo de adolescentes madrileños desde el surgir adolescente hasta el nacimiento del joven que ya con derecho a votar entra de lleno en el mundo adulto.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 14.8.2022
Si tienes quince años
y pretendes escapar
con eso basta y sobra para hacerlo.
podrías irte antes
de que estas luces de ciudad
se apaguen para siempre sin remedio.
podrías cambiar tu nombre
por otro que suene mejor
acabar con tu linaje de una vez por todas.
apuntarías en un cuaderno
un nuevo código de honor
pero siempre en verso, nunca en prosa.
Pero uno nunca se decide
un hombre nunca se decide
Y sin embargo:
Quién lo impide
quién lo impide
quién lo impide: nadie lo impide.
Rafael Berrio
El «chaval» de la brillante saga de realizadores —Jonás es hijo de Fernando Trueba y sobrino de David Trueba— siempre se ha mostrado especialmente sensible con el sentir de los jóvenes en sus películas que tienen habitualmente a este colectivo como protagonistas.
De hecho y a pesar de sus ya 40 años, Jonás se confiesa —medio en broma, medio en serio— como un «adolescente» ante los chicos a los cuales retrata con mirada empática en este excelente documental que puede calificarse como película y a la vez una experiencia.
La película tiene una duración de casi cuatro horas y aun así pasa ligera. El intimista director matritense logra que el tiempo vuele al mostrar con fresca libertad creativa cómo son y cómo se sienten esos chavales que transitan ante la cámara siendo ellos mismos.
El resultado es una película que transpira honestidad y que es algo así como una celebración de la adolescencia.
Y en ese mostrar del sentir adolescente hay también una reivindicación cara el público de mayor edad, una llamada a respetar y entender a las nuevas generaciones más allá de los prejuicios adultos del «cualquier tiempo pasado fue mejor» y del habitual olvido a la propia vivencia adolescente.
Y así, sin prejuicios, poder darnos cuenta de que pese a las apariencias el sentir adolescente de las nuevas generaciones en esencia es el mismo que vivenciamos nosotros.
Expresión musical
Quién lo impide hace referencia a uno de los múltiples temas musicales —qué bella la selección de Jonás que incluye canciones modernas y piezas de música clásica— que suenan y resuenan entre silencios y conversaciones jóvenes.
La canción es obra del fallecido cantautor Rafael Berrio a quien el guionista y director homenajea expresamente. En su letra —citada en parte en el encabezado— late el ser y estar adolescente, la ambivalencia del quiero y temo, el grito rebelde ante el descorazonador mundo heredado…
Está la narrativa de su sentir en este tema y en muchos otros que los chavales escuchan e incluso interpretan en casa —qué bella la escena de uno de ellos a la guitarra acompañado de un gato al acecho— o en conciertos al aire libre.
La música como expresión, descarga y rebelión contra el «orden» (las comillas del desmoronamiento que vivenciamos) establecido, la música como arte en el que la palabra cobra aún más fuerza.
Pero el arte musical para nada es exclusivo de las nuevas generaciones aunque entiendo que alcanza mayor protagonismo si cabe hoy en día. Se canta ahora lo que antes se expresaba en ocasiones a través de la música pero también mediante la poesía o la literatura, artes estas últimas desafortunadamente menos al uso entre los jóvenes del siglo XXI.
En este sentido, otro tema destacable de la película por su contenido es Puta sociedad de Silvio Aguilar un potente y desgarrado grito ante tantas limitaciones en un mundo cada vez más alejado del bienestar social. Lo canta con pasión Candela, una de esas jóvenes retratadas quien frente al espejo del hogar espeta la rabia propia y colectiva: «quieren que malvivas como ratas de ciudad, todos están perdidos…».
Y otro tema musical con trasfondo que cobra protagonismo es Sólo somos de Alberto González, su letra nos habla de que: «La vida es como una canción, unos la cantan mejor y otros peor. Solo somos personajes de ficción».
Analogía antigua la de realidad como ficción que el joven cantautor trasforma en estimulante analogía musical, algo así como un somos cantantes (incluso cantautores, por qué no) ensayando o interpretando en una ficción por afinar que llamamos realidad.
Personajes, personas
Pero los jóvenes protagonistas no sólo se expresan mediante la música. Jonás nos los muestra en sustanciosos debates en los que él mismo participa, participa lo justo —prioriza la voz de los adolescentes— en diálogos a veces en grupos numerosos y en otras ocasiones por parejas afines.
Interesantes diálogos en los que aflora su sentir y pensar en torno a múltiples aspectos como la escuela, la educación, la amistad, el amor, la sexualidad, el bullying, la violencia, la política…
En ellos se pone en evidencia su toma de conciencia como individuos y como colectivo en la ambivalencia entre ser uno mismo y la necesidad de ser aceptado… Es el caso de un chaval que confiesa que: «No me atrevo a dejar amigos con los que no me siento bien para no quedarme solo». O el de una chica que escribe frases estimulantes en su espejo y se pregunta: «¿quién está enfrente?», añadiendo un sentido: «Yo misma soy una desconocida».
En esa ambivalencia personal se dan y se escuchan opiniones diversas en un ambiente siempre respetuoso, lo que considero uno de los mejores logros de esta película con voluntad pedagógica.
Por ejemplo una chica que habla de que le parece necesario ser en lo posible feliz a pesar de tanto en contra y otra a su lado que dice que la adolescencia es para ella como un agujero negro afirmando que: «no quiero estar mal pero a la vez es como que me gusta». Formas de ver y de sentir la vida radicalmente distintas expuestas sin tapujos y en ocasiones debatidas pero siempre —de nuevo la pedagogía de la obra— en espíritu constructivo.
Y también son remarcables las escenas que nos muestran las conciliaciones escolares que fomenta el centro al que ellos asisten. Unos encuentros con voluntad reparadora en los conflictos que han surgido entre compañeros, un diálogo en el que chavales voluntarios median escuchándolos empáticamente y aconsejándolos pero sin forzarlos a nada.
Queda patente de que más allá del interés individual y en mayor o menor grado —cada cual es cada cual— existe una preocupación por el otro y por el mundo.
Amor particular y colectivo
En este sentido, al hablar sobre el amor un chico dice que amar es pensar más en la otra persona que en él, y otro que en su experiencia afirma que desde que quiere a su chica se quiere más.
El amor como tema central: se nos muestran distintas parejas surgidas entre ellos, especialmente la de Candela y Silvio quienes se besan bellamente por primera vez en la orilla portuguesa de un embalse cercano al pueblo extremeño de la familia de ella. Y hacen el amor con delicadeza amparándose en la oscuridad de un cine quizás por la vergüenza adolescente.
Y más allá del amor particular, el amor a la sociedad, al país al cual pertenecen unos por nacimiento y otros por acogida ya que en el colectivo hay chavales de distintas nacionalidades. La voluntad de transformar el mundo versus a la llamada a protegerse del mundo que un chico experimenta al comentar que: «A veces siento que no pertenezco a ningún sitio, sólo mi habitación. Pero desde allí no puedo cambiar mucho».
Y el debate sobre la nación en el que uno ve a España casi como una dictadura mientras que Candela —la protagonista que más destaca— defiende a la gente que es y somos realmente España y ensalza el poder transformador de cada persona no a gran escala quizás pero sí a pequeña escala en nuestro entorno cercano.
En este sentido también apunta otra chica quien cree que no hay que tirar la toalla puesto que: «la recompensa es interior», afirmando que uno de mayor se encontraría peor si no lo hubiera intentado en su juventud. Y añade que es triste pensar que el mundo sólo se puede arreglar con violencia.
Palabras, encuentros, situaciones de todo tipo pero con el denominador común de la camaradería de unos chicos en intenso periodo de transformación. Unos chicos que hemos visto crecer y que se despiden de nosotros siendo ya mayores de edad.
Unos chicos que ojalá mantengan su fuerza y lleguen a desarrollar sus potenciales. Unos chicos que en este retrato ya han aportado su granito de arena, ojalá seamos nosotros más tolerantes con las nuevas generaciones en la confianza de que bajo las diferentes máscaras de los personajes que cada uno encarna —ellos y todos los de su generación— se encuentra una persona única que merece nuestra confianza y apoyo.
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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Quién lo impide (2021).