El juego de escribir: “Apuntes de un escritor malo”, por Dauno Tótoro Taulis

El multifacético cronista chileno, Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí (1995), y autor de festejadas obras del género, como «La cofradía blindada» (1998) y de «EZLN, el ejército que salió de la selva» (1994), analiza en exclusiva para este Diario, el libro de cuentos del creador mexicano Mauricio Bares, el cual se lanzará este martes en Chile -en un evento artístico gratuito- y que se desarrollará en el Centro Cultural Ciudadanos, de la comuna de Ñuñoa.

Por Dauno Tótoro Taulis

Publicado el 19.09.2017

Que un editor confunda el nombre de Anónimo Hernández y lo llame Inédito Hernández no es casual ni un descuido involuntario. Tampoco se trata de una redundancia. Un inédito es anónimo, por lógica, pero un anónimo bien puede no ser inédito. El anónimo editado es una caja de sorpresas, una alteración a la regla, una amenaza para los nombrados y los renombrados, un quebradero de cabeza para los editores y los libreros, y un deleite para los lectores. Fíjense en las portadas de los libros de autores de altas ventas: sus nombres aparecen con tipografías cinco, diez veces más grandes que el propio título. Mauricio Bares (1963), que es Mauricio Hernández, que es a final de cuentas Anónimo, juega en “Apuntes de un escritor malo”, con un desopilante sentido del humor, a vilipendiar el juego de egos de aquellos que hablan de “tener obra” y de la absurda nomenclatura de la industria editorial.

Un rodeo al que incita el libro de este Anónimo, desde su antítesis:

Autor X aparece, con cierta timidez, acarreando bajo el brazo su mamotreto inédito, su primer libro, al que ha titulado “Palabras fundamentales para cambiar el mundo, a la humanidad y al cosmos”, y al que acompaña con un subtítulo de cuarenta y siete palabras. Lleva además una copia del cuadro pintado por su madre o su tía, que, asegura, es la imagen ideal para su portada. Editor decide publicar y una reacción electro-química opera a la velocidad de la luz en la estructura sináptica de Inédito y la timidez se disipa como bruma playera al salir el sol. Ahora estamos ante un genio por descubrir que habrá de transformar la literatura universal. El ex/inédito, al que ahora llamaremos Édito, abandona el anonimato, recorre en una sola tarde veintisiete librerías de las más diversas zonas de la ciudad y se indigna (contra el editor, los periodistas, los libreros y el ignorante lector) al no encontrar su nueva identidad en las vitrinas. La ansiedad ha devorado al impulso de escribir.

Dos o tres entrevistas inflaman aún más a Édito. Y entonces recibe por correo el cuestionario de Proust, aquellas treinta preguntas con que “realmente” se conoce a una persona. Se le recalca que debe ser auténtico y responderlas con la espontaneidad por delante. “Si fuera un pájaro, ¿qué pájaro sería?”. El espontáneo Édito baraja con la menor espontaneidad posible las diversas alternativas pajarísticas, desdeña del colibrí por efímero y del cóndor por carroñero, y se inclina por el águila calva por fulgurar ésta y él mismo en la cúspide de la cadena alimenticia de las letras. “¿Cuáles son sus lecturas preferidas?”, y para no ser menos, Édito, tras exhaustivo análisis de los ránkings de la semana, inscribe la terna de Yuval Harari, Stefan Zweig y David Foster Wallace. Del primero por el Homo Deus del título que le parece describe su propia magnitud, del segundo por su trascendencia, del tercero la osadía de sus más de setecientas páginas por libro y el aura romántica de su destino.

Autor X prepara su siguiente obra maestra, lo hace sin los ingredientes del placer y la diversión por escribir y sí con la carga del gustar, en un desborde de ingenio que confunde con trabajo y contenido.

Como de Foster Wallace ha recogido tan solo su presencia en el listado semanal de los más vendidos, ni se entera de la advertencia respecto del dilema fundamental de lo que da por llamarse el “oficio de escribir”: “Al principio, cuando empiezas a probar a escribir narrativa, todo está orientado a divertirte”, habría leído decir a Foster Wallace de haberlo leído, quien alerta que, como a X, una vez que sus textos han encontrado su espacio en un libro publicado y de Inédito se rebautiza al Anónimo como Édito: “Las cosas comienzan a complicarse y a volverse confusas, y hasta a dar miedo. Ahora tienes la sensación de estar escribiendo para otra gente, o por lo menos en eso confías… la motivación de la pura diversión personal comienza a ser suplantada por la motivación de gustar, de que haya gente guapa a la que no conoces que te aprecie y te admire y te considere buen escritor”.

Ahí es donde se produce el síndrome de la página en blanco, que suele venir acompañado por un terrible “miedo al rechazo”. “La respuesta inteligente”, sugiere Foster Wallace: “Es escapar de ese dilema… y regresar a la motivación original: la diversión. Y si consigues volver a la diversión, descubrirás que a fin de cuentas el repulsivamente desgraciado dilema irresoluble que experimentaste durante tu período de vanidad te ha traído buena suerte, porque la diversión a la que regresas ahora ha sido transfigurada por lo desagradable de la vanidad y el miedo, que ahora tienes tantas ansias de evitar, que la diversión que redescubres pertenece a una modalidad mucho más plena y generosa… tiene algo que ver con el concepto del Trabajo Como Juego”.

En muchas ocasiones, autores como X simplemente se han saltado olímpicamente el inicio de esta secuencia, es decir, han comenzado directamente con el juego de gustar. Por lo tanto, jamás podrían regresar a aquel estado en el que nunca estuvieron. Otros logran transitar en la cadena de motivaciones descritas por Foster Wallace. Pero pocos, muy pocos, como Anónimo Hernández, que es Mauricio Hernández, que es Mauricio Bares, han sabido o intuido que más vale permanecer en la primera de las estaciones, la del placer, y aquello, en “Apuntes de un escritor malo”, resulta de una evidencia absoluta.

Anónimo, a quien erróneamente rebautizan como Inédito, es un Édito en el anonimato, que juega y disfruta y nos hace jugar y disfrutar, y nos gusta aunque no sea ese el afán del narrador, y es que en ese juego de disfrutes nos envuelve y nos provoca desde una cercanía inalcanzable cuando la vanidad y el ego se interponen y se cuelan entre las letras.

Anónimo se autodenomina como un autor malo, pues es en esa condición que es posible compararse con autores “buenos”, y sin lo malo no hay referencia, aunque aquí lo malo es diversión y provoca la sardónica sonrisa en sus lectores, pues en esa comparación entendemos que lo “bueno” que se destaca al comparar, no es sino la impostura vanidosa de quien se pretende águila para no revolotear en la danza del colibrí.

Un Anónimo que con humor irreverente y tierno a la vez, recorre los mercados de baratijas con su hijo Bruno sobre los hombros, a quien no enseña los secretos del comportamiento humano, sino de quien aprende a diferenciar el regetón de la cumbia villera y el grand theft auto del game of thrones, aunque esto del idioma le cueste tanto como cuando, sin manejar más que tres o cuatro frases de primaria debe entrevistar en inglés a una estrella de rock.

Anónimo y sus apuntes son la diversión pura, pero no la vacía o vacua de la feria de novedades, sino la punzante y aguda que se incrusta en las carnes fofas de los autocomplacientes, en las plantas de sus pies, y los hace dar saltitos adoloridos y torpes, de tal modo que los «escritores buenos», vistos a cierta distancia, nos parecen pingüinos danzantes en una playa que, al atardecer, vuelve a cubrirse de bruma.

 

Nota de la Redacción: «Apuntes de un escritor malo» se lanzará en Chile este martes 19 de septiembre, a las 19:30 horas, en el Centro Cultural Ciudadanos (calle Eduardo Castillo Velasco Nº 2811, Ñuñoa, Santiago), bajo el contexto de un diálogo popular con el autor centroamericano, en un evento organizado conjuntamente por Ceibo Ediciones y por el diario “Cine y Literatura”.

 

Portada del libro de cuentos de Mauricio Bares, por Ceibo Ediciones (2017)

 

Imagen destacada: El narrador mexicano Mauricio Bares (1963)