Este largometraje de no ficción, además de retratar una situación ya conocida ampliamente por la opinión pública nacional, plantea otras interrogantes relacionadas con el paradero de los detenidos desaparecidos durante la dictadura militar chilena. Así, surge la cuestión de si acaso el patio 29 era uno más de los tantos sectores clandestinos, dentro del mismo Cementerio General de Santiago, en el cual se pudieron haber ocultado los demás cuerpos de las víctimas derivadas de la represión política.
Por Rodrigo Torres Quezada
Publicado el 9.8.2018
El patio (2016) -actualmente en cartelera- es un documental dirigido por Elvira Díaz, y está centrado en los sepultureros que tuvieron la triste tarea de enterrar los cuerpos de ejecutados políticos luego del golpe de Estado de 1973. El lugar donde se efectuaron los entierros fue en el Cementerio General de Santiago, específicamente en el patio 29.
De igual forma, El patio funciona como un ejercicio de comprensión en torno a la labor de quienes deben enterrar y exhumar, constantemente, cuerpos. El documental nos muestra hombres como todos, quienes deben cumplir una labor que para la mayoría es un tema tabú. Estas personas enfrentan cara a cara lo que es la vida: un breve y fugaz soplido que de pronto se transforma en huesos.
El patio también cumple una tarea de documento histórico. Nos expone a gente que aún, a pesar de los años, guarda un dolor que no es solo el de ellos, sino el de un país. De esta forma, en la escena en la cual presenciamos una protesta desarrollada en el cementerio para el 11 de septiembre, somos testigos de que todavía la herida está presente.
Los sepultureros del cementerio representan asimismo la impotencia de una población que no podía hacer mucho frente a la prepotencia armada. Llama la atención cómo ellos, acostumbrados a sepultar cuerpos, frente a los militares dando órdenes, debieron acatar, puesto que sintieron (quizás por primera vez así de potente) su propia muerte. Sin embargo, El patio da cuenta que aún en medio del miedo hubo muestras de valentía, como la de aquel sepulturero que intentó ocultar los carnés de los muertos para así, luego, reconocerlos.
El temor, la culpa o el desconcierto con el que todavía viven esos hombres, expone cómo lo sucedido tras el golpe afectó a todas las personas en el país, sin importar su oficio, dejando una huella profunda.
El documental no solo muestra una situación ya conocida, sino que plantea otras interrogantes relacionadas con el paradero de los detenidos desaparecidos. Así, surge la cuestión de si acaso el patio 29 no era sino solo uno de tantos patios, dentro del mismo cementerio, donde se pudieron haber ocultado los demás cuerpos.
La misma directora, Elvira Díaz, aunque apenas se escucha durante algunas escenas, es una protagonista de esta historia. Nacida en el extranjero, hija de un exiliado político, vivió como muchos otros bajo la inquietud de saber qué sucedió en Chile. Así, el documental aparte de ser una forma de indagar sobre la historia social-política chilena; y de entender el trabajo que realizan en ese silencio inmenso los sepultureros; es también un intento de la directora por reconstruir un fragmento de su propia vida.
Mención aparte merece el momento en que una mujer se reencuentra con un familiar, del cual solo quedan algunos restos. Es una parte emotiva que reproduce fielmente la realidad de lo que significó el golpe de Estado y todo lo que vino después.
Es verdad que mucho se ha hablado sobre que el cine en Chile (y sus documentales), ha quedado entrampado en el tema de la dictadura. En términos prácticos puede ser cierto. Sin embargo, al ver este tipo de trabajos, hechos con profesionalismo y mucho sentido histórico, a uno le gustaría que se siguieran haciendo por mucho tiempo, porque la memoria necesita ser alimentada en un bucle, una y otra vez.
Tráiler:
Rodrigo Torres Quezada (Santiago, 1984) es egresado del Instituto Nacional “General José Miguel Carrera” y licenciado en historia de la Universidad de Chile. Ha publicado los libros de cuentos Antecesor (2014) y Filosofía Disney (2018) bajo el sello Librosdementira. También ha dado a conocer distintos relatos de su autoría en La Maceta Ediciones (2017) y la novela titulada El sello del pudú (Aguja Literaria, 2016). Lanzó, asimismo, el volumen de ficción Nueva narrativa nueva (Santiago-Ander, 2018), y obtuvo el primer lugar en el concurso V versión Cuéntate algo de Biblioteca Viva (2012). El año 2016, en tanto, se quedó con el primer lugar en el I Concurso Literario del Cementerio Metropolitano.