«En pedazos», de Fatih Akin: Sin amor no existe el dolor

El último largometraje del formidable realizador alemán de origen turco -valiéndose de una historia desgarradora- aborda un tema contingente cuando el sentimiento xenófobo comienza a ganar cada vez más adeptos en Europa, y permite ver una realidad de la que se habla muy poco: hay terroristas que también son europeos, y no todo es el Estado Islámico al respecto.

Por Juan José Jordán Colzani

Publicado el 16.8.2018

La película narra la historia de Katjia Sekerci, quien pierde a su esposo e hijo de 6-7 años en un atentado. La explosión tiene lugar a los 10 minutos, de modo que la presentación de la situación y personajes será con pinceladas. Un modo de ir completando la información de la vida de familiar y el pasado de ellos como pareja, es a través de pequeños videos caseros grabados con celular, lo que es un acierto porque permite ser testigo de esos momentos desde una óptica espontánea y natural.

Al principio la policía pierde tiempo intentando establecer inútilmente un vínculo entre el pasado delictual de Nuri, su esposo (venta de drogas a baja escala, que lo lleva a la cárcel por cuatro años) y el atentado, como si se tratara de algún tipo de venganza entre bandas. Finalmente la teoría de Katjia, que decía que habían sido los nazis, aduciendo para ello el barrio árabe en que estaba la oficina y la ascendencia turca de su esposo, adquiere valor al ser detenida una pareja de sospechosos.  La actitud de la policía de tratar a su esposo como alguien que de alguna forma se forjó su propia suerte, podría haber dado pie para analizar la xenofobia generalizada que perdura en la obra. Pero está tratado al pasar y rápidamente se olvida.

En el juicio asistimos a sesiones duras, en donde escuchamos, por ejemplo, la descripción detallada que hace la forense sobre el modo en que el cuerpo de su hijo sufrió el ataque. Y no, no murió de inmediato, como le decía una amiga para consolarla. Puede ser un poco de perogrullo mencionarlo, pero no es que la bomba explote y la gente muera en el acto: hay un sufrimiento indescriptible y segmentado.

Finalmente el juicio no termina como se esperaba y Katjia se ve forzada a tomar el asunto en sus manos. Pero en su venganza no vemos a la novia de Kill Bill, quien usaba su furia como una fuente de energía propulsora. Antes que cualquier cosa, Katjia está viviendo un duelo. En este sentido el leit motiv del tatuaje del samuari que tenía a medio hacer cuando su esposo vivía y termina una vez que el juicio acaba, puede entregar luces de una concepción particular de la justicia. Pero es una metáfora que termina siendo algo burda.

La película es suya en gran parte. Es su duelo y como lo vive,  alcanzando gran  profundidad dramática. Con las otras actuaciones no pasa lo mismo: personajes construidos con pequeños bosquejos y en algunos casos, retratos cercanos al cliché pero funcionales, como el abogado defensor, que es como el ícono de los abogado desalmados. También hay situaciones mal retratadas o poco coherentes, como cuando  después de escuchar el retrato de la fiscal acerca de cómo la bomba destrozó a su hijo, abandona la sala y le pega a la acusada antes de retirarse. Ese mismo día más tarde la vemos en un bar con su abogado (amigo de juventud de su marido) y para responder el comentario que él le hace con respecto a su golpe, Katjia le responde que si ella hubiera muerto, Neri no se hubiera quedado de brazos cruzados. Piden dos shots más y sonríen, como si fuera una velada cualquiera, con un rock de fondo. Es cliché y no tiene mucho que ver con el dolor desgarrador de haber escuchado lo que escuchó.

Una mirada a un tema contingente, en donde el sentimiento xenófobo comienza a ganar cada vez más adeptos en Europa. Por otro lado, permite ver una realidad de la que no se habla o muy poco: hay terroristas que son europeos. No todo es el Estado Islámico. La película es ficción, pero al terminar nos enteramos que entre 2000 y 2007 hubo sistemáticos ataques terroristas de grupos neo nazis a comunidades de origen no alemán, contando 9 muertos a su haber. Es curioso que no se hable de eso, como si no existiera o fuera menos importante.

 

 

 

 

 

La actriz alemana Diana Kruger (en el papel de Katja Sekerci) cumple una de las mejores interpretaciones de su carrera en «En pedazos» (2017), de Fatih Akin

 

 

 

Tráiler: