Una edición poderosa, argumentada por el director Eryk Rocha, en ideas que luego se reflejan en imágenes y en obras, van revelando al público el ideario de esta corriente. Un anhelo de jóvenes realizadores, que quisieron retratar la realidad social con una cámara inquieta, urbana, que corría una y otra vez al lado de los personajes, filmando al aire libre y con luz natural, y cuya imagen icónica es la carrera de un solitario en mitad de la calle, teniendo atrás a los autos.
Por Cristián Garay Vera
Publicado el 24.09.2017
Estamos ante un largometraje documental que obtuvo un premio a la mejor obra en su género en el Festival de Cannes versión 2016 y otros varios premios durante esta temporada (2017). Con un tono dramático, reforzado por muchas citas en blanco y negro, utilizando entrevistas del grupo de cineastas (Andrade, Couthinño, Dahl, Diegues, Dos Santos, Lima, Hieszman, Nieves, Rocha, Saraceni), se describe a la generación de audiovisualistas que cambió la forma de filmar en los años ’50, mostrando la voluntad de registrar un cine específicamente latinoamericano, y en este caso brasileño.
Una edición poderosa, argumentada por el director en ideas que luego se reflejan en imágenes y en obras, van revelando al público el ideario de esta corriente. Un anhelo de jóvenes realizadores, que quisieron retratar la realidad social con una cámara inquieta, urbana, que corría una y otra vez al lado de los personajes, filmando al aire libre y con luz natural, y cuya imagen icónica es la carrera de un solitario en mitad de la calle, teniendo atrás a los autos. Una metáfora de la soledad de los realizadores que querían ser vistos por el público, pero que se estrellaban con el conformismo de su país. Un Brasil que evolucionaba desde el nacionalismo de Getulio Vargas a las novedades de Joao Goulart, que lógicamente despertó el entusiasmo del grupo, que ya lideraba Nelson Pereira dos Santos («40 grados», 1955), y quienes pasan de concebir piezas individuales, a exhibir un creciente afiatamiento y convergencia entre todos ellos.
La esperanza de un cambio, en el cual tampoco la violencia está descartada, la refleja muy bien Eryk Rocha, hijo del cineasta Glauber Rocha, uno de los fundadores de la corriente, y también el más políticamente situado en el movimiento y que facturó dieciocho películas, empezando con «Dios y el Diablo en la tierra del Sol» (1964), que miraron al Brasil que se manifestaba disconforme. Por ello el director, su hijo, sintetizó al grupo diciendo que el Cinema Novo era una tendencia estética del cine brasileño, que: “propuso una representación revolucionaria del país”.
El Cinema Novo acogió muchas influencias: el neorrealismo italiano, el cine soviético, el cine estadounidense de espectáculo, y el movimiento francés Nouvelle Vague, pero con un lenguaje propio que terminó triunfando en la crítica. Precisamente, porque llamó la atención en Francia se posibilitó un memorable encuentro en esa nación, donde realizadores de uno y otro lado del Atlántico se conocieron y dialogaron.
La síntesis y la pluralidad de enfoques y directores lo hizo un cine auténticamente brasileño, cuyas bases algunos colocan en el «Manifiesto Antropológico», de 1928, cuando un grupo de intelectuales proclamó la necesidad de un arte propio para el país. Peor, pasaron años para que se filmara a Brasil, a sus conflictos y a sus violencias, a sus esperanzas, al hombre común y corriente como pescadores, trabajadores, jornaleros pobres y algunas veces negros. También, tuvo un enfoque regional, mostrando las realidades de una república muy diversa.
Pero en toda esta producción la constante fue la realidad social y la presencia de la violencia como un elemento estructural de Brasil, y también de Latinoamérica. Se ven las relaciones de opresión como algo que combatir estéticamente, y los autores reflexionan y co gestionan sus guiones y direcciones desde diferentes ópticas, acercando una forma revolucionaria de filmar como un diálogo con las transformaciones que esperan en la sociedad. Como dicen en uno de los diálogos del largometraje, el resultado fílmico es un resultado: “básicamente, revolucionario de un proceso de formación cultural”.
Las obras producidas determinaron su fama en ultramar, pero si 1962 fue el año en que Europa descubrió al Cinema Novo, 1964 fue su punto de inflexión. El golpe militar, la censura, la dispersión y el fracaso político de Joao Goulart (1961-1964), quien promovía cambios al impuesto a la renta, una reforma agraria y la reinversión forzada en Brasil a las multinacionales, implicaron el cese de la creación colectiva, en adelante, como se dice en el documental, seríamos individuos, ya no un colectivo.
De todas maneras, se creó Diflim, en 1965, que difundió las películas en el circuito de cines. Pero, paradojalmente, junto con el triunfo estético, vino la derrota del movimiento popular, que se transformó en la derrota de los sueños de los cineastas, que siguieron con sus películas, pero ya no volvieron a experimentar la voluntad creativa de forma colectiva. La sombra de Castelo Branco, el sucesor militar, fue lo suficientemente poderosa para prolongarse mucho más tiempo, a través de filmes que llegaron a los ’70 y conservaron aquella impronta de rebeldía inicial.
Cinema Novo (2016). Largometraje documental, dirige Eryk Rocha. Entrevistas a Joaquim Pedro de Andrade, a Carlos Diegues, a Gustavo Dahl, a Nelson Pereira dos Santos, a Eduardo Couthino, a Walter Lima Jr., a Ruy Guerra, a Leon Hieszman, a David Neves, a Glauber Rocha, y a Paulo Cesar Saraceni.
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