Este relato nos sumerge en una arquitectura extremadamente premeditada. Durante la lectura nos enfrentamos a una especie de espiral, donde como receptores se es imposible salir. Por orden del cansancio, no sería raro abandonar el libro, pero para el que continúa, la narración tiende a dejar una sensación de claustro, de afiebramiento.
Por Victoria Donoso Ruiz-Tagle
Publicado 17.08.2017
Bouvard y Pécuchet (1881), del autor realista francés, Gustave Flaubert (1821 – 1880), entrega un mundo de especulaciones en las cuales la mente del lector podría divagar en algunos espacios que se mantienen sin respuesta. Publicado por Mondadori, en la serie Grandes Clásicos (tapa dura, sobrecubierta ilustrada), el autor narra la vida de dos copistas que se retiran al campo e incursionan en las diversas ramas del saber.
La obra, prologada por el crítico literario español Jordi Llovet, la constituyen dos volúmenes: el primero es una especie de prefacio narrativo para el segundo, una copia de todo lo estudiado por los protagonistas en los años anteriores.
Este relato nos sumerge en una arquitectura extremadamente premeditada. Durante la lectura nos enfrentamos a una especie de espiral, donde como receptores se es imposible salir. Por orden del cansancio, no sería raro abandonar el libro, pero para el que continúa, la narración tiende a dejar una sensación de claustro, de afiebramiento. Llovet plantea la siguiente metodología utilizada por Flaubert: “Afán de saber, búsqueda de documentación, estudio, aplicación del conocimiento en el terreno de la práctica y la vida cotidiana, fracaso, renuncia y, finalmente, deseo de entrar en una nueva órbita del saber.” Así, en una especie de espiral, la lectura muestra lo que subyace al relato primo. Borges lo reconoce de la siguiente manera: “el universo es inconocible, por la suficiente y clara razón de que explicar un hecho es referirlo a otro más general y que de ese proceso que no tiene fin nos conduce a una verdad ya tan general que no podemos referirla a otra alguna; es decir, explicarla. La ciencia es una esfera finita que crece en el espacio infinito; cada nueva expansión le hace comprender una zona mayor de lo desconocido, pero lo desconocido es inagotable.” El lector puede intuir en la lectura de Bouvard y Pécuchet, que Flaubert lo ha enclaustrado en este espiral eterno, donde la desesperación se acrecienta en cada capítulo de la novela (al menos, la propia).
Otro de los puntos que denotan el extravagante espacio creado por Flaubert es la concepción del tiempo. Incluida al final del volumen II, la cronología propuesta por el autor ha sido ampliamente criticada por no presentar una correspondencia real con el tiempo cronológico – acaso, otra de las trampas de Flaubert-, sin embargo, y tal como lo plantea Borges de nuevo: “en un libro tan poblado de circunstancias, el tiempo, sin embargo, está inmóvil…”, no ocurre nada. El desenlace, en una macro forma de espiral, vuelve al inicio: Bouvard y Pécuchet encargan un pupitre doble para reemprender su trabajo como copistas.
Una última capa de la novela nos entrega la discusión sobre la estupidez humana y su representación en los personajes. A la misma forma que don Quijote y Sancho Panza, Bouvard y Pécuchet tienden a presentar una dualidad en cuanto a su estupidez. Parece falsa a ratos, en otros se muestra de un sopetón. Tienden, también, a crear un lazo con el lector, quien habita su vida domestica, su vida privada. En muchas ocasiones, su estupidez recae en la misión absurda de emprender el conocimiento de diferentes ciencias, pero el mismo Flaubert alude en su correspondencia que ha tenido que leer más de mil quinientos libros para escribir su novela. Así, la figura del autor se refleja en los personajes. Las mismas misiones que comienzan ellos, fueron estudiadas en la biblioteca de Rouen, por Flaubert, durante años.
En esta novela, los elementos que se presentan conforman, en cierta medida, un universo complejo -el espiral, la arquitectura, el tiempo inmóvil, el espacio infinito, el reflejo y el espejo-, unido a una retrato de la realidad casi exacto, donde lo cotidiano llega hasta el contagio de enfermedades venéreas. Un relato que pareciera aburrido y superficial, donde subyace, sin embargo, una magistral unión entre un universo extravagante y una realidad en su faceta más manifiesta.