«El barbero de Sevilla», elenco estelar en el Municipal de Santiago: El héroe se llamó José Miguel Pérez-Sierra

Tal como se anunció en el texto anterior dedicado al estreno internacional la figura de la jornada fue el director musical español: desde la obertura brillante con una Orquesta Filarmónica técnicamente aceitada, con un equilibrio en el sonido de los distintos instrumentos, incluidos los solos de los vientos, siguiendo las indicaciones de tempo y estilo del conductor. El experto rossiniano hispano, así, nos brindó una ópera con niveles dinámicos controlados y un ritmo que hizo sudar y trabajar los diafragmas de los cantantes.

Por Jorge Sabaj Véliz

Publicado el 28.9.2018

El miércoles 26 de septiembre asistimos a la función de estreno del elenco estelar del quinto título de la temporada de ópera 2018 del Teatro Municipal de Santiago: El barbero de Sevilla (1816), del compositor italiano Gioachino Rossini (Pésaro, 1792 – París, 1868).

Tal como se anunció en el estreno internacional el héroe de la jornada fue el director musical español José Miguel Pérez-Sierra, desde la obertura brillante con una orquesta técnicamente aceitada, con un equilibrio en el sonido de los distintos instrumentos, incluidos los solos de los vientos, siguiendo las indicaciones de tempo y estilo del conductor. Este experto rossiniano nos brindó una obertura perfecta que se llevó calurosos aplausos. El ímpetu se mantuvo durante toda la ópera con niveles dinámicos controlados y un ritmo que hizo sudar y trabajar los diafragmas de los cantantes. Al finalizar la entrega fue ovacionado.

El elenco estelar incluyo a solistas chilenos ya conocidos por el director musical por su participación en otras óperas del compositor italiano como La cenicienta y La Italiana en Argel, ésta última también dirigida por José Miguel Pérez-Sierra. EL tándem nacional estuvo compuesto por:

Patricio Sabaté, barítono (Fígaro): Nos entregó un Barbero convincente actoral y musicalmente. Desde la difícil entrada en escena con la conocidísima aria Largo al Factotum con notas agudas abiertas y timbradas, algún adelantamiento en los primeros melismas fruto de la ansiedad, con buenos graves y agudos, y un centro que por momentos se perdía dada la dificultad de declamación y el exceso de texto, lució con una vestimenta sencilla y colorida y un peinado a la gomina. Fue por lejos quien llevó el peso dramático de la obra dada su predisposición actoral, evidentes estudios teatrales y vasta y dilatada experiencia sobre los escenarios (calculo que por lo bajo deben ser al menos 20 años cantando, ininterrumpidamente, como solista). Todo esto volcado a un papel que forma parte de su repertorio habitual, me refiero a Rossini, como barítono bufo. Gracias a su carisma, simpatía y trabajo se ganó al público desde la entrada y eso le permitió salvar con tranquilidad la jornada.

Santiago Ballerini, como el Conde de Almaviva, el tenor lírico ligero argentino hizo gala de la presencia escénica del típico trasandino que no se achica, esta actitud ayudó a darle prestancia e importancia a su papel pero por momentos lo desconectó del resto del elenco. Fue el solista que mejor leyó musicalmente (su formación como pianista ayuda en este sentido) al director musical y obtuvo provecho de esa lectura sacándole partido al fraseo musical orquestal. Sus virtudes como tenor lírico lo llevaron a sobre-destacar sus brillantes agudos en desmedro de una interpretación belcantista estilísticamente más equilibrada, su punto débil, compartido con el resto del elenco, fue la interpretación a tempo de las coloraturas en los melismas. Junto con Fígaro fueron los que más se acercaron al estilo requerido.

 

 

Evelyn Ramírez como Rosina, en la tónica del elenco destacó por una poderosa voz de mezzo con graves y agudos bellamente timbrados, una complicidad evidente con Sabaté e incluso con Sergio Gallardo. En su desempeño dramático, supo darle el toque inocente y pícaro a su personaje y alcanzó la comicidad en momentos específicos como cuando bailó con Fígaro emulando una cueca, en su aria una voce poco fa, y al color brillante y poderoso de la voz se le contrapuso una falta de flexibilidad y ligereza en las coloraturas, lo cual la alejó del estilo bel cantista de canto, también le faltó presencia en los concertados.

Sergio Gallardo como Don Bartolo. Sergio Gallardo así como Evelyn Ramírez son los cantantes chilenos con más papeles en la temporada de ópera 2018, de seis operas participaron (rán) en cuatro cada uno, lo que da cuenta de su gran versatilidad, trabajo, trayectoria y de la falta de barítonos y mezzos en Chile que puedan o sean elegibles para reemplazarlos. Quizá este sea el papel más difícil de la temporada para el barítono porque requiere un estilo de canto (belcanto) extremadamente difícil y que en el mundo está entregado a especialistas o a cantantes muy dotados (como María Callas o Leo Nucci). Con trabajo y dedicación, más un cuidado responsable de su voz ha sabido salir airoso de estos desafíos esgrimiendo, como mayor virtudes, su carisma actoral y voz en la plenitud de su capacidad que no le falla. El representar a un viejo ya le representa un escollo mayúsculo, si a eso le sumamos peluca, exceso de maquillaje, un traje barroco, la obligación de constantes desplazamientos, el camino se pone cuesta arriba, pero el meollo del asunto es la especial cualidad de ligereza, flexibilidad y a la vez presencia que para el estilo rossiniano requiere tener el cantante y que lo hizo escucharse incómodo en algunos dúos y arias donde no pudo seguir el ritmo de la dirección.

Marcela González como Berta, exhibió su bella presencia escénica aun cuando el papel iba en un sentido opuesto y su gran material vocal con el cual se lució en su pequeña aria del segundo acto. Si bien es destacable su incursión en la comedia u ópera bufa, aún le falta desarrollar con trabajo y estudio, actoralmente, esta faceta en su interpretación.

 

 

Eleomar Cuello como Fiorello destacó por su bello y timbrado material de barítono aunque aún debe soltarse en cuanto a su interpretación dramática, esperemos que en el futuro le den papeles que le permitan mostrar más su material vocal.

Don Basilio tuvo una participación desafortunada con una voz que no dio el ancho más por el estilo que por cualidades intrínsecas. El problema más notorio fue en su aria La calumnia en donde se perdió en al menos tres compases del tempo de la dirección y además al querer hacer variaciones o cadencias, desafinó.

Coro: Con la solvencia vocal acostumbrada y atentos a los juegos y tempos del director, se les vio, eso sí, un tanto más desordenados sobre el escenario que en otras oportunidades.

Vestuario, iluminación, régie y escenografía: En la iluminación destacaron los colores fuerte del fondo como el azul y los claroscuros que denotaban el paso del día, tarde, o la noche. El vestuario fue de un colorido fuerte como el atinado traje de Fígaro, el vestido de Rosina aunque bello parecía sacado de la «pérgola de las flores». La escenografía siguió con la tendencia minimalista con un muy inteligente uso de una casa en puro esqueleto de dos pisos, como una mansión de muñecas gigante que permitía situar la acción simultáneamente en dos planos al mismo tiempo, sobre el escenario y dentro de ella.

La régie incluyó muchos figurines o cuerpo de bailarines, los que actuando como verdaderos mimos danzantes dieron una explicación más allá de las palabras acerca de distintos momentos dramáticos como la presentación del Barbero y su “Botica”. También incluyó al coro masculino como soldados que entraron desde la platea al escenario para luego comportarse de forma ridícula y absurda en concordancia con lo insinuado en el libreto.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

Crédito de las fotografías utilizadas: Edison Araya, del Municipal de Santiago, Ópera Nacional de Chile.