Como esas comedias teatrales livianas de la televisión, o la rosada y limpia realidad en “El joven manos de tijeras” (1990), de Tim Burton, acá se observa un living con diseño moderno de interiores y una muralla falsa con ventanas, donde todo es perfecto y hermoso. Entonces entran a escena cuatro personajes para representar a una «clara» familia chilena de alcurnia, tal vez de apellido vinoso, tal vez de muchas “erres” en su patronímico, tal vez descendientes de hidalgos-españoles-celtíberos-godos, progenie de los enaltecidos por Sergio Villalobos o por Jaime Eyzaguirre debido a su raza, enseñan sus perversiones sexuales como los antiguos mandatarios romanos, imponiendo el trato de patronazgo inquisidor hacia sujetos del pueblo mapuche.
Por Faiz Mashini
Publicado el 3.10.2017
Con una clara evocación al Egon Wolff de “Los invasores”, un texto que desnuda a una familia aristócrata invadida en lo interno de su casa en el choque de clases, esta obra expone la perfidia de una pareja sintomática de aquel pelaje de estirpe y estampa, y el experimento que significa cuando se les enrostra el conflicto del Estado con el pueblo mapuche: el escándalo mismo en amenaza al terrateniente. En el salto de encuentro de clases a disputa territorial, esta pieza es un retrato de los vicios por los cuales se formó nuestra sociedad xenofóbica y sobre los cuales sigue cometiendo sus fechorías. Una comunidad jerarquizada por linaje, que se discrimina a sí misma al no aceptar su propio mestizaje, también se alborota cuando el pueblo indígena reclama lo que se le usurpó.
No es un relato realista lo que nos adentra en la temática. A ratos vemos soluciones como las de Buñuel en el filme “El extraño encanto de la burguesía” (1972) al sumergirse en sueños que contienen otros sueños y mayor sucesión de relatos oníricos que, sin saber si son realidad o ficción, además de la alucinación de los personajes sobre el proscenio, o de la repetición sin sentido o cuando se delata la utilería en una imposible de la realidad con humor hilarante, cuando solo un personaje tiene consciencia de estas rarezas absurdas, rememorando a los «Seis personajes en busca de autor», de Pirandello, o a «Niebla», de Miguel de Unamuno, donde el protagonista no entiende la posibilidad de estar dentro de una novela. En conclusión: la presentación de la situación ilógica.
¿Cuál es el problema, el conflicto del Estado con el pueblo mapuche, la memoria sobre la injusticia frente a los dakota, o ser un esclavo negro perseguido para ser mutilado? ¿Es efectivamente la misma coyuntura encarnada de forma distinta? Pero los dakota, o siux, o nakota, o lakota, diezmados; o los mapuche a los que bautizamos de araucanos; o los selknam a los que llamamos onas.
Este montaje, a través del absurdo, se hace cargo de una disyuntiva puntual con un vaivén confuso de otros asuntos, que son el mismo en diferentes lados en un «tutti frutti» de los oprimidos como alegato post-moderno de justicia primigenia. En resumen: El crimen de Estado puntual, en nuestro contexto, es asimismo un acto delictivo universal repetido a lo largo de la historia. Es necesario cuestionarse si el conflicto catalán, vasco, palestino, irlandés o mapuche también es el mismo. ¿Qué diferencias tienen y qué similitudes?
La muy bien diseñada iluminación pasa de luces neutras y convencionales, a un azul melancólico y oscuro, tiñe la escenografía con un naranjo esquizofrénico, para rematar el montaje con un verde humoso, marcando bien la naturaleza de cada fracción del texto en estados emotivos, de sentido, de ánimo y de delirio. El color, en este caso, traduce muy bien el estado en que como espectadores nos encontramos para inducirnos sensiblemente en la captación de lo que se quiere expresar.
Grandes telones de fondo nos recuerdan un teatro romántico, que en vez de evocar el mundo emocional, reflejan el desvarío y contrapuesto a un segundo telón, que nos lleva al discurso en defensa de la causa puntual, aquí tratada.
La energía puesta en la actuación está muy bien administrada. En una primera instancia, un realismo que se rompe con una exageración caricaturesca, movimientos desarticulados de quienes exponen su historia y fortalecen la sobre extensión del texto, además de bailes que amenizan la obra. Fuerza disparatada para sostener discusiones incoherentes que se adentran en la congruencia de esta familia y un personaje siendo testigo en contrapunto a una calma. Dos más entran a completar o ilustrar la problemática de causa que se desea exponer.
La extraordinaria actuación de Roxana Naranjo expresa a una mujer hueca que se quita una prenda para adquirir la voz de defensa, Nona Fernández expone una intimidad escalofriante de inquietudes sexuales tensionando la situación, Pablo Shwarz nos llena de risas con este reaccionario alterado que se siente invadido y Daniel Alcaíno -en la naturalidad para llevar un personaje-, y quien se afecta atragantado al escuchar lo que pareciera amargarle, en un fluir que cede hasta tomar protagonismo.
La planta de movimiento está diseñada como una pulcra estrategia de juego de ajedrez: vemos desde las butacas el equilibrio compositivo cuando los actores ocupan espacios para hacerse cargo de los textos en esta contextualización de ilusión sobre el escenario, estirando y fortaleciendo la relación entre ellos. El extrañamiento se hace habitual y nos concede comicidad en la consciencia e inconsciencia de los personajes.
Hay un tema que hace ver el problema con delicadeza, y es como se devela la presentación del contenido final. Da la sensación de que se asume un terrorismo validado en su actuar por defensa, y esa pequeña línea hace una diferencia enorme. Dos casos distintos pero relacionados se contextualizan, el de Matías Catrileo y el de Luchsinger-Mackay.
En la ambigüedad del segundo caso, en la posibilidad incluso de un “montaje” donde hay beneficiados y un intento de culpar sin fundamentos y ningún sentenciado, me parece complejo suponer que hay un “terrorismo válido” instalando la figura de un mapuche terrorista como héroe o mártir, a cambio de un hombre estudioso, justo y preclaro, quien peleó por resistir a la opresión del Estado en democracia (Catrileo).
En realidad, estamos frente a una lucha que aspira a ser legítima y justa, y que anhela dejar de ser confundida, con la irracionalidad de un terrorismo válido o inválido. En otras palabras, lo que es una manifestación de identidad y deseo de auto gobernación impedida por Chile, y no una reacción rebelde por osmosis.
Invito a ver esta obra. Es una buena excusa para empezar a adquirir consciencia cuestionando lo que nuestro Estado hace en la persecución de un pueblo por el beneficio de cierto fragmento del Chile poderoso.
Ficha técnica:
Compañía: La pieza oscura
Dirección y dramaturgia: Marcelo Leonart
Elenco: Daniel Alcaíno, Nona Fernández, Roxana Naranjo, Pablo Schwarz, Caro Quito, Felipe Zepeda
Diseño sonoro: Miguel Miranda
Diseño de iluminación: Andrés Poirot
Diseño de escenografía: Catalina Devia
Producción: Francisca Babul
Funciones desde el 30 septiembre al 28 octubre de 2017
Miércoles a sábado a las 20:30 horas
Edificio A, piso 1, Sala A2 del GAM
Valores de las entradas: $6.000 preventa general, $3.000 preventa estudiantes y tercera edad, $8.000 general, $4.000 estudiantes y tercera edad
Dirección: Avenida Libertador Bernardo O’Higgins Nº 227, Santiago
Crédito de las fotografías: Centro Cultural Gabriela Mistral