¿Por qué leer un clásico en pleno siglo XXI?: La fascinante novela «Moby Dick» de Herman Melville

Este título -uno de los mayores que ha entregado el genio literario estadounidense- debo advertírselo al lector, es bastante extenso, un poco más de quinientas páginas, pero se lee rápido, sus descripciones son por lo general amenas, guarda un profundo simbolismo existencial y su prosa es muy ágil y accesible.

Por Sergio Inestrosa

Publicado el 1.10.2018

Herman Melville nació en Nueva York el primero de agosto de 1819 (al igual que Walt Whitman) y murió en esa misma ciudad en 1891 a los 72 años de edad. Melville fue criado en el seno de una familia presbiteriana y la influencia de la religión se puede ver en toda la novela. Al arruinarse los negocios familiares el autor desempeñó diversos trabajos, entre otros fue profesor, marinero y trabajador de la aduana de la Gran Manzana.

Melville es considerado como uno de los grandes escritores norteamericanos del siglo XIX, que dicho sea de paso, es una centuria que dio grandes figuras literarias como Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawthorne, Emily Dickinson, Walt Whitman y tal vez podríamos incluir a Mark Twain y Henry James, aunque ambos murieron ya empezado el siglo XX.

Moby Dick fue publicada en 1851. La novela abre con un apartado donde se nos muestra la etimología de la palabra ballena y una recopilación de citas sobre el tema, desde el Génesis hasta Darwin, pasando por Montaigne, Shakespeare e incluso relatos de antiguos balleneros.

La novela está además dedicada a Nathaniel Hawthorne, otro famoso escritor estadounidense de esa época y dice así: “como muestra de apreciación por su genio».

La obra se encuentra narrada en primera persona por el personaje llamado Ismael; así la novela comienza diciendo: “Llámenme Ismael”, lo cual contiene un simbolismo bíblico, que por otra parte es una de las características en toda la ficción.

La trama más o menos se puede resumir de la siguiente manera: el marinero Ismael llega al puerto de New Bedford, Massachussets, buscando empleo en un barco ballenero.

Se detiene en la posada del “surtidor” donde conoce a un arponero aborigen, de las islas del mar del sur, llamado Queequeg, con quien traba amistad y a quien toma por compañero para buscar un barco ballenero. Ambos viajan a la isla de Nantucket, en busca de esa oportunidad. En el puerto se halla anclado el barco ballenero “Pequod” (que dicho sea de paso es el nombre de un grupo de nativos de esta zona de Nueva Inglaterra, que lucharon contra los colonizadores europeos hasta casi su total extensión; es un hecho famoso la Guerra de Pequod entre los años 1634 y 1638), contratando tripulantes para hacer un viaje que tiene como objetivo el dar caza a la ballena blanca llamada Moby Dick.

El capitán de este barco se llama Ahab y quiere vengarse del daño que en un encuentro anterior le causó Moby Dick. Cuando Ismael lo ve, se siente poseído; el capitán Ahab ha recorrido los mares, durante muchos años, cazando ballenas y es una figura legendaria.

A través de momentos de bonanza, tormentas y huracanes, el “Pequod” navega por el Atlántico, rodea Sudamérica (no existía aún el Canal de Panamá), pasa el Cabo de Hornos, y se adentra en el Océano Pacífico. Pasan junto a barcos náufragos, a barcos balleneros rivales y junto a otras embarcaciones que les dan noticias de la ballena blanca. Al fin la divisan, monstruosa, blanca y terrible, empieza la alocada caza de tres días para capturarla. Moby Dick se vuelve, brama, y ataca, embiste y golpea, nada bajo el barco, lo azota con su poderosa cola, lo rompe y destruye.

Mientras el barco se hunde, llevando a Ahab y a toda su tripulación a la muerte, un ataúd de madera, que estaba en el barco, flota como si fuera un corcho; de este se agarra Ismael cuando se produce la catástrofe final y, como es de esperar, solo Ismael se salva. El segundo día Ismael es rescatado por el «Raquel», que había retrocedido “en busca de sus hijos perdidos y que se encontró un huérfano”.  Con estas palabras Ismael da por terminada la narración.

La novela puede leerse de muchas formas: como un libro de aventuras que narra la búsqueda fanática de la venganza por parte del capitán Ahab en contra de Moby Dick; se puede apreciar también como un tratado sobre el mar, barcos y cetología; como un poema épico escrito en prosa; o también, a semejanza de los Evangelios, como un largo prólogo para llevarnos a contemplar el evento final donde se resuelve toda la trama.

Este título, debo advertírselo al lector, es bastante largo, un poco más de quinientas páginas, pero se lee rápido, sus descripciones son por lo general amenas y su prosa es muy ágil.

Es interesante resaltar aquí la forma de narrar de Melville; la novela abunda en lujo de detalles, el autor no escatima páginas para contarnos lo que ve, sus sensaciones y emociones; esta forma de narración casi sería impensable en nuestra época, donde queremos todo rápido, comprimido; queremos saber lo que ocurre, pero lo queremos saber de prisa. En nuestra época, hemos perdido el gusto por el detalle, por el proceso por el cual se llega a ese fin que se busca conocer y solo estamos interesados en el resultado. Ya lo dijo el escritor checo Milan Kundera, la prisa nos devora, no tenemos tiempo que perder, necesitamos movernos a la siguiente actividad; nos aburre los que no tiene vértigo. La época en que vivimos está caracterizada por el ritmo enloquecido en que hemos entrado de mano de la tecnología.

Hago votos estimado lector o lectora para que no se desanime ante el grosor del texto y se siente a disfrutar esta entretenida novela, una de las más importantes de la narrativa estadounidense, quizá después pueda ver la película (si es que no la ha visto aún, del realizador John Huston y que data de 1956) y sacar sus propias conclusiones.

 

Sergio Inestrosa (San Salvador, 1957) es escritor y profesor de español y de asuntos latinoamericanos en el Endicott College, Beverly, de Massachusetts, Estados Unidos.

 

El escritor estadounidense Herman Melville en 1860

 

 

La primera edición de la novela «Moby Dick», de Herman Melville (Nueva York, 1851)

 

 

 

Crédito de la imagen destacada: El actor Gregory Peck en un fotograma del filme Moby Dick (1956), de  John Huston.