Relatos de «En el hotel cápsula», de Lucía Puenzo: Cómo viajar sin moverse

La narradora y cineasta argentina construye un volumen en donde el viaje es una experiencia que aborda al lector desde la mirada del otro, del escritor capaz de (re)crear, más allá de las descripciones geográficas concretas, percepciones, colores, olores y sabores que se degustan sin la necesidad física de desplazarse del espacio propio que ofrece el libro como objeto. Así, este es el mayor acierto de la autora: lograr una bitácora personal y compartida de la cual no quedarán más registros que los anidados directamente -a través de la ficción- en la memoria.

Por Francisco García Mendoza

Publicado el 14.10.2018

La escritora y cineasta argentina Lucía Puenzo (Buenos Aires, 1976) publica el libro de cuentos En el hotel cápsula (Mansalva, 2017). El volumen está compuesto por tres textos que hacen referencia a un país específico a donde la protagonista llega con algún interés cinematográfico. El relato que le da nombre al libro se desarrolla en Japón y la narradora da cuenta del imaginario de una ciudad en donde las personas son simplemente engranaje del desenfrenado progreso metropolitano. La población vive en un estado de enajenación permanente y eso queda en evidencia en las contradicciones (alto consumo, alto suicidio, por ejemplo) que va registrando su protagonista en una sociedad capitalista y a la vez tradicional: “Las japonesas jugaban a ser aniñadas, pero tenían fama de demonios en la intimidad. La gente no se tocaba en las calles, en quince días no había visto una sola pareja caminar de la mano o besarse en público (a menos que fueran extranjeros), pero en muchos baños públicos había máquinas expendedoras que por cinco yenes entregaban pequeños tubos de plástico de colores estridentes, que escondían en su interior tangas usadas por adolescentes niponas” (75). El fetichismo de la ropa interior usada y todas las sensaciones que en los hombres despiertan son finalmente el reemplazo de la mujer real, imposible casi de hallar, en una ciudad en donde las madres de familia se prostituyen cuando sus esposos trabajan y los hijos van a la escuela para satisfacer, de paso, sus altas necesidades consumistas.

“Tai Toom” es el cuento que abre el volumen y es Tailandia el escenario a donde su protagonista llega invitada a un importante festival de cine: “La sensación que tuve de entrada es que todo lo que había pasado desde que bajé del avión era una broma” (11). Esa primera impresión es quizá la que sitúa al lector en el espacio en donde el binarismo hombre/mujer es más bien una ficción occidental. Los kathoey son el tercer sexo en la sociedad y su aceptación tiene que ver con su protagonismo en los mitos fundacionales tailandeses. En su primer encuentro, la narradora comenta: “La risa de la moza me llamó la atención: era demasiado grave para la delicadeza de su cuerpo. Alcanzaba con mirarla bien para ver que, aunque se hubiera pasado la vida borrando los rastros del chico que había sido, todavía quedaba cierta virilidad -casi imperceptible- en sus facciones, sobre todo en la mandíbula y en las manos (…) de acuerdo al ángulo en que la mirara, la moza, que ahora se inclinaba sobre mí para acomodar los cubiertos, resultaba femenina, masculina o andrógina” (15-7). Las nociones de normalidad cambian cuando se afirma que efectivamente, en el origen, Dios creó al hombre, a la mujer y al transexual.

La narradora conoce a Tai -después se enterará que su nombre original es Tiano- un chico argentino de 19 años e hijo del embajador que de niño le insistió a su padre que su cuerpo y su identidad no coincidían: “A los siete años lo convenció de que lo dejara comer en la cocina. Lo convenció a la fuerza, de tan salvaje que era, salvajemente amanerado: les decía a los invitados que le gustaban las muñecas, bajaba a cenar con los labios pintados, o las uñas, o un vestido de su mamá. Hicieron un trato: mientras nadie lo viera, era libre” (27). Tai se prende a Maha, el hijo del rey, un hombre treinta años mayor y en quien el muchacho encuentra cierta estabilidad afectiva y emocional carente en su etapa de transición; a los 15 años Maha le dijo decididamente, en un acto performativo que recuerda al bautismo: “Tiano no existe acá… Existe Tai” (31). En el desarrollo de la historia, aparecerá Nong Toom, boxeadora tailandesa de renombre internacional, que provocará en Tai una suerte de epifanía al observarla resignificar el insulto arriba del escenario: “Con los labios pintados de rojo y los puños en alto, Toom amenazó al cuadrilátero sonriéndole a los que le insultaban. Maquillarse era algo que hacía desde que empezaron las burlas, una provocación que los enloquecía a todos (arriba y abajo del ring)” (43).

Finalmente, el cuento “Cohiba”, el menos relevante del libro, cuyo escenario es Cuba, tiene que ver con la asistencia de su protagonista a un seminario en donde García Márquez imparte un curso en donde la tarea de los seminaristas consiste en hallar en La Habana una buena idea para un texto con cuyos derechos el autor del Boom se quedará.

De esta manera, Lucía Puenzo construye un volumen en donde el viaje es una experiencia que aborda el lector desde la mirada del otro, del escritor capaz de (re)crear, más allá de las descripciones geográficas concretas, percepciones, colores, olores y sabores que se degustan sin la necesidad física de moverse del espacio propio que ofrece el libro como objeto. Es quizá este el mayor acierto y logro de la escritora argentina al publicar En el hotel cápsula, un viaje personal y compartido del que no quedarán registros más que los que se anidan directamente -a través de la ficción, por supuesto- en la memoria.

 

Francisco García Mendoza (1989) es escritor y profesor de Estado en castellano y magíster en literatura latinoamericana y chilena titulado en la Universidad de Santiago de Chile. Como creador de ficciones, en tanto, ha publicado las siguientes novelas: Morir de amor (2012) y A ti siempre te gustaron las niñas (2016), ambas bajo el sello Editorial Librosdementira.

 

Los cuentos de «En el hotel cápsula», de Lucía Puenzo (Editorial Mansalva, Buenos Aires, 2017)

 

 

 

Crédito de la imagen destacada: Lucía Puenzo por El Planeta Urbano (http://elplanetaurbano.com/).