El presente es un montaje dramático valiente y agradable, con un discurso que resulta necesario tematizar y una puesta en escena atractiva e ingeniosa. Decididamente se trata de una obra de la cual hay que sacar lecciones, una moraleja si se quiere, un alegato inteligente y bellamente tratado, en suma, una tarea para la casa.
Por Masiel Zagal
Publicado el 7.11.2018
Les Solidàries (o Las solidarias) es una obra enmarcada en el teatro político y feminista. Eso el espectador lo sabe apenas ve anuncios y fotografías del montaje. Existe por lo tanto, previo a ver la obra, una especie de temor al panfleto y a la obviedad del discurso, que claramente ya sabemos que tratará sobre la lucha histórica de la mujer y las violencias machistas. Ese temor se esfuma cuando la obra ya ha empezado, no porque no sea panfletaria, sino porque el temido y desdeñado panfleto se transforma en un formato coherente utilizado como telón de fondo a la poesía dramatúrgica y física. Es la regla del juego y el espectador entra en ella sin mayor dificultad que la que podría imponer las susceptibilidades patriarcales, políticas y canónicas (una cosa simple).
La obra pertenece a la compañía valenciana A Tiro Hecho que actualmente se encuentra haciendo una gira por Chile, presentándose en teatros de Santiago, Valparaíso, Talca y Puerto Montt. Las solidarias –cuyo nombre deriva del movimiento anarquista español ‘Los Solidarios’- es dirigida por Carla Chillida, quien también actúa acompañada de Margarida Mateos, Julia Martínez y Yarima Osuma, todas con un talento indudable, tanto por la representación como por la destreza y coordinación física que ocupan gran parte de la obra.
En su generalidad, la puesta en escena puede ser diferenciada en dos partes que no son excluyentes entre sí pero bien podrían ser obras diferentes, dramatúrgicamente hablando. La primera opera como antesala de la que sigue, una radiografía dolorosa de la opresión que aún seguimos viviendo las mujeres, para luego adentrarse en la lucha histórica y lo mucho (¿o poco?) que ha logrado.
En la primera parte la obra nos hace experimentar distintas situaciones de violencia machista, a través de una propuesta abstracta tipo collage, donde el público se ve llamado a posicionarse ética y críticamente frente a situaciones que se saben cotidianas, como el racismo, el acoso callejero, la angustia de la maternidad, la violación, la culpabilidad femenina, el amor lésbico y el micromachismo naturalizado. Según mi perspectiva, como amante del teatro y de la poesía, creo que es en esta primera parte donde la obra alcanza su mayor y mejor dosis poética. Los monólogos en coro, el lenguaje corporal y las interrogantes despertadas son recursos profundamente poéticos que las actrices saben mantener en el clímax, alcanzando una belleza conmovedora. Entre tantas otras cosas cautivantes, no pude dejar de notar la enorme complicidad que siempre prima en escena, las actrices y sus personajes están tan conectadas entre sí que a pesar del caos todo parece estar en su sitio, no hay espacio al error porque hasta la torpeza se ve bella y hasta los movimientos más osados son enfrentados con nervios de acero. Las imágenes juegan un rol principal, por supuesto, y acá tenemos una escena hermosa donde una mujer completamente desnuda trata de reincorporarse en un piso lleno de jabones, claramente resbala, y de tanto caer se forma una danza. Nunca dejando de lado la denuncia, una denuncia audaz que no teme a ser chocante ni a ser juzgada de ‘cuática’. Un panfleto inteligente y bellamente tratado.
La segunda parte de la obra es problemática teatralmente pero certera históricamente hablando. Esta pieza se centra en las mujeres libertarias que lucharon durante la Segunda República y la Guerra Civil española, pero que fueron invisibilizadas por la historia oficial -‘escrita por y para hombres’- que desconoce su rol emancipador no sólo para el género, sino también para el anarquismo y los movimientos de izquierda. A través de estos relatos se hace una reivindicación de las antiguas feministas –término que se nombra con tanta nostalgia en nuestro país- que no temieron tomar las armas ni incursionar en la política hasta conseguir derechos humanos fundamentales para la mujer y preparar, aunque sea un poco, el camino de la actual generación. Dije que era problemática teatralmente por varias razones, entre ellas porque los atriles con rostros y nombres de mujeres pueden generar una saturación visual, especialmente en un público que no reconoce el contexto ni los nombres que nos muestran; también porque en esta parte la obra cobra una función expositiva que pierde el ritmo poético del que hablé al comienzo; también porque se extiende en el tiempo que un público común está dispuesto a espectar (qué lástima que no exista esa palabra, quise decir ‘ser espectador de’) una historia. Una historia que, sin embargo, merece ser tratada así, con peras y manzana, porque poco se ha hablado de ella. En esta parte se muestra de manera exhaustiva la lucha y resultados de las mujeres libertarias de España en la década del ’30. A ninguna nación esa historia debería parecerle desconocida o ajena. En Chile, en aquellos mismos años, existió el MEMCH (si no sabe lo que es, por favor googléelo) y si bien no tomó las armas, sí logró un movimiento feminista emancipatorio en todo el país, que iba más allá de reclamar el voto universal, sino también a exigir el divorcio y el aborto libre (¿sabía usted que por aquellos años el aborto terapéutico era legal en Chile y luego se volvió a prohibir?). Como ya podemos entender o intuir que nuestra historia es cíclica, una se pregunta ‘¿cuántas veces volvemos a empezar?’ y es posible que esta segunda parte de la obra nos sugiera que si bien no se empieza desde cero, ya se ha transado demasiado.
Habiendo dicho lo anterior, me queda sólo resumir que Les Solidàries es una obra de teatro valiente y agradable, con un discurso que es necesario tematizar y una puesta en escena atractiva e ingeniosa. Decididamente es una obra de la que hay que sacar lecciones, una moraleja si se quiere, un panfleto inteligente y bellamente tratado. Una tarea para la casa.
Masiel Zagal (Rari, Región del Maule, 1984) es cuentista y dramaturga. Autora de textos teatrales tales como Avenida El Dique, Lucila la niña que iba a ser reina y La mujer quebrada, el volumen de relatos que conforman La gran intemperie (Editorial Puebloculto, Curepto, 2018) es su primer libro publicado. De formación es profesora de castellano y magíster en humanidades de la Universidad de Talca, en una vocación intelectual y creativa donde se conjugan el cultivo de la literatura y de las artes visuales.
Crédito de las fotografías utilizadas: Compañía A Tiro Hecho.