Las páginas de este volumen reflejan el estado actual de emergencia: una sensación de cambio que no quiere llegar, un terror a la distopía de Orwell que se ve inevitable, un poco de respeto al pasado, al constante olvido del valor de la palabra, en una época en la cual ya no se discute sobre la poesía o el infinito, y donde Dios ha muerto hace mucho tiempo y no genera nada su «nombre».
Por Jorge Cocio Sepúlveda
Publicado el 10.11.2018
“Como un ángel pálido entra el hijo en la casa vacía de sus padres”.
Georg Trakl
En el curioso libro de Emile Ciorán, El aciago demiurgo, se dibuja la siguiente frase: “sueño con una lengua en las que las palabras, como los puños, rompiesen las mandíbulas”. Y es que al terminar de leer el último libro de Camilo Ortiz (San Carlos, 1966) titulado Vergüenza no hizo más que acordarme de esas palabras del pesimista profeta, porque la primera sensación que puedo evocar es una mezcla entre nostalgia de lo que no fue y el poder del arte de acercarse a las cosas con una fuerza inexplicable.
Vergüenza es un texto que continúa presentando temas encontrados en La casa sola, La puta y el poeta y el hijo del notario. Pero acá tenemos una síntesis desde la novela. Un género que el autor no había utilizado hasta la fecha y que para muchos se convierte en un arma de doble filo, porque hacerlo no sólo requiere tiempo, sino también saber narrar desde las entrañas; y al tener la oportunidad de haber leído esta obra mi impresión es que de no haberse hecho de esa manera jamás habría podido concretarse.
Así a través de la historia de tres personajes que están en distintos estados tenemos una visión crítica de la realidad. Y mientras que uno de ellos se ha marginado desde hace tiempo, los demás viven entre su última inocencia y la desilusión de una sociedad que se sumerge en la hipocresía, la apariencia, las tradiciones y un estado de inconformidad más virtual que real, puesto que el tiempo de los ideales ya murió, y solamente vivimos sus consecuencias donde: “el amor se volvió algo tan usual como frágil, a lo sumo era un hábito entre cientos de otros hábitos: algo maquinal”.
¿Pero a qué se refiere el título de esta obra? Desde mi punto de vista su valor reside no en las razones de la vergüenza, sino en que esa palabra traduce mejor la sensación de los protagonistas al estar inmersos en un lugar donde las personas se han negado a sí mismas encerradas en una caverna de la cual nunca van a querer salir. De ahí se puede entender el tema de la locura-alienación que se manifiesta en momentos claves de la historia, pues la necesidad del exilio llega a ser la única opción al presenciar la decadencia de la decadencia.
De esta forma Vergüenza es una obra que refleja el estado actual de emergencia. Una sensación de cambio que no quiere llegar. Un terror a la distopía de Orwell que se ve inevitable. Un poco de respeto al pasado, al constante olvido del valor de la palabra y donde ya no se discute sobre la poesía o el infinito, una época en la cual Dios ha muerto hace mucho tiempo y no genera nada su nombre. Y donde sólo nos quedan vestigios de un pasado de cínicos soñadores como los recuerdos de un aciano al fin del mundo.
Jorge Cocio Sepúlveda estudió filosofía en la Universidad de Concepción (Chile), y además es músico y escritor. Ha desarrollado un proyecto musical concretado en tres discos: “Nada es eterno” (2009), “Preludio de invierno” (2010) y “Frío verano” (2017). Asimismo, ha editado dos plaquettes de poesía: Noche primitiva (2013) y Continente (2017).
Crédito de la imagen destacada: Editorial El español de Shakespeare.