El presente volumen no es solo una fascinante manera de ser parte del flujo de pensamiento que el brillante escritor francés demuestra a través de sus páginas, sino también una forma plausible y filosófica de enterarse de una infinidad de hechos históricos y sociológicos que transforman al texto en un título de alto valor enciclopédico, y donde realiza un convincente trazado monográfico a fin de demostrar su hipótesis decadentista que deviene tragedia.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 15.11.2018
Decadencia. Vida y muerte del judeocristianismo (Paidós, 2018) es la última traducción al español del prolífico, vital, penetrante y polémico Michel Onfray, doctor en Filosofía, fundador de la Universidad Popular de Caen y premio Médicis, entre otros galardones. Decadencia es el segundo volumen del proyecto de escritura en el que se embarcó Onfray y que concibió como una trilogía: “Breve enciclopedia del mundo”.
El primer volumen de su trilogía comenzó con Cosmos. Una antología materialista, pero ya en publicaciones anteriores como Política del rebelde, Pensar el Islam o El cristianismo hedonista, Onfray había dado rienda suelta a su postura caracterizada por su visión hedonista, ética y atea. En Decadencia Onfray realiza un convincente trazado histórico para demostrar su hipótesis decadentista que deviene tragedia. Decadencia no es solo una fascinante manera de ser parte del flujo de pensamiento que el brillante ensayista demuestra, sino de enterarse de una infinidad de hechos históricos, sociológicos que transforman el ensayo en un volumen de alto valor enciclopédico. El índice de nombres y el índice temático son ventajas que se agradecen y facilitan la consulta —permiten acceder a la postura, a veces escandalosa, pero siempre lúcida, informada-, sobre temas que van desde los orígenes del arte hasta el antisemitismo actual.
La escritura oceánica de Onfray nos lleva de la mano por hitos clave como la revolución francesa y, a partir de ahí, nos sumerge en los conflictos actuales con una mirada transhistórica que lo lleva a analizar meticulosamente figuras clave de áreas como la filosofía, el psicoanálisis, las ciencias y la literatura. Por su ojo pasan Freud, Copérnico, Darwin, Hitler. Al acercarse a la figura de Schopenhauer, por ejemplo, su descripción es parlante. Él “es el filósofo de la Voluntad ciega que conduce el mundo, el pensador del arte y de la música, el teórico de la arquitectura entendida como ‘música congelada’, el misógino soltero, el detractor de la democracia, el antisemita declarado que habla de la ‘pestilencia judía’, el enemigo de los profesores universitarios, el budista vegetariano que invita a renunciar a la sexualidad y a la procreación y que, en el mismo orden de ideas, defiende la compasión por los animales…”.
En otros momentos su foco se centra en el origen y la evolución de los pecados, en la emergencia de la noción de bruja en Europa, en los fenómenos de discriminación y expiación, así como en muchísimos otros estudios que ve como síntomas de una trayectoria conducente a la extinción. Onfray ostenta aquí su tono vehemente, directo y hasta procaz, cuando argumenta: “Sin embargo, no hace falta gran cultura para saber que ya no se entierra a ningún faraón en las pirámides egipcias, que los druidas ya no se reúnen en los alineamientos de los megalitos celtas, que ya nadie escala los peldaños del Partenón ateniense para ofrecer sacrificios a Atenea, que no se realizan reuniones del senado en el Foro Romano, que ya no se ofrece ningún corazón humano al dios azteca del sol y que ni siquiera se consagra ya a ningún rey en la catedral de Reims… ¿Es necesario precisar las razones? Porque esas civilizaciones ¡están muertas!”.
El recurrente adjetivo con el que se describe a Onfray (“polémico”), es evidente en párrafos como en el que analiza la figura de Jesús: “La civilización judeocristiana se construye sobre una ficción: la de un Jesús que nunca tuvo más existencia que la alegórica, metafórica, simbólica, mitológica. No existe ninguna prueba tangible de este personaje en su tiempo: en efecto, no se ha encontrado ningún retrato físico, ni en la historia del arte que sería su contemporáneo ni en los textos de los Evangelios, donde no hay ninguna descripción del personaje. Más de mil años de historia del arte le han dado un cuerpo de hombre blanco, un rostro de mirada clara, cabello rubio y una barba bífida, es decir, criterios que informan más sobre los artistas que lo figuran… que sobre el personaje mismo”.
Onfray tiene claro que hemos estado leyendo ficción, la gran ficción cristiana: “La ficción cristiana no habría podido existir si no hubiera recurrido al concurso del arte que primero sirvió para dar cuerpo y figura a un Jesús conceptual, a su supuesta familia, a sus presuntos actos y gestos, a sus hipotéticos encuentros”. Explica: “Lo cierto es que por un pelo el arte pudo no ser lo que fue en Occidente. En efecto, la disputa de las imágenes, con sus iconoclastas y sus iconódulos, puso el judeocristianismo al borde del precipicio…”. Verdaderamente Onfray es de una convicción letal: “Ruinas paganas, ruinas romanas, ruinas revolucionarias, la historia del judeocristianismo sigue la historia de las ruinas que lo acompañan. El agotamiento de la civilización multiplica las ruinas. Las dos guerras mundiales encarnan grandes momentos de nihilismo; arrasan Europa y, además de a los seres humanos, destruyen gran cantidad de ciudades y poblados”.
Cómo no asentir al leer segmentos como el siguiente: “Lo que adviene cuando colapsa la estrella cuya totalidad no es sino polvo de sí misma es potencia. Llamo potencia a esa fuerza ciega que no obedece sino a ese plan ignorado y que no es divino sino cósmico, que nos conduce del ser al no ser. Pues lo que está vivo muere: una estrella y una galaxia, un universo y una especie. Todo obedece ciega e ineluctablemente a ese esquema: nacer, ser, crecer, culminar, decaer, desaparecer. Las civilizaciones mismas están sometidas a ese proceso que afecta todo lo que está vivo y se encuentra en un tiempo y en un espacio. Llamo decadencia a lo que adviene después de la plena potencia y que conduce hacia el fin de esa misma potencia”.
Y cómo no encontrarle la razón cuando selecciona dos novelas clave para cerrar su espléndido volumen, en un acto de conclusión: “La verdad de lo político ya no se concebirá en relación con la ciudad griega de Platón, la utopía de Tomás Moro, el Estado de Maquiavelo, el contrato social de Rousseau, el liberalismo de Montesquieu, la democracia de Tocqueville o el comunismo de Marx, sino con referencia a dos obras de dos novelistas británicos que en pleno siglo XX dijeron todo sobre la sociedad de control y el transhumanismo que constituirán el núcleo duro de la última de las civilizaciones; una civilización que, sin duda alguna, será desterritorializada: Un mundo feliz de Aldous Huxley y 1984 de George Orwell”.
El último párrafo resulta cierta, vívidamente desconsolador: “Tampoco caben dudas de que, como momento final de la potencia, surgirá una nueva religión. Después, ya no quedará sino la nada, la aniquilación de la potencia, el derrumbe del derrumbe. Un puñado de poshumanos sobrevivirá pagando el precio de una esclavitud inédita de masas criadas como ganado. El problema ya no será, como en la actualidad, humanizar los mataderos, sino organizar el matadero en cadena de los condenados de la tierra en beneficio de los elegidos poshumanos. Las dictaduras de esos tiempos funestos harán que las dictaduras del siglo XX parezcan comedias ligeras. Google trabaja hoy en ese proyecto transhumanista. La nada es un destino cierto”.
Nicolás Poblete Pardo es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura, y su última novela publicada es Concepciones (Editorial Furtiva, Santiago, 2017). Asímismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: Editorial Paidós.