Homenaje a Bernardo Bertolucci: «El pequeño Buda», el arte de contar un cuento

El análisis estético, literario y audiovisual del filme donde el maestro italiano -recientemente fallecido- plasmó mediante imágenes en movimiento su concepción religiosa y trascendente de la existencia humana, explicada más abajo a través del estilo característico de nuestro redactor argentino.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 4.12.2018

 

¿Es real la realidad?

¿Es real la realidad? es un conocido libro del teórico y psicólogo austríaco -nacionalizado estadounidense- Paul Watzlawick en donde se plantean diferentes circunstancias que nos hacen dudar acerca de la realidad de lo real. ¿Cómo es esto posible? La simple diferenciación entre una vaso lleno con agua hasta la mitad visto a la vez por un optimista y por un pesimista, estará a la vez “medio lleno y medio vacío”. Los dos dicen la verdad pero la realidad se diluye en una imprecisa línea entre una afirmación y otra. Podemos decir que la línea más que desdibujarse se muestra como lo que realmente es: un cambio sutil desde una visión a otra. ¿Y la verdad? Y la verdad deberá ser compartida entre el grupo de los optimistas y el grupo de los pesimistas. Lo que no tiene sentido -nos dice Watzlavick- es ponerse a discutir sobre el asunto, porque la verdad se ha repartido equitativamente entre ambos. Watzlavick relata, como ejemplo, su paso en los años ’50 por Bombay, y nos cuenta acerca de su encuentro con dos hombres santos de las India que, de haber estado en Occidente, hubieran sido rápidamente catalogados e internados como esquizoides catatónicos… ¿Son esquizoides catatónicos o son hombres santos? ¿Está el vaso medio lleno o medio vacío? Hay que comenzar entendiendo que lo que es verdad y real para un terapeuta occidental, será llamado lo “normal” y que todo lo que se aleje del estado normal que el terapeuta conoce, será patológico: aquel hombre santo, venerado por sus pares, tiene una visión que será distorsionada respecto de lo “normal” de Occidente. Watzlavick, junto al grupo de científicos que se reunieron en la “Universidad sin Muros” de Gregory Bateson en los jardines de la Universidad de Palo Alto, en California, denuncia justamente eso: que Occidente y su ciencia han impuesto una idea de realidad ajustada a la verdad y a lo presuntamente normal que termina siendo una forma muy civilizada -y asumida- de violencia. Con este campo ya definido, la ciencia se ha alejado del problema de la realidad y de la verdad, reduciéndose al simple desarrollo de medios para obtener objetivos determinados. Con esto queremos acercarnos a la idea de que lo que llamamos real no es tan real (sólido, objetivo, inobjetable) como lo sentimos en la vida diaria sino, más bien, el resultado de una construcción de esa realidad que muy bien podría ser otra… y es ese problema el que se afronta en las dos historias en paralelo que se cuentan en El pequeño Buda del recientemente fallecido Bernardo Bertolucci (1941 – noviembre de 2018).

El filme, de 1993, era en cierto modo consecuencia del éxito obtenido con el multipremiado El último emperador de 1987. Bertolucci había demostrado que podía con grandes emprendimientos cinematográficos y grandes presupuestos: más de 35 millones de dólares de aquellos años se pusieron en juego para contar la historia de tres niños considerados como candidatos a ser la reencarnación del recientemente fallecido Dalai Lama, quien, como sabemos, apenas muerto tendría que reencarnar en un nuevo niño que no recordaría nada de su vida anterior, por lo que debe ser localizado en cualquier lugar del mundo (y sometido a una serie de pruebas), ya que el ser humano es uno solo y su nacimiento (y renacimiento) no estará ligado del todo a cuestiones geográficas. Junto a esta historia se les contará a los niños la historia mítica del nacimiento del personaje del Buda a partir de la vida de Siddhartha, “el que trae el bien”.

 

Keanu Reeves en «El pequeño Buda» (1993)

 

La realidad y la verdad

A poco de venir a vivir a la localidad de Reta, sobre el Atlántico que baña a la provincia de Buenos Aires, ocurrió un eclipse total de luna, pero con una característica muy especial: la luna asomaría del mar en pleno proceso de eclipse. De modo que se podía ver una gran bola rojiza y algo siniestra, salir del horizonte. No obstante, más allá de ese hermoso espectáculo, ocurría algo por demás interesante: mientras la luna salía totalmente eclipsada, el sol también estaba, al mismo tiempo, sobre el horizonte. Se supone -como lo señala cualquier libro de geografía o astronomía elemental- que los tres cuerpos, el sol, la Tierra y la Luna, deben estar en una sola línea para que la sombra de la Tierra eclipse a su satélite, y sin embargo, en aquella tarde/noche de primavera, se daba el eclipse con los tres cuerpos formando un triángulo en el espacio: el sol y la luna en una línea y la Tierra ligeramente bajo esa línea, de modo que el sol y la luna se veían enfrentados, pero a pesar de eso, la luna estaba oscurecida.

La explicación del fenómeno es sencilla. En efecto, los tres cuerpos estaban en una línea y desde la luna no se podía ver el sol, pero existe el fenómeno de refracción por el cual el haz de luz se desvía -además de ralentizarse- al atravesar un medio de mayor densidad como la atmósfera. De esa forma, tanto el sol como la luna estaban realmente debajo del horizonte, sólo que sus luces se desvían (como se ve un palo cuando es metido en el agua) y nos permiten ver a la luna antes de que salga y al sol después de que se puso. En verdad, ni el sol ni la luna estaban allí, aunque medio planeta los estuviera viendo. Pero, en rigor, el sol y la luna nunca son vistos porque sólo vemos la luz que estos cuerpos emiten: la luna está a algo más de un segundo atrás en el tiempo y el sol a algo más de ocho minutos más atrás en el tiempo. Es más: cualquier objeto por cercano o lejano que esté, debe atravesar cierta distancia, a cierta velocidad que le llevará cierto tiempo atravesar… a lo que le debemos sumar el tiempo que le lleva a los fenómenos electroquímicos de nuestro sistema nervioso generar la imagen primero y el concepto y la respuesta mental “veo el sol y la luna”, después. De modo que nada de lo que vemos está realmente presente. Pero hay más: nuestros ojos y el sistema nervioso relacionado sólo “están hechos” para ver luz y no soles o lunas. En definitiva, no vemos ninguna cosa, sólo vemos luz. Nunca nadie vio el “David” de Miguel Ángel, ni el rostro de Marilyn Monroe, ni las caras de nuestros padres, ni nuestras propias caras… siempre sólo hemos visto luz. Es lo único que nuestro sistema nervioso es capaz de detectar: ciertas longitudes de onda electromagnética específicas, el llamado espectro visible: todo lo demás es una atribución a la percepción de significado, sentido y valor nacidos de las circunstancias socioculturales en las que se formó una palabra y que los tiempos culturales irán tratando de imponer a las nuevas generaciones. Entonces, ¿todo lo que vemos -oímos, palpamos, gustamos y olemos- es una construcción propia de nuestra mente? ¿Qué es lo real? Y si ponemos en duda lo real, ¿no estaremos poniendo en duda la verdad o, por lo menos, el valor del camino hacia ella?

 

Chris Isaak, Bridget Fondaand y Alex Wiesendanger (el niño) en «El pequeño Buda» (1993)

 

Sencillamente, un cuento…

El filme de Bertolucci cuenta el nacimiento del budismo como disciplina propia del macizo himalayo, según la tradición tibetana, a partir del relato instructivo, que se les hace a los tres niños, como un cuento más que como un adoctrinamiento. Jesse Konrad es un niño estadounidense que vive con sus padres en Seattle, los cuales reciben la visita en su casa de una delegación de monjes budistas que están convencidos de que Jesse es la reencarnación del Lama Dorje, fallecido hace poco. Esta situación provocará que Jesse viaje con su padre a Bután para conocer la realidad de lo que cuentan los monjes, lo que dará lugar a un cambio de conciencia tanto en Jesse como en sus padres. El Lama Dorje es el Maestro Espiritual de la comunidad budista tibetana: su nombre significa Rayo. El lama Norbu es el instructor espiritual, tanto para los padres de Jesse, como para el mismo niño, así como para los otros dos niños candidatos a ser el lama renacido, Raju y la niña Gita. También lo es, por supuesto, para los monjes lamaítas del templo de Bután. En cuanto a los tres niños candidatos, Jesse, Raju y Gita, simbolizan al estudiante espiritual. Jesse tiene curiosidad por la vida, deseo de aprender, es valiente, noble, observador e inteligente. Raju es listo, aprende rápidamente y muestra un atendible desapego por lo material. Gita también es una estudiante espiritual, pero se muestra vanidosa y fantasea con veleidades inútiles. No obstante, por su progresivo contacto con los otros dos niños y por la enseñanza recibida, va adquiriendo sencillez y predisposición a compartir. La madre de Jesse -Lissa- simboliza lo que en el budismo se entiende como cuerpo emocional. Su padre, Dean, es la mente inferior. Deprimido por el suicidio de un compañero de trabajo que lo lleva a acompañar a Jesse en su viaje de aprendizaje y que necesita -como mente inferior- toda la instrucción, tolerancia y compasión posibles.

Empieza la película narrando un cuento a unos niños tibetanos sobre la reencarnación, mostrándonos así uno de los temas de enseñanza espiritual que Occidente no da por válido. El instructor lo transmite de manera bella, llena de colorido, amena, sencilla y con alegría; todo ello son cualidades divinas en el marco del propio budismo tibetano. Por eso, Bertolucci busca mostrar una contraparte al otro lado del mundo. Escenas de la ciudad de Seattle: un lugar y un hogar donde la luz es gris, fría. La arquitectura es lineal, todo es grande y vacío con una prescindencia y un desapego que, por lo menos en lo visual, se asemeja a la búsqueda del budismo japonés, derivado de su paso por la China. Y así como Bertolucci fue el primero en poder filmar dentro de la Ciudad Prohibida para su El último emperador, aquí recibió autorización para filmar en el interior de estos legendarios templos budistas. Pero lo que Bertolucci nos quiere mostrar es la distancia existente en nuestra tradición, de nuestra mente consigo misma: grandes construcciones, grandes edificios con sus habitantes apegados a sus trabajos, al dinero y el progreso económico como herencia a dejar en el mundo, mientras que en su contraparte, en Bután, los monjes se dedican a cultivar y a enseñar espiritualidad. Es interesante ver que la enseñanza del desapego con lo material por el “engaño” que conlleva la realidad, es central en el budismo, pero en Occidente más se parece a una pérdida de vida material y espiritual, antes que una ganancia… Por la ganancia, por el rédito material, se pierde la vida y el espíritu: el vacío arquitectónico de la casa de los Konrad es el síntoma del vacío que se genera en la mente dedicada al trabajo y a la ganancia. Ese vacío buscado (paradójicamente, lejos del desapego a lo material zen), contrasta con ese horror vacui (ese horror al espacio vacío) de la arquitectura asiática, pero que no distrae a los estudiantes y maestros de su camino hacia el interior de sí mismos.

 

El actor Keanu Reeves en un fotograma de «El pequeño Buda»

 

Por la otra vertiente del filme rueda el relato de los orígenes del budismo y cuenta la historia de Siddhartha (interpretado por Keanu Reeves), un niño nacido mágicamente, y que habló y anduvo desde el primer minuto de vida, afirmando que había venido a la Tierra a liberarla. Su padre lo aisló para que creciera en tres palacios (el de invierno, el de las lluvias y el de verano), para que nunca conociera las miserias del mundo. Un día escuchó el lamento de una canción que hablaba sobre el dolor. Interesado en el tema de qué era lo que ocurría en el exterior de los templos donde había crecido, se esforzó en abandonarlos. No pudiendo retenerlo, el padre ordenó que su camino se despejara de enfermos, viejos y pobres y diera una recorrida entre vítores y pétalos de flores… pero, de pronto, vio acercarse a un par de ancianos, enfermos y deformes que pronto fueron removidos del escenario por soldados. Intrigado, abandona el cortejo y descubre de visu los temas que habían sido cantados en aquella ocasión. Movido por una profunda piedad, Siddhartha decide entregarse a ese mundo y comienza la aventura personal del autodescubrimiento para poder liberar al mundo de las constantes reencarnaciones, acompañadas de dolor, enfermedad, vejez y muerte. Primero se vuelca al ascetismo extremo, pero luego se da cuenta que ni el abandono al disfrute de riquezas ni el flagelar al cuerpo con hambre y sed, pueden ser el camino para evitar el sufrimiento improductivo del eterno renacer… y así es que como descubre “el camino medio” : “la cuerda demasiado floja no suena, demasiado tensa se rompe…”. El camino del medio que lleva hacia la libertad. Los animales le obedecen y protegen, las plantas también. Las fuerzas del mal -encarnadas en el dios Mara, de donde deriva nuestra palabra ‘muerte’-, también son derrotadas y es así como Siddhartha descubre la senda de la liberación de la rueda de las reencarnaciones y se hace a sí mismo, uno con el Universo.

 

Keaunu Reeves en una escena de «El pequeño Buda»

 

Resulta evidente que la intención de Bertolucci era la de introducirnos en el mundo del budismo tibetano, al cual él adscribía con más admiración que convicción (era agnóstico) y replantearnos el valor de las prioridades y urgencias de la tradición cultural de Occidente. También nos muestra un aspecto dual de lo humano en sus dos grandes bloques históricos: el oriental asiático, y el occidental, que arranca en Asia y se expande hasta América con el paso de los siglos. Así, llegamos a una interesante conclusión: el problema crucial para Occidente es la Verdad mientras que para el Oriente, el problema crucial es la Realidad. Cristo se anuncia a sí mismo como la Verdad; el Buda nos dice que la realidad debe ser superada. En ambos, sin embargo, encontramos en la realidad un valor instrumental: de liberación budista hacia la interioridad y de paso necesario para trascender hacia la Verdad rumbo a la plena existencia cristiana. Es un camino circular que confluyen en las dos grandes posturas humanas: mientras el hinduismo, el budismo y su reacción religiosa y política, el taoísmo chino nos inducen a la introspección para distanciarnos de la ilusión de la realidad, el cristianismo apela a una idea de expansión hacia la plenitud de la existencia, en lo que la tradición cristiana llamará ‘Gloria’, más allá de la realidad intrascendente… la Verdad de un Dios. Incluso hasta en la identificación con los dioses, tal como se expresa en el mandamiento: Sed, pues, perfectos, como vuestro Padre que está en los Cielos es perfecto”, esto es: ser perfectos como lo es Dios más allá de las limitaciones de la realidad. Bertolucci relata la historia de Siddhartha y la de Jesse, sus padres y los otros niños, como un cuento donde sencillamente se cuenta un cuento. De hecho, él mismo confiesa que pensó el filme como una historia para ser contada a los niños, aunque sin afán invasivo (el budismo siempre vio a la obra misional cristiana como un acto de violencia). En este marco, muchos han visto esta cinta como algo plano, sin un verdadero mensaje de importancia… Pero nosotros queremos verla como un cuento que se cuenta, por más que Occidente esté demasiado acostumbrado a no poder “sólo contar un cuento” por el placer de contarlo: siempre está esperando una razón para hacerlo y la obtención de un beneficio por haberlo hecho…. Chéjov tendría mucho para enseñarnos en ese sentido.

Y así, con un “colorín colorado”, llegamos al final de nuestro análisis… quizás podamos agregar de nuestro coleto, y para concluir, que una vez alcanzada la iluminación, Buda Siddhartha hizo el voto de venir una vez al año a la Tierra para bendecir a la Humanidad y esto siempre tiene lugar desde hace 2400 años en el llamado Festival de Wesak, que ocurre en la Luna Llena de Tauro, en cierto valle del Tibet, bajo la profunda mirada de los Himalayas…

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

El poeta y ensayista argentino Horacio Ramírez, redactor permanente del Diario «Cine y Literatura»

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad -el Dr. Héctor Blas Lahitte- que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban. La religión -el mal llamado ‘mormonismo’- terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba  sin retorno… La práctica de la pintura -realicé varias exposiciones colectivas e individuales- me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”

Actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.