El montaje que comentamos es un drama profundo, encarnado, cosmopolita y humano que conmueve y conmociona, el cual permite reflexionar sobre cómo somos y cómo nos relacionamos tanto con nuestros vínculos más íntimos como con nuestra propia subjetividad. La presente obra es, sin duda, un gran aporte a la escena «maulina», y una gran vitrina de las realizaciones escénicas regionales.
Por Jessenia Chamorro Salas
Publicado el 20.10.2017
El Teatro Regional del Maule, de la mano con Teatro Nativo, su plataforma de investigación, creación y producción escénica, han llevado a la cartelera local la obra «Madre», de la destacada dramaturga Trinidad González (1), y a cargo del director Marcos Guzmán (2).
La sala del teatro está llena, jóvenes, adultos y ancianos, mujeres y hombres, expectantes. El título avizora que se trata de una obra familiar: “Madre”, la madre como tema cotidiano y universal. La obra se enmarca dentro un argumento reconocible para muchos de los espectadores: Cuatro hermanos se reúnen la casa de la infancia para decidir qué hacer con su madre, que agoniza. Las interacciones entre ellos develan sus distintas posiciones sobre el hecho, así como también, sus distintas perspectivas ante la sociedad y la vida. Se encuentra la hermana mayor, que ha vuelto después de varios años de haber vivido en el extranjero, es la “extranjera”, la que solo ha enviado dinero pero no ha tenido una relación verdadera ni con sus hermanos ni con su madre. El hermano arribista, que quiere vender la casa para poder saldar sus deudas, y cuya vida personal está en crisis, ya que está separado de su esposa e hijos.
Luego, se encuentran los hermanos que viven en la casa, y que han estado junto a su madre el último tiempo. El hermano soñador, dueño de un gimnasio poco rentable debido a que otorga demasiadas becas, él es consciente de que su madre está ad portas de la muerte y desea que descanse al fin. Y la hermana menor, “conchito”, obsesionada con los cuidados de su madre, ha despreocupado su vida casi al borde del desequilibrio mental, y no desea despegarse de su madre ni menos aún, dejarla ir.
Mientras estos cuatro hermanos van interactuando y discutiendo, se van develando sus pulsiones, miedos, y la relación que habían mantenido con su madre, de quien solo se habla, presencia ausente, hasta que se ilumina la mesa del que fuera el comedor: la mesa ataúd en donde yace el cuerpo inerte de la madre, sumida en un sueño mortuorio, y que, como la amortajada de María Luisa Bombal, es testigo de todo lo que acontece a su alrededor, mientras tanto ella está inmóvil en la mesa-ataúd de vidrio.
Los recuerdos comienzan a emerger desde una niebla literal, a partir de la caja de recuerdos personales de la madre que la hermana mayor abre, como queriendo poder conocerla al fin. Recuerdos sobre la infancia y juventud de la madre se cruzan con los recuerdos de la propia infancia de los hermanos. La madre no fue perfecta. El padre tampoco lo fue. El rencor y la comprensión se enfrentan en las posturas de los hermanos, el bando que actúa desde lo pragmático, versus el que se moviliza por lo sensible. Posturas que indicarán también, las decisiones que cada uno desea tomar respecto al cuerpo moribundo de su madre: la hermana mayor desea dejar el cuerpo en la habitación del piso de arriba, le repugna la exhibición del cuerpo allí en el comedor, le preocupa la visión de la gente sobre aquello, su racionalidad no concibe que su madre yazga en medio del comedor, anunciando la muerte.
Por su parte, el hermano arribista no siente mayor conexión con su madre, le es una extraña pues para él, esa no su madre, ella dejó de serlo cuando entró en ese estado. Desde la otra vereda, el hermano soñador intenta ser conciliador, recuerda los buenos tiempos de su madre, y lo cerca que estuvo de ella en sus últimos tiempos, valora cuánto la aprendió a conocer debido a su enfermedad. Por último, la hermana menor, quien interactúa con el cuerpo de la madre al meterse en varias ocasiones dentro de la caja, para acostarse a su lado, beber, llorar, reír e incluso vomitar junto a ella, en un intento desesperado por no perder el vínculo, como una Electra que no desea abandonar a su padre (madre, en este caso) en su lecho de muerte. Caja que se transforma en metáfora del útero materno, al que se desea retornar como lugar de protección primigenia. Tal como lo hace posteriormente la hija mayor, para reencontrarse con esta madre que por tanto tiempo le fue lejana.
Frente a la incertidumbre y el dolor, funcionan las vías del escape que permiten afrontar la situación de distintas maneras, irse para distanciarse de esta madre siempre lejana, cultivar el cuerpo, llenar el vacío con cosas materiales evanescentes, o practicar danza como terapia. Todas formas de afrontar no solo la situación actual de la madre, sino también, y como causa de aquello, son maneras de enfrentar la relación que cada uno de los hermanos mantuvo con su madre, y que los marcó de por vida.
Cuestionamientos existenciales en torno a la madre, la belleza grotesca del cuerpo moribundo, la decadencia que trae consigo la vejez, y la muerte como temática universal son tocados por los hermanos en los (des) encuentros, los cuales tienen dos momentos de máxima tensión generados por el conflicto final respecto de ayudar a morir a la madre, encargo que ésta había hecho a uno de los hermanos, hecho que desata discrepancias, exacerbando sus distintas posturas.
El primer momento de tensión, es el baile que realizan a modo de ritual catártico, y el segundo es la pelea entre los dos hermanos, que termina con uno ensangrentado, llorando en el piso y una posterior reconciliación que marca el retorno hacia un reencuentro fraterno, en donde los hermanos se han sacado sus máscaras, sus escudos, y se han reconocido en su frágil humanidad, volviendo a ser niños.
La frase final la enuncia uno de los hermanos: “Somos nosotros los que debemos respirar”, anunciando la muerte de su madre, quien, tras irse ellos, aparece en escena, semidesnuda, exhibiendo la vejez de su cuerpo al público, esperando la llegada de su esposo, con quien se reencuentra.
La obra me trae el recuerdo de ver a mis tíos y mi propia madre discutir sobre el estado de mi abuelo y la inutilidad de cualquier tratamiento, mientras él yacía en su habitación, inconsciente de todo lo que ocurría a su alrededor. El recuerdo prestado de familias envueltas en verdaderas trifulcas sobre la venta de la casa de la infancia mientras la madre o el padre permanecen aún con vida. El dolor de los hijos cuidadores que han postergado su vida velando por sus padres. La crítica subconsciente hacia aquellos que estando ausentes pretenden decidir. Todo se entrecruza magistralmente en un texto que evidencia la fragilidad del ser humano, además de la relevancia de las relaciones filiales y las repercusiones que éstas tienen en la configuración de las subjetividades y perspectivas de vida, las cuales develan una crítica social en relación al individualismo, el exitismo, el arribismo y todos aquellos aspectos de la sociedad que nos llevan a alejarnos de nosotros mismos y de los lazos filiales y fraternos.
Una sólida puesta en escena que contrasta la escenografía del comedor con un exterior que evidencia el aparataje teatral, al cual los personajes recurren para desenmarcarse de la escena principal. Un diseño de iluminación y efectos sonoros que generan una atmósfera idónea a la realización escénica. Y una actuación que comienza un tanto débil (noche de estreno) pero que poco a poco se va empoderando de cada uno de los personajes, alcanzando finalmente, una actuación performática sintonizada tanto con el texto como con la realización escénica.
Tuve el privilegio de compartir la noche de estreno junto al equipo que dio vida a «Madre», y entre conversaciones surgidas mientras esperábamos la cena, pude conocer algunos interesantes aspectos sobre el proceso creativo llevado a cabo, entre los cuales destaca la construcción del texto. Trinidad González consideró las experiencias personales de los actores (seleccionados por un casting que buscó trabajar con actores locales) para elaborar el texto principal, recopilando experiencias y visiones en torno a distintos conceptos y temas, tales como la muerte, la vejez y las propias relaciones con sus madres.
Posteriormente, Mauricio Guzmán editó el texto en función de las necesidades de la realización escénica, y considerando las corporalidades actorales, produciendo en conjunto el montaje en donde se entrecruzan claramente las poéticas González y Guzmán; la primera volviendo sobre la temática de la crisis social y la falta de reflexiones profundas, mientras que la segunda, volviendo sobre el tema de los padres (en este caso, la madre), el deseo y las pulsiones.
«Madre» es, por tanto, un drama profundo, encarnado, universal y humano que conmueve y conmociona, el cual permite reflexionar sobre cómo somos y cómo nos relacionamos tanto con nuestros vínculos más íntimos como con nuestra propia subjetividad. «Madre» es, sin duda, un gran aporte a la escena Maulina, y una gran vitrina de las realizaciones escénicas regionales.
(1) Trinidad González (44) ha escrito las reconocidas obras «La reunión» y «Pájaro», además de haber formado parte de la Compañía “Teatro en blanco”, junto a Guillermo Calderón. Y ha participado como actriz en importantes series televisivas, como «Bala loca», entre otras.
(2) Marcos Guzmán obtuvo el premio del Círculo de Críticos de Arte, por su producción «Fabulaciones», basada en el original de Pier Paolo Pasolini. Dentro de sus obras, destacan «Los niños terribles» y «Ortopedia del alma».
Ficha técnica:
Dramaturgia: Trinidad González
Dirección: Marcos Guzmán
Gestión y producción: Soledad Cruz
Asistencia de Dirección: Lorena Ramírez
Elenco: Nelly Carrasco, Álvaro Rojas, Francisca Maldonado, Rodrigo Calderón, Liviarosa Roncagliolo
Realización y vestuario: Marcela Luna
Diseño Iluminación: Andrés Poirot
Sala: Teatro Regional del Maule
Funciones: Desde el viernes 12 hasta el domingo 14 de octubre
Crédito de las fotografías: Teatro Regional del Maule