La mirada geopolítica e histórica que ofrece el investigador del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, acerca del filme que por estos días se exhibe en las salas locales y cuya trama y retórica audiovisual esconde más de un significado simbólico ante la coyuntura militar reciente y de carácter internacional.
Por Cristián Garay Vera
Publicado el 8.1.2019
En el cine estadounidense hay una obsesión por la búsqueda de traidores y cómplices en el interior de la Rusia soviética o post-comunista. El tema ha sido tratado en múltiples películas, la más reconocible La caza del octubre rojo (1990, Estados Unidos), dirigida por John McTieman y basada en un libro de Tom Clancy, donde Sean Connery interpreta a un capitán lituano, Ramius, que busca desertar del URSS comandando un submarino de ultima generación. La actuación de Connery, en teoría segunda figura, supera a la del protagonista principal Baldwin, y hace de esta cinta una joya. Sin embargo, el asunto ventilado en esa trama no corresponde a la verdad histórica: el ejército soviético y el post-comunista han sido ejemplarmente disciplinados. El único golpe fue el que terminó con la proscripción del Partido Comunista a principios de los ’90. Y en estos casi 30 años no ha habido nada parecido a un golpe de Estado, que los hubo en la época del zarismo, como tampoco revueltas exitosas como la bolchevique en 1918.
Por otra parte, el cine de submarinos constituye una subespecie del cine bélico (Lobos marinos, K-19, U-571, Marea roja, Black Sea, etcétera) que tiene su clímax en la obra Das Boote (dirigida por Wolfang Petersen, Alemania, 1981) sobre el arma de sumergibles alemanes, sus padecimientos y su mensaje antibelicista. Ahí se trasparenta la sensación claustrofóbica, tan diversa del amplio espacio destinado a este cazador de submarinos, el USS Arkansas, dotado de modernas armas y sensores.
La trama de Ataque submarino (Hunter Killer, 2018), se encuentra basada en el libro de George Wallace y Don Keith, que por inverosímil que suene, sugiere que un grupo de cinco comandos logra rescatar al presidente de la Federación Rusa. La decisión es tomada luego de que un ministro de defensa eslavo, Dmitri Durov (Mikhail Goreyov) hace un golpe de Estado, apresa al Primer Mandatario (Nikolai Zakarin), asesina a sus guardaespaldas, y lleva a la flota de guerra a un enfrentamiento inminente con los Estados Unidos.
Los consejos políticos de un contraalmirante (John Fisk, Common) de llevar el rescate chocan con la premura del jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, el Almirante Charles Donnegan (Gary Oldman), por llevar un ataque preventivo que significa la guerra total, y que este ínfimo grupo –los submarinistas y los Navy Seals– deben lograr. Los avatares de poner al sistema de defensa en alerta 2 y 1 dan urgencia a las determinaciones en la base donde se refugia el ministro rebelde.
La película no padece de falta de ritmo. Desde luego, proporciona una descripción de la panoplia de armas de estos ingenios modernos, que disponen de robot, mini naves, contramedidas electrónicas, misiles Tomahawk de larga distancia y torpedos (algo que ya no se usa es el clásico cañón en la torreta).
El gobierno ruso no se quedó atrás, y añadió a La muerte de Stalin (2017), británica, la prohibición de exhibir Ataque submarino por socavar la imagen de Vladimir Putin (la figura del presidente ruso de ficción es también alérgico a Estados Unidos y a su pesar acepta la ayuda estadounidense).
Por suerte, la imagen del capitán ruso es vista con cierta dignidad, y se abre con la frase “yo no soy traidor”. Capitán taciturno, de pocas palabras y barba, Andropov (interpretado por Michael Nyqvist), contrasta con Joe Glass (Gerard Butler), en el papel del rasurado jefe del submarino estadounidense (es tradición que los submarinistas, de cualquier grado, usen barba en campaña), quien es bastante confiado pero a la vez atrevido, y el cual choca bastante con su oficial ejecutivo, comisario político en el uso del submarino, en un antagonismo donde se enfrentan también la visión de Rusia como enemigo, y la de Rusia como oportunidad.
Es cine de acción además, porque las secuencias del grupo de rescate abundan, en lo que bien saben hacer los estadounidenses: balaceras interminables (municiones inagotables) y eficacia sin parangón. Por contraste, las cosas no son tan fácil en el mar, donde los buques y los sensores rusos parecen ser imbatibles, y solo se pueden forzar por la valoración del oficial eslavo.
En suma, esta película entretiene, aunque las posibilidades de esta ficción sean mínimas, recordemos que todo el cine se cimienta sobre la ficción y la esperanza. Donde el umbral entre lo posible y lo imposible es forzado por el director y su elenco. Si hemos resistido aberraciones históricas de Quentin Tarantino con Bastardos sin gloria (2009), ésta por lo menos produce sonrisas de ingenuidad. Al fin y al cabo, nada más terminal que un enfrentamiento entre Rusia y los Estados Unidos. Por eso que mientras se enseñe –el cine también es pedagogía- que ese enfrentamiento es inviable para la supervivencia humana, este largometraje no hace ningún daño y concentra inequívocamente la mirada en la pantalla.
Ataque submarino (Hunter Killer). Dirección: Donovan Marsh. Elenco: Gary Oldman, Gerard Butler, Michael Nyqvist, Michael Trucco, Ryan McPartlin, Taylor J. Smith, Cosmo Jarvis, Michael Trucco, Shane Taylor, Gabriel Chavarria, Jason Matthewson, Theo Barklem-Biggs, Zane Holtz y Common. 2018. Basada en libro de George Wallace y de Don Keith. Producción: Estados Unidos, 2018. 212 minutos.
Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios de la cual además es profesor titular.
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