La historia audiovisual que aquí se relata se encuentra inspirada en la biografía de los padres del director Pawel Pawlikowski. La música, maravillosa, se debe a Marin Masecki, y la preciosista fotografía a Lukasz Zal, quien dramatiza aún más el oscuro mundo de la Polonia sojuzgada por los comunistas. Porque es imposible desligar al control político del arte y al espectáculo de su mando público y de sus connotaciones propagandísticas. Sobre este telón se construye una trama de pasión, desigual y sufrida, pasional y fiel a sí misma, pese a los sentimientos oficiales y clandestinos de los protagonistas.
Por Cristián Garay Vera
Publicado el 13.1.2019
En el cine polaco, no siempre la sutileza acompaña la descripción de la dominación soviética y comunista. En esta película en blanco y negro, los matices abundan, hasta construir un relato desde dentro, de cómo sobrevivir en el sistema, antes que resistirse de manera frontal a él. Más que malos, hay oportunistas que buscan su lugar en el sistema, que en este caso recrea los años fundacionales del sovietismo entre 1949 y 1964. En este caso, todo se origina por una iniciativa oficial de constituir un grupo folclórico que rescate el patrimonio musical campesino. La salvaguarda de ese patrimonio –la secuencia inicial del metraje- nos recuerda nuestras mismas imágenes de Violeta Parra u otros buscando en los ’60 esos ritmos en los campesinos del Valle Central. Un mundo popular, y a la vez desolado y paupérrimo, que el gobierno tiene interés en fomentar. Un Ejecutivo impuesto después de la debacle de la resistencia polaca en Varsovia, ante alemanes y soviéticos (Stalin detuvo la ofensiva para que sus rivales aplastaran la revuelta no autorizada por él hasta acabar con el último hombre). En esa sesión inicial, Viktor (Tomasz Kot) se fija en una postulante, Zula (Joanna Kuling) cuyo rostro llama su atención. Pronto entra en contacto con ella, a la vez que ella le confiesa que debe delatarlo para mantener su posición y no ser juzgada por una agresión a su padre que intentó violarla.
Viktor tiene una historia de amores oficiales que va paralela al nacimiento de una pasión con la postulante. Para entonces las habilidades de canto se evidencian, y en ese panorama quien hace fortuna es el director del grupo, Kaczmark (Borys Szyc), quien se convierte en el comisario del grupo e interlocutor con las autoridades. Bajo la escuela de folclore se forja también la identidad con el Partido Comunista, que exige pronto loas “campesinas” a Stalin. Si se quiere seguir ahí hay que obedecer, y esa es la tónica de la obsecuencia, donde no hay heroísmo sino huida.
La búsqueda de la perfección tiene también la promesa de su despliegue más allá de Polonia: Moscú, Berlín y quién sabe más. Para eso está el apoyo del Ministerio, pero Viktor que al parecer no escucha las radios oficiales, le inclina a buscar la libertad, la que consigue sin su amada, en París.
Su acercamiento a nuevos ritmos, y sobre todo a la sensación de cierto bienestar y libertad se interrumpen con las esporádicas apariciones de su amada en medio de giras. Ella sigue su vida, como nuestro Viktor, sobreviviendo en ese mundo de cortapisas. La melodía acerca de un amor al que no se puede resistir la acompaña desde el principio, remarcando ese encantamiento mutuo que trasciende dolores y situaciones políticas. Entretanto, el licor la acompaña de manera discreta en su ascenso de estrella, y su fama llega hasta Yugoslavia, donde Viktor asiste y es expulsado rumbo a Francia.
Un buen día, Zula aparece como esposa de un italiano, para recuperar su amor en París. Como le dice, lo hizo por los dos y sin la Iglesia no es válido. Eso le permite salir sin problemas legales. Para entonces, el amor de ambos es un torrente desbocado que, sin embargo, no cuaja en estabilidad. Es un amor escondido, con bemoles de ambos, como la escena cumbre del encuentro con la poeta, ex mujer de Viktor, que representa esa adecuación al mundo occidental.
La grabación de un disco no aplaca esa sensación de inestabilidad. La escasa atención de Viktor, los celos, y los problemas explican que Zula parta nuevamente a Polonia. Viktor decide seguirla, a pesar de las represalias políticas, tras, aparentemente, negarse a delatar a otros emigrados. El resultado es una condena de 15 años de prisión por escapar y ser espía de los británicos. Hasta allá va su amada. Quien lo saca del campo con las manos destrozadas y ya inútiles para el piano.
En un espectáculo donde ella canta con peluca negra para ajustarse al canon estético de una eslava autentica, es también su transformación como intérprete reproductora de los nuevos ritmos bailables, especialmente esa forma más festiva a Coco bongo. El colofón de la historia es que Zula se ha casado con su jefe, tiene un hijo de él, y ha empleado su persuasión para liberarlo. Esta ahí por un matrimonio que le ha arreglado la vida en el sistema. Pero su corazón es suficientemente fuerte para llevarlo a las ruinas de una Iglesia, persignar y casarse sin testigos. Amor de tiempos turbulentos.
Esta película ha obtenido varios premios incluido el de Cannes a mejor director, premios del Cine Europeo a dirección y mejor actriz, y mejor película extranjera en Houston Film Critics Society, British Independent Film Awards, Goya y Palma de Oro, etcétera. La historia parece inspirada en los padres del director. La música maravillosa, se debe a Marin Masecki. Y la preciosista fotografía a Lukasz Zal, quien dramatiza aún más el oscuro mundo de la Polonia sojuzgada por los comunistas. Porque es imposible desligar el control del mundo del arte y el espectáculo de su mando político y de sus connotaciones propagandísticas. Sobre este telón se construye una historia de amor, desigual y sufrida, pasional y fiel a sí misma, pese a los amores oficiales y no oficiales de los protagonistas.
Cold War (Zimna Wojna). Dirección: Pawel Pawlikowski. Música: Marin Masecki. Fotografía: Lukasz Zal. Elenco: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Agata Kulesza, Jeanne Balibar, Borys Szyc, Cedric Kahn, Aloise Sauvage, Adam Woronowicz y Adam Ferency. 2018. Duración: 1 hora 28 minutos.
Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios de la cual además es profesor titular.
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