La novela de la autora estadounidense es un hermoso relato —si es que se puede hablar en estos términos, dado el escenario— que nos sumerge en el horror del famoso campo de concentración de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, y los experimentos de Josef Mengele, a través de una mirada filtrada por ojos infantiles.
Por Nicolás Poblete Pardo
Publicado el 14.1.2019
Pearl y Stasha Zamorski son las protagonistas de esta novela, una de las más impactantes que me tocó leer el 2018. Ellas son las mellizas que llegan al campo de exterminio, pero, como ya es sabido, las vidas de los gemelos en este contexto no estaban simplemente destinadas a los hornos: ellos son preciados cuerpos que el infame doctor Mengele usará como chivos expiatorios para sus experimentaciones. En esta novela (sí, es ficción), tenemos creación de “personajes”, más allá de las mellizas y de su familia: Peter, de aspecto ario, barbilla recta, nariz aria, quien goza de cierto privilegio en el campo y burla la tipificación judía; y Bruna, la comunista albina, combatiente y generosa (que encarna valores que llegan a pésimo puerto…). Así, en esta obra vemos otra faceta del doctor Mengele, desde la perspectiva de las dos voces protagonistas, que se turnan en su narración; muy distinto al trabajo hecho por Olivier Guez, donde da vida al ángel de la muerte desde su identidad post-guerra, en Sudamérica.
Mischling (traducida por Galaxia Gutenberg como La otra mitad de mí) comienza con la toma de conciencia de sus jóvenes protagonistas, que no tienen más opción que enfrentar la macabra realidad del campo. Stasha comenta esta iluminación que se manifiesta en su cuerpo: “Vi que este mundo estaba inventando un orden diferente para las cosas vivas. No sabía en qué tipo de cosa viviente me iba a transformar”. Inmediatamente me pregunté por el tipo de narración que esta novela estaba gestando. Fiel seguidor de Cynthia Ozick, tengo muy en mente su postura sobre escribir literatura (inventar ficciones) acerca de episodios que, últimamente, resultan inenarrables. La propia Ozick manifestó arrepentimiento después de haber escrito su pequeña obra maestra, El chal, ya que sentía que estaba pisando un terreno que no le correspondía; un terreno que nadie salvo los que pasaron por ahí tendrían derecho a relatar. La pregunta por la pertinencia de esta narración no me abandonó… y, sin embargo, agradezco enormemente la publicación de esta joya literaria, aun entendiendo la complicación ética que la ronda. (Affinity Konar, quien nació en 1978, vive en Los Angeles y recibió su MFA en la Universidad de Columbia: es descendiente de judíos polacos).
Mischling (2016) es un hermoso relato—si es que se puede hablar en estos términos, dado el escenario—que nos sumerge en el horror de Auschwitz a través de una mirada filtrada por ojos infantiles. Los ojos, de hecho, son protagonistas, como vemos en una de las espeluznantes escenas por boca de Stasha. Al internarse por una puerta accidentalmente abierta, aparece la hilera de ojos, globos oculares, seleccionados por el doctor Mengele, sujetos por alambres y ordenados por color: verde, pardo, marrón y ocre; un solo ojo azul. “Todos los ojos parecían opacos, del modo en que las cosas vivas que ya no están vivas parecen; sus irises velados… ”. Luego, Stasha comenta: “La verdad era que no podía describir lo que vi. Pero sabía que jamás dejaría de ver esos ojos, que me seguirían por todos mis días vivientes, completamente abiertos y sin parpadear, esperando otro destino”.
Es de esta forma como nos enteramos de los experimentos que llevan a cabo el doctor Mengele y sus ayudantes. Los cuerpos son colonizados, los órganos invadidos; las percepciones son distorsionadas por el dolor y el hambre; ese dolor que se vive sin poder compartirlo. Acá se resalta la necesidad de estar solo para sentir la profundidad de la experiencia tan intransferible, incomunicable. Se resalta el límite que lleva a algunos a suicidarse en las alambradas electrificadas y a cargar de por vida una herida sin sanación: “Es difícil comprender que parte de ti puede viajar una vida entera con alguien a quien odias, completamente en contra de tu voluntad… quizá alguien tiene un pedazo de ti que es imposible recuperar”. Y a evocar el olor de la muerte: “Cuando has estado cerca de él lo suficiente, es curiosamente respetuoso; mantiene su distancia, intenta negociar con las aletas de tu nariz y valora el hecho de que, en algún punto, uno se acostumbra tanto a él, casi ni lo notas”.
A partir de las voces alternantes de Pearl y Stasha, comprendemos que el modo en que perciben la realidad ha sufrido una alteración que las conduce hacia un universo poético, como cuando leemos estas observaciones sobre el sol y la luna: “El sol tomaba el hambre, la milla detrás de la milla, los pies hinchados y apesadumbrados. La luna tomaba la pesadilla, la ruta desconfiable, los rieles de los trenes con términos abruptos, todo lo que ya no era más. Yo no estaba segura cuál tenía la peor parte en este acuerdo. Todo lo que sabía era que ambos brillaban”, comenta Pearl en un despliegue de introspección poética que me recuerda a las narraciones de Herta Müller con sus apreciaciones hacia los elementos naturales como cómplices de un estado de excepción agobiante y enloquecedor.
Hacia el final de la novela hay un reconocimiento que es tanto justificación como contradicción (Ozick nuevamente), pues compartimos la noción de experiencia: “pero entendí que aquellos que no habían visto lo que nosotros habíamos visto nunca entenderían verdaderamente”, dice Stasha. El final adopta matices oníricos; es un final improbable, con atisbos de esperanza; en realidad es parte de la imaginación de Stasha—una de las características con la cual la madre la describe al inicio de la novela es su imaginación. Un reencuentro imposible: infinita nostalgia en forma de sueño.
Nicolás Poblete Pardo es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura, y su última novela publicada es Concepciones (Editorial Furtiva, Santiago, 2017). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: La escritora estadounidenseAffinity Konar (Lee Boudreaux Books / Gabriela Michanie).