Es un mérito del evento y de las galerías nacionales impulsar el consumo de arte –tanto la compra como la contemplación- de un país aún aislado, más volcado a las palabras que a las manifestaciones plásticas, con una efervescencia cultural interrumpida por el régimen militar, y con el subsecuente lavado de cerebro del consumismo ralo que estimuló el esquema económico post Golpe.
Por Carmen Avendaño
Publicado el 22.10.2017
El domingo 15 de octubre era día de Carnaval en Santiago, pero Vitacura estaba apacible, con sus reparaciones en pausa. Hacía sol y en el edificio en construcción CV Galería (Alonso de Córdoba y Américo Vespucio) sonaba el cover de Angel Parra Trío No puedo quitar mis ojos de ti. La novena edición de Ch.ACO, la Feria de Arte Contemporáneo de Chile,-la primera para mí-emplazó más de 40 galerías en dos pisos de concreto vestido de paneles blancos, la mitad de ellas de otros países como Argentina, Perú, Puerto Rico, Brasil, Italia y Francia.
Estas apuestas por el arte contemporáneo que deben sustentarse, a diferencia del museo público, en la capacidad de la obra de apelar al coleccionista, fueron articuladas en tres secciones, Main, Focus, y Planta, con tres mujeres a la cabeza, Elodie Fulton, directora de Ch.ACO, Cecilia Fajardo-Hill, quien propuso la obra de Focus en torno a la relación objeto-sujeto y Carolina Castro Jorquera, la cual seleccionó para la de Planta 8 proyectos jóvenes latinoamericanos.
Es un mérito de la Feria y de las galerías impulsar el consumo de arte –tanto la compra como la contemplación- de un país aún aislado, más volcado a las palabras que a las manifestaciones plásticas, con una efervescencia cultural interrumpida por el régimen militar, y con el subsecuente lavado de cerebro del consumismo ralo que estimuló el esquema económico de las últimas décadas.
Entré preguntándome cómo harían para equilibrar la tendencia al impacto del arte contemporáneo y la timidez del gusto chileno; la postura crítica del arte conceptual con la necesidad del artista – y del galerista- de vender. La respuesta de la Feria no fue uniforme, pero sí se enmarcó en los límites de lo convivible a lo decorativo, con obras dirigidas al coleccionismo privado; y de lo contemporáneo como sinónimo de lo desafiante, dirigidas a fundaciones e instituciones.
Dicho en otras palabras, predominaban las obras susceptibles de ser imaginadas en un espacio privado y entrecerrando los ojos sobre el conjunto, destacaba lo geométrico. Revaloración de la forma o simple contagio, la geometría se apreciaba en trabajos tan opuestos como las esculturas de Artespacio de Fernando Gazitúa, maquinarias o herramientas que son medio y fin, o en el óleo hiperrealista de Nicolás Radic en galería XS, que rinde culto al envoltorio en papel celofán. Un contraste orgánico en el mismo local mostraban las cerámicas de lechos lacustres a escala de Paula Subercaseaux. Así también en el local de Buenos Aires Fine Arts, la sicodelia barroca de Manuel Rubín alternaba con la geometría elemental de Dalmiro Sirabo, ambas obras en acrílico.
El impacto, en la galería chilena Isabel Croxatto lo daba el tamaño y las propuestas que estiran el gusto, aunque no lo renuevan. En la serie fotográfica de retratos caricaturescos “Enfermedades preciosas”, de Cecilia Avendaño, lo virtuoso del registro comercial y los defectos decorativos se funden en un mismo afán de perfección. Junto a la foto manipulada de esas niñas de mirada fija, había dos óleos realistas con tintes tecnológicos: colorido ‘digital’ y claroscuro en la monumental escena de caza ideológica de Nicola Verlato “American Trilogy”; y pintura ‘fotográfica’ que exhibe un proceso de dibujo, en la escena de cine de Francisco Uzabeaga, “Kiss me, idiot”.
En el mismo sitio dos visiones se aproximaban al paisaje desde distintos medios. Exhibido en un marco digital (digital frame, un cuadro-pantalla) el arte digital de Andrea Wolff, “Little Memories”, presentó postales de Nueva York que se desconfiguran en una suerte de tejido pixeleado, moviéndose entre la figura y la abstracción. En muro propio destacaba el mosaico en óleo “Peregrinaje”, de Bruna Truffa, ya viajada, donde una misma mujer lleva la misma rutina en distintos lugares. La relación de esta pintura con la decoración popular presenta una mujer unitaria en su calendario, cada día un paisaje chileno, como el motor (a cuerda) nacional.
No obstante el arte vive de la fama de la obra única, la obra en serie (fotografía, serigrafía, litografía) sigue siendo un recurso que multiplica una autoría y la vuelve más accesible. El local de Polígrafa, reconocido taller de Barcelona, exhibía litografías de Antoni Tàpies, Enoc Pérez y Christo, entre otros artistas consagrados.
La feria incluyó una Nave de ediciones donde se observa que son pocos aún los libros de arte hechos en Chile, si bien algunos son, cuando menos, soñados en Chile. Es el caso de “I can’t give you an answer as the matter stand”, de Doung Young Lee, artista coreana, impreso en Holanda en risografía, una técnica que deja traslucir su textura en los objetos. Con un tiraje de 100 ejemplares este delicado libro pertenece a la editorial Popolet del artista chileno Ignacio Gatica.
De los letreros iluminados en rojo y blanco con las palabras de Carlos Montes de Oca, al delicado móvil de Julio Leparc; de la instalación de envases, “Una cosita pa’l camino”, de Grace Weintraub, a los laboriosos cuadros dos en uno (“Elvis-Marilyn”), de Martín Mancera; de los mapas bordados de Martín Eluchans, al “Cuchillo Mariposa” de Catalina Mena, se advertía un desborde material e imaginario.
Una feria, sea de libros, arte o verdura, resulta siempre un formato un poco avasallador. Por una parte, se corresponde en número con las poblaciones urbanas y los espacios de congregación. Por la otra, sobrepasa la capacidad de recepción que siempre es individual comunión, experiencia íntima demandante. Cumple el objetivo, para el receptor, de tomar la temperatura a la oferta, y le da la oportunidad de encontrarse con sus afinidades y sus rechazos. En cualquier caso, Ch.ACO muestra una escena que ha perdido la timidez del gusto pero que aún conserva un pudor identitario. Es decir, como en todo nivel, es más rápido ajustarse a los valores dominantes que elaborar los propios. En este marco, lo heterogéneo se mostró más pronunciado al interior de los locales que entre las galerías nacionales y extranjeras, lo que es una buena señal.
Epílogo: voy a una exposición a ver el mundo
La industrialización nos enfrenta al búnker impenetrable de las cosas y sus envases, las pantallas y sus rostros. Es tan difícil entrar a las fábricas -a menos que trabajes en ellas y firmes un acuerdo de confidencialidad, como a los estudios de grabación. No sabemos cómo ni dónde se hace todo aquello que compra el plástico de la tarjeta privada y registra el papel del impuesto estatal. Las técnicas para representar cualquier cosa se han disparado, para trabajar cualquier materia a cualquier nivel o condición, si promete utilidades.
En este contexto ser artista, ser una fábrica autónoma, resulta fácil y difícil. Fácil hacer un objeto único ante la marejada de objetos en serie. Difícil superar su infraestructura. El arte conceptual pareciera estar jugando un partido de tenis perpetuo con esta materialidad, devolviendo la pelota en papel maché, en cemento, en pixeles, entendiendo la representación como una devolución del mundo que nos vendieron caro. No tal cual; para eso está el control de calidad de la industria, que hace un producto idéntico al siguiente en la línea. Será variado por la falla, por la transmutación de la técnica, por el colorido. Pero el mismo afán de subvertir, el llamado agobiante a la reflexión, es el que mantiene a la obra de arte alejada de su autonomía.
Crédito de las fotografías: Novena versión de la Feria de Arte Contemporáneo de Chile, Ch.ACO 2017