El realizador griego Yorgos Lanthimos dirige un filme precioso de un mundo descarnado, estúpido, superficial, obsceno que en tiempos del MeToo tiene por protagonistas a tres mujeres que no son objeto de deseo de los hombres y no están en el rol de novias o esposas deseantes. Son bellas y horrendas: humanas como las que más buscando su lugar en esta «hoguera de vanidades».
Por Alejandra M. Boero Serra
Publicado el 5.2.2019
La disputa por el poder y el amor recorren, como cinta de moebius, la corte inglesa de principios del siglo XVIII. La reina Anne, su favorita Sarah Churchill y su prima Abigail Hill conforman este triángulo, abiertamente sexual, que planea sobre el control de la escena política y el ascenso social.
La historia se deconstruye desde todos los flancos. La irreverencia de Lanthimos y de todo su equipo retuercen con fasto esta sátira social, ópera bufa, melodrama isabelino… La ambigüedad moral y la crueldad se apoderan de cada situación y se visibilizan en las actuaciones de las protagonistas.
Hay una estética de la magnificencia y una anacronía que impulsan el desborde y el disloque constante. Diálogos cargados de cinismo y de causticidad sacados de una serie millennial: Deborah Davis y Tony McNamara son los guionistas de este filme, el primero que Lanthimos y su coguionista Efthymis Filippou no escriben. Este siglo XVIII es tan glam y pop… Pasan las épocas pero qué poco cambiamos… El diseño del vestuario es otra apuesta fenomenal: Sandy Powell -nominada y ganadora de varios Oscar- viste el desamparo y la estolidez de la reina, el poder sin claudicaciones de Sarah, la ambición sin tregua de Abigail y todo el coro felliniano masculino de la corte. Lujo deslumbrante en cada detalle.
La pantalla acompaña al mundo de la realeza cual espejo deformante: travellings, tomas angulares, fundidos encadenados, contrapicados. El director de fotografía, Robbie Ryan, filma con luz natural o a la luz de las velas, con llamas de antorchas y hogueras: una decisión estética que resulta interesante a la hora de dar espesor y complejidad a la trama. Envidiable y suntuoso, también, el uso de los recursos -como el lente ojo de pez- que distorsionan los límites del cuadro, pocas veces se ven los espacios completos. El mundo visto y mostrado dentro de escenas en habitaciones que se disuelven y expanden, que se hacen circulares sin principio ni fin, en donde los personajes se extravían. Quienes conducen la nación quedan expuestos con ironía. Es tanta la desconfianza que generan ante la falta de escrúpulos para lograr sus mezquinos objetivos que el contexto se los traga. Las lentes anamórficas, como espejos carrollianos, muestran los muchos lados de la desorientación.
Perturba el cambio de roles, donde son los hombres quienes se producen para seducir, estetizan hasta el grotesco su imagen (melenas abundantes, maquillajes circenses hiper elaborados, sofisticados trajes) dejando a las mujeres el despojo. La tradición patriarcal no disciplina la imagen femenina. Como tampoco en el ámbito patriarcal por excelencia, un castillo de los Estuardo, son los hombres quienes detentan el poder, aunque lo deseen. El matriarcado impone sus leyes y cae en las trampas de la sumisión, la seducción y la dominación.
Ocho capítulos para una guerra que no deja títere con cabeza. Un duelo de actrices que lo dejan todo. Una Olivia Colman, la reina Anne, mujer frágil consumida por dolores físicos y espirituales, dominada por la fuerza fría y calculadora de una Rachel Weisz, su favorita Sarah, en la que recaen las funciones ejecutivas del Estado. Y la intromisión de Emma Stone, una cínica Abigail que va en pos de la lady aristócrata que fue. En este juego de tronos las mujeres juegan a la guerra sin cortapisas iluminando los costados más sinuosos del poder. Los hombres, en contrapartida, son torpes, juegan a carreras de gansos y a lanzar tomates a congéneres desnudos. Aquí cada uno mira para sí y al final de la pelea, la caída.
Todos son víctimas y verdugos buscando el favor de una desempoderada y lastimada reina. Amores enfermizos que se construyen a costa de su propia autodestrucción.
Lanthimos dirige un filme precioso de un mundo descarnado, estúpido, superficial, obsceno que en tiempos del MeToo tiene por protagonistas a tres mujeres que no son objeto de deseo de los hombres y no están en el rol de novias o esposas deseantes. Son bellas y horrendas: humanas como las que más buscando su lugar en esta «hoguera de las vanidades».
Impresionante y minucioso el diseño de producción de Fiona Crombie y Alice Felton y el montaje genial y estrábigo de Yorgos Mavropsaridis. Y la música de Handel, Vivaldi, Bach, Purcell, Messiaen…
La favorita, junto a Roma, es la película más nominada en la entrega de los Premios Oscar (10 postuaciones, incluyendo mejor largometraje de ficción).
También puedes leer:
-La favorita: El erotismo de las pasiones políticas.
–La favorita: En las penumbras del deseo.
Alejandra M. Boero Serra (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre).
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