Un fragmento de «Población flotante», la novela de la que todos hablan

«La diversidad de personajes y de voces que conforman el libro podrían considerarse una metáfora de lo que es actualmente el país, un Chile lleno de matices…», escribió con agudeza en este Diario -el también crítico y escritor nacional Cristián Brito Villalobos-, en torno al volumen del cual ahora publicamos su capítulo vigésimo, en una cesión realizada especialmente por su autor para este medio independiente.

Por Carlos Araya Díaz

Publicado el 16.2.2019

 

20. Pasillo

Tomé la micro y me bajé cerca de la plaza de Armas de Santiago. Encontré un diario tirado en una banca y hojeé las páginas. “Nuevos ataques del Chupaca bras aterrorizan al norte de Chile” y “Nuevo alcalde pone mano dura en Pozo Almonte”. En esa noticia me quedé. Era el Lokoto, mi expana, traficante de falopa. Con él nos pegamos una operación que nos dejó fuera de las calles varios meses y ahora es alcalde el putamare. Por eso andaba tan perdido el hueón. Ahora cacho por qué me dejó tirado en esta ciudad culiá. Me compré una petaca de pisco y me encerré en el baño de los juegos Diana de calle Merced. Me curé como trapo y me puse a cantar la canción de Charly García “Pedro trabaja en el cine”. Me puse contento. Esa canción le gustaba al Lokoto y siempre la ponía cuando planificábamos los asaltos. Cuando salí del baño me gasté dos lucas jugando Mortal Kombat II y volví a caminar por el centro. Fui a ver a la Kamila a un topless de la calle Catedral y me topé con ella bailando bajo los neones y los espejos. Un pendejo de traje y corbata le estaba chupando las callaguaguas con espuma al ritmo de la canción “Isla tropical”, de Los Polacos Comunistas. Esperé a que bajara del escenario y me metí a su camarín.

—¿Qué hacís acá, hueón?

—Te echo de menos, Kamila. ¿Quién es ese hueón que te estaba dando jugo allá afuera?

—¿Qué te importa a ti?

—Ya poh, hablemos un rato.

—Sale, hueón, te dije que no volvieras.

—¿Pero cómo me tratái así?

—Ya fue, loco.

—Te vengo a buscar más rato si querís.

—Deja de pasarte rollos.

—Ya poh, te traigo unas pepas más rato.

—Ándate mejor, hueón.

Me abrí el bolsillo de la camisa y le pasé los aritos en forma de delfín.

—Se te quedaron el otro día en mi pieza.

—Esos aros no son míos, ahueonao.

—Son tuyos, poh. ¿De quién más?

—Ándate a la chucha, canuto culiao.

Yo casi me voy a las manos, pero la mina me mandó a sacar con un guardia cara de noche. El loco me empujó hasta la calle mientras yo le decía que no iba a ir pal cielo cuando se muriera, que yo lo había de cretado, que yo tenía contacto directo con el Señor.

Después de tomar como un litro de agua del baño de un local del Portal Fernández Concha pa pasar la caña, hice mi última prédica del día en la Plaza de Armas de Santiago. Creo que estuvo linda.

***

Pasaron como dos meses y me obsesioné con el Lokoto. Fui a la casa de su mamá, pero la tía no me abrió.

—Tía, ábrame la puerta. Soy yo. Su favorito. Vengo pa que hablemos sobre su hijo. Tranquila, si no le voy a hacer nada. Tía, ya poh. Le traigo un regalo.

Después de un rato me aburrí y emprendí el camino de regreso, aunque estaba seguro de que la vieja culiá estaba adentro.

Lo guglié en un cíber en calle San Antonio y el hueón tenía hasta fotos con traje y corbata, y según daban los resultados, hasta ese momento no se había mandado ninguna cagá. Entré a la página de la municipalidad y encontré su correo institucional. Le escribí la tremenda carta, una carta de brothers, sin ningún indicio de amenaza, pero nunca me contestó.

Ahorré y me compré el pasaje, bajé las dosis de pisco y las entradas a los topless del centro; incluso dejé que la Kamila rehiciera su vida sin mí. Dejé de pagar mi pasaje en el Transantiago. Todo hombre necesita tener vacaciones y ya sé quién me las va a financiar. ¿Qué cara va a poner el Lokoto cuando me presente en su oficina, en la Municipalidad de Pozo Almonte, a las ocho de la mañana de un día lunes?

El paisaje tras la ventana se pierde bajo la noche, y calculo que llevamos siete horas de viaje. Pasamos por Coquimbo y La Serena. El agua que va de un lado a otro en esta puta máquina entra en mis zapatos y me moja los calcetines. Pero Dios no me abandona nunca; hoy va sentado en este bus.

 

También puedes leer:

“Población flotante”: Un viaje hacia la noche más obscura.

“Población flotante”: Sujetos en tránsito.

 

***

Carlos Araya Díaz (1984, Calama). Cineasta y escritor. Publicó la novela Ejercicios de encuadre (Cuneta, 2014, Premio Juegos Florales Gabriela Mistral) e Historial de navegación (Alquimia, 2016, Premio Municipal de Santiago). Con su cuento «Los mapas de mi padre» fue finalista del Concurso de Cuentos Paula (2014). También escribió y dirigió el largometraje El hijo pródigo (2013), estrenado en el Festival de Cine de Valdivia. Asimismo, correalizó el largometraje colectivo Propaganda, producido por MAFI (Mapa Fílmico de un País, en 2014). Actualmente está finalizando su película El viaje espacial.

 

 

 

Carlos Araya Díaz (1984)

 

 

Crédito de la fotografía a Carlos Díaz Araya: Leo Piagneri.

Crédito de la imagen destacada: Editorial Planeta.