Esta es una novela que incomoda y la cual obliga a preguntarse, quizás a toda una generación, la de nuestros padres, qué ocurrió, por qué pasó, si acaso encontramos respuestas, y donde tal vez esas confesiones puedan calmar en algo el descontento, la frustración, esa sensación de permanente fracaso, que se cierne sobre el mito llamado «Chile».
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 18.2.2019
“Pensábamos y el tiempo que no tendría precio / se nos iba pasando pobremente/ y estos son, pues, los años venideros”.
Enrique Lihn
La historia: un joven con anhelos de ser escritor. El dónde: Viña del Mar y después Santiago. El cuándo: fines de la dictadura, comienzo de la democracia. Así podríamos resumir sucintamente Pendejo (La Calabaza del Diablo, 2007) del escritor Gonzalo León (Valparaíso, 1968). La novela es un recorrido biográfico por la adolescencia, pero también por la historia reciente de nuestro país, entre los vítores por el Plebiscito de 1988 y la gran resaca posterior, esto es, el desencanto luego del arribo democrático que no era sino la transición pactada.
Con un lenguaje sencillo, coloquial, irónico, que evoca a toda una tradición realista de comienzos de los años ’90, Gonzalo León construye una novela rápida, directa, sin aspavientos. Pero también, sumado a lo anterior, recurre a la cita culturalista, política, lo que se aprecia en referencias a Paul Gauguin, Rimbaud, Tolstoi, Hemingway, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Enrique Winter, Germán Carrasco, Claudio Giaconi, Tennessee Williams, Norman Mailer, Bret Easton Ellis, Pablo Toro, Carlos Franz, Patricia Politzer o Carmen Hertz, lo que denota las intenciones del autor por situar la obra en un espectro más amplio, no limitado al hacer literario y sus exponentes. Incluso a un futuro no tan lejano, como si el libro, escrito en retrospectiva, reconstruyera la genealogía de una derrota: una sociología de lo que es Chile. Lo que fue y nunca cambió. Lo que se prometió y no se cumplió.
“Miro hacia otros departamentos y me doy cuenta de que ya no queda nadie: Valeska Chera se mudó hace años; el pequeño Tevo, a quien su padre golpeaba a menudo y que nosotros repasábamos como si fuera un balón, tampoco: Claudio Breschi subió de pelo y vive en lo que se conoce como Viña del Mar alto; Julián se fue con su papá marino a Punta Arenas. Y con Kenneth y el Guatón Carlos ya no nos hablamos. En fin, ya no me queda nada ni nadie, a excepción de mi madre, mi hermano y mi abuelo” (Pág. 8).
“(…) A nadie le importó pagar el peaje de vuelta, porque muy en el fondo nos creímos héroes de la derrota que vendría, de la patada en el culo que nos darían los hechos políticos, del siga participando en la seudo democracia” (Pág. 16).
“Santiago, la gran puta del espacio de acá. Santiago y la ciudad de Gonzalo Millán. Santiago es Chile, y el proyecto de país del ex poeta José Ángel Cuevas. Chile, país de proletas, pero por sobre todo país de mierda” (Pág. 30).
Hay una atmósfera de desencanto, fastidio. Sexo sin condón y marihuana. Putas. No pocos fantasmas deambulan. El tránsito hacia la adultez se nos muestra clínico, distante, embargado en una normalidad a veces cruda, en donde Pinochet: “no ha muerto producto de una gonorrea mal cuidada”, donde lo que se celebra en las calles no es precisamente la muerte del dictador, sino a la Cecilia Bolocco y su cetro mundial de Miss Universo. O quizá las 27 horas de amor de la Teletón.
El personaje principal sube calles empinadas, sin dinero y pocas expectativas. Deja su carrera, incursiona en política, la abandona al poco tiempo, viaja a Santiago para concretar sus sueños, pero debe recurrir al crédito fiscal para solventar los estudios de una carrera poco lucrativa: periodismo. Vive de allegado en el departamento interior de un amigo, en una oficina o en una pensión. Representa, en este sentido, la verdadera cara de una burguesía pobre en un país pobre con ínfulas de grandeza. Pequeño país, gris y chauvinista. Triste país, alienado y capitalista. Un país donde si deseas estudiar, debes asfixiarte en becas y créditos. ¿Meritocracia? La excusa perfecta, sin duda, para el endeudamiento y la competencia.
“Sigo en Ingeniería, pero soy un estudiante mediocre, y eso me inquieta. Me cuesta la carrera y por primera vez estoy pensando en renunciar a algo académico. Mi madre dice que mi dedicación a la política, a la cual llamo vocación, es la responsable” (Pág. 12).
“Vivir es un suicidio a largo plazo que vamos pagando en cómodas cuotas. Imagino entonces si valdrá la pena esforzarse por dotar de vitalidad una novela. Ser realistas consistiría, en este caso, entender que la vida que poseen las novelas es esa ´otra vida´ de la que habla la Biblia, nada más” (Pág. 61).
“Han pasado diez días de mi entrada en sociedad y ahora estoy rodeado de sujetos de cursos superiores fumando un pito de marihuana en el patio trasero de la sede de Periodismo, que años antes había sido las oficinas administrativas de la DINA. Estoy volado, cuando aparece una simpática compañera, cuyo padre recién ha fallecido, para consultarme si haré uso de la beca que me corresponde por haber sido el quinto puntaje de ingreso.
-¿Por qué me lo preguntas?
-Porque, si tú no postulas, yo soy el sexto puntaje, y bueno, me podría quedar con la beca” (Pág. 27).
Es imposible no reconocernos, cómo no. Hay narraciones que funcionan como espejo y ese es el caso de Pendejo, una novela que incomoda hasta cierto punto pero que obliga a preguntarnos, quizá a toda una generación, la de nuestros padres, qué ocurrió, por qué ocurrió, si acaso encontramos respuestas. Y si acaso esas respuestas pueden calmar en algo el descontento, la frustración, esa sensación de permanente fracaso.
Francisco Marín-Naritelli (Talca, 1986), además de periodista y de magíster en comunicación política -titulado doblemente en la Universidad de Chile- las ejerce como profesor universitario y un prolífico escritor nacional, cuya última publicación es el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, 2018). También es el director titular del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: Editorial La Calabaza del Diablo.