El análisis histórico, estético y sociopolítico del profesor titular del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, a la obra audiovisual que obtuvo el Oscar 2019 a la mejor película, y también las estatuillas de la Academia norteamericana concedidas al mejor actor de reparto y al mejor guión original de la temporada.
Por Cristián Garay Vera
Publicado el 27.2.2019
El título de este largometraje viene de la guía de viajes para negros, The Negro Motorist Green Book, que indicaba qué lugares se podían frecuentar en su estadía sin violar las leyes discriminatorias del sur de los Estados Unidos. Es 1962 y un artista negro debe recorrer esa indómita región. La mirada sobre el país correcto tiene matices según la época y la forma de representarlo.
En efecto, Estados Unidos fue el espejo del mundo como una sociedad de oportunidades y de realización. El ideal del obrero con comodidades que en otras sociedades eran de gente rica, se plasmó en dibujos como Los Picapiedras, con sus máquinas extravagantes, sus grandes asados, y su pertenencia a ordenes como los Búfalos Mojados, lejanas reproducciones de las cofradías y hermandades de la Costa Este.
El país correcto era también el espejo de los ideales democráticos, del mérito, del esfuerzo y del valor del trabajo. Y también era la nación de las desigualdades, del racismo puro y duro, de la avaricia capitalista que al mismo tiempo que hacia progresar, aplastaba al perdedor.
La historia real que nos cuenta esta película se conecta con los ideales de cambiar la sociedad estadounidense en esos aspectos más ríspidos del modelo. Esta es la historia de un exitoso concertista clásico, Don Sherloy (Mahershala Ali), y un chofer de origen italiano, Tony Vallelonga o más sencillamente Tony “Lip” (Viggo Mortensen), también de un negro y un blanco con una relación inusual de jefe y empleado. Un contraste entre la cultura de uno y el foso de vulgaridades del otro, pero también de una mirada que sin ser especialmente combativa desafía con pequeños gestos la segregación racial existente en el sur de los Estados Unidos.
Desde luego, hay un relato demócrata, no abierto, muy convergente con los ideales de transformación de los Kennedy, y especialmente de Bob, que como fiscal general impulsa y presiona a los estados más racistas.
A algunos les ha parecido que el relato no es militante y que no fue dirigido por negros. Me parecen criticas mezquinas de Spike Lee. El relato audiovisual tiene su perspectiva que es la dignidad, más profunda en eso que Conduciendo a Miss Daysi (Bruce Beresford, 1989). Segundo, tiene un clivaje de clase social que es evidente. Y, por cierto, el talento no selecciona etnias, y el propio Lee lo hace en BlacKkKlansman.
Dicho esto, es el relato de una familiaridad entre un destacado músico clásico y un chofer que ha sido además guardia de clubes de espectáculo. El relato de las diferencias sociales entre ambos adquiere ritmo propio por la magistral interpretación de Viggo Mortensen, que sitúa a su personaje en el colmo de la chabacanería. Frente a él, un príncipe de algún relato africano, cuyo sitial es un trono rodeado de finas obras de arte, colmillos de elefante, piezas de porcelana, y un sinfín de objetos valiosos. El talento del actor le hace además merecedor al segundo Oscar como mejor actor secundario este 2019, dentro de una película que además se quedó durante esta temporada con la estatuilla que premia a la mejor película y al mejor guion original.
El contrato para efectuar una serie de conciertos en los Estados del sur implica un reconocimiento del Estados Unidos profundo. Para quien no había salido del Bronx, descubrir la naturaleza de los otros estados, es un cambio experiencial. Para quien conocía el mundo reconocerse en los Estados del Sur es un aprendizaje colectivo, para quien es negro, pero vive y actúa como un blanco de clase alta.
El viaje por las regiones con segregación racial se convierte en una forma de añadir a la identidad ese dato como realidad problemática, donde el país perfecto deja de serlo, pero que tiene la semilla para serlo en el futuro.
Un aspecto adicional es el estatus problemático del italoamericano en la sociedad. No es un blanco anglosajón, y no es negro, por cierto. Pero de algún modo, la pobreza de parte de este grupo –sin recurrir al manido tópico del ascenso a través del crimen organizado- les hace ser más receptivos sobre su propia condición de europeos de segunda clase en el país del norte.
El viaje es un desafío a los convencionalismos del sur: un reto desde la identidad del artista negro, que finalmente comparte el chofer. Es una historia de amistad, sí, pero también del lento aflorar de valores compartidos. Estamos ante un guion redondo, debido a Farrely, Currie y Nick Vallelonga (hijo del biografiado) y dos actuaciones soberbias del protagonista y el coprotagonista.
Desde luego la película goza de una fotografía esplendida en fotos panorámicas (Sean Porter), primeros planos, que reproducen tanto el ambiente de los años ’60 como la geografía de los Estados Unidos de Norteamerica, un país-continente. La banda musical (Kris Peter) se centra tanto en las piezas clásicas que interpreta nuestro músico, como en la música popular hecha por negros. Los gestos variopintos del chofer conectan los mundos refinado y popular en un músico que está aislado en su castillo de hotel, y un italiano que ha vivido toda su vida en el Bronx.
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Green Book. Dirección: Peter Farrelly. Guion: Nick Vallelonga, Brian Hayes Currie y Peter Farrelly. Fotografía: Sean Porter. Música: Kris Bowers. Elenco: Viggo Mortensen, Mahershala Ali, Linda Cardelini, Dimiter Marinov, y Mike Hatton. Estados Unidos, 2018, 130 minutos.
Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios de la cual además es profesor titular.
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