El presente artículo es un texto sobre la lectura conjunta de este par de volúmenes del poeta nacional: «Ciudad bárbara» (Das Kapital, 2017) y «Cuaderno de croquis» (Pez Espiral, 2018), los cuales son dos entregas del autor ariqueño en años seguidos, y títulos que, si bien difieren en sus intenciones y temas, se unen inconscientemente, aunque sea en lo relacionado a su elemento escenográfico y en las emociones que sugieren al lector.
Por Nicolás Meneses
Publicado el 28.2.2019
La idea de que un libro suceda en otro libro, más allá de lo metaliterario, que aquel cuaderno de anotaciones tenga como escenario la ciudad de costuras tan difusas, que no se pueda localizar porque estuvo en todas partes, de norte a sur de Chile, como un mapa de ruta rayado a medias, solo en los lugares en que se detuvo el convoy de nuestra biografía. Ciudad bárbara (Das Kapital, 2017) y Cuaderno de croquis (Pez Espiral, 2018) son dos entregas de Rolando Martínez (Arica, 1979) en años seguidos, libros que, si bien difieren en sus intenciones y temas, se siguen inconscientemente, aunque sea de forma escenográfica.
En Ciudad bárbara nos encontramos un libro de poemas casi de registro de época, que recoge momentos en la trayectoria de una voz donde el tránsito del campo a la ciudad provocó una explosión demográfica que estas últimas fueron capaces de contener y que se vio reflejada en la proliferación de viviendas precarias, apenas equipadas con los servicios básicos, en pésimas condiciones de higiene y peor distribución de espacio. Estas mínimas condiciones de vida son las que se ven reflejadas en la mayoría de los poemas, leemos en «Cronología de la transparencia»: “Veo un patio inmenso sembrado de artesas./ Veo a un hombre dormir sobre unos tarros/ compartiendo lecho con mamíferos roñosos y famélicos. // Veo la infancia hundir sus manos sucias en la yesca”. Es todo ese paisaje doméstico en torno a los conventillos, su vida tras las cortinas que apenas si quieren esconder las formas básicas de subsistencia e intimidad.
El hablante se va transformando a medida que avanzan los capítulos: si no es la edad, es la experiencia que lo lleva a tomar consciencia de la forma en que habitan la ciudad, una ciudad que parece un fondo vacío, en el que titilan más las costumbres del campo, de los hombres que se forjaron en el trabajo duro del sistema de hacienda, siempre sometidos a la lógica del patrón de fundo. Nuevos habitantes de la ciudad que son incapaces de dejar sus costumbres, como despertarse con el gallo, velar a los finados con plañideras y cantores, hacer la vida a la intemperie. Y en ese apretado espacio donde el olor a fritanga, orina y causeos se mezclan, es donde las personas hacen su vida acarreando su voluntad, leemos en «6 PM sobre La Sanjo»: “El cuerpo es un proyecto melindroso/ aún así los sueños pesan/ como bolsas de pan”.
En Cuaderno de croquis Martínez se inclina por un registro diverso, apelando a una infinidad de materiales de la más variada índole, semejando el libro a la idea del cuaderno borrador que se usaba para todo tipo de anotaciones, pero en la cuál un relato toma nuclear importancia: la muerte del padre. Es así que pasamos de la escena en que le avisan al hijo del estado delicado del progenitor, la llegada al hospital y todo el proceso de defunción, mientras nos topamos con poemas-recuerdos sobre viajes, la familia, las costumbres, postales, recetas, imágenes que de alguna u otra forma se insertan dentro del imaginario de Ciudad bárbara, pero que evita por sobre todo realzar un relato único o centrarse estrechamente en un hecho, logrando evadir el tono trágico del evento llevándonos de manera sutil, delicada e imaginativa por la pena y el asombro, leemos de la página 71: “Cuando el doctor se presentó en escena, con su estetoscopio examinó el corazón de mi papá. Aterrizaba la parte inferior del aparato como quien aterriza un helicóptero. Había una especie de ciencia ficción en su cometido. En tanto la zona pectoral carecía de movimiento alguno. No había aire ahí, sino silencio. Ruido de olas deshechas. Hojas secas que crujen bajo los zapatos.”.
Como el recuerdo, el libro avanza como un relato fragmentado, unido a recuerdos que están pegados como chicles, situaciones de una vida que no se pueden separar del presente esbozando una especie de obituario de la pena en pequeñas dosis. Así, por ejemplo, nos topamos frente a evocaciones de un padre campesino y una vida rural diáfana en contraste con la violencia de la ciudad salvaje. Y a medida que avanza el libro, el padre se torna como: “La última luz sobre una población, sobre toda la infancia reunida. La ciudad, el sol, el símbolo de un tiempo”, como leemos en el poema «La copa Martínez».
Rolando Martínez hace converger en algún punto a estos dos libros. La proximidad de su publicación y los ecos de un espacio y sus afectos que aparecen como sombras chinas en Cuaderno de croquis nos permiten asociarlos, aunque sean libros completamente autónomos. Destaca en este último la gran variedad de registros, el diseño, las altas cuotas de emocionalidad que alcanza a ratos y la introducción de un imaginario que permite ver con una delicada belleza el feroz momento de la muerte de un padre.
Nicolás Meneses (Buin, Chile, 1992) ha publicado los libros Camarote (Ediciones Balmaceda Arte Joven, 2015) y Panaderos (Hueders, 2018). Becario de la Fundación Neruda (2016) y del Fondo del Libro y la Lectura (2015, 2018), también ha ganado diversos concursos literarios, entre los que destaca el Premio Roberto Bolaño en la categoría de cuento (2017). Escribe sobre poesía para diversas revistas digitales. Actualmente se encuentra preparando el volumen de relatos Reencarnación bajo el sello Jámpster eBooks.
Imagen destacada: El poeta chileno Rolando Martínez Trabucco (Arica, 1979).