La presentación del conjunto de cámara Trío Programático en el contexto de una nueva fecha de la 79° Temporada Artística en el Aula Magna de la Universidad Técnica Federico Santa María (sábado 13 de abril) con un programa centrado en la más noble tradición docta, tuvo como protagonistas a los compositores Haydn, Beethoven y Dvorák, con algunas de las mayores obras representativas del género. Acá, como lo escuchó el Diario «Cine y Literatura» en Valparaíso.
Por Ismael Gavilán
Publicado el 17.4.2019
La música de cámara es evocación e intimidad. Es exploración concienzuda de la subjetividad mediante el sonido. Lejos de toda épica, la música de cámara es probablemente un espacio sonoro donde la libertad imaginativa del compositor se encuentra a su anchas y puede proponer al oyente la diversidad y dificultad de sus exploraciones emocionales, mentales e intelectuales.
Una música que colinda con la confesión, pero también con la especulación: lo que no puede decirse o hacerse oír en los grandes conjuntos orquestales o hacerse valer por la voz humana, adquiere en la música de cámara una verdadera analogía con la corriente de la conciencia. Tal vez por eso, la música de cámara no es de gusto masivo, no hace el efecto espectacular de la paleta orquestal su seducción y su norte. Reconcentración, intensidad y transparencia del sonido pueden ser, quizás, los adjetivos más propios para abordarla y querer entenderla.
El recién pasado sábado 13 de abril, el novel y premiado Trío Programático (Frida Ansaldi, violín; Claudio Santos, violonchelo y Dafna Barenboim, piano) que obtuvo en 2018 el Premio del Círculo de Críticos de Arte de Chile como la mejor agrupación interpretando música de cámara, se presentó en el Aula Magna de la UTFSM como parte de su septuagésima novena temporada con un programa centrado en la más noble tradición clásica. Programa que tuvo como protagonistas a Haydn, Beethoven y Dvorák con algunas de sus más representativas obras del género.
La primera parte de la velada contempló la ejecución del Trío con piano en Do mayor Hob XV 21 de Franz Joseph Haydn y del Trío con piano en Re mayor n.º 5 op 70, n.º 1 De los espíritus de Ludwig van Beethoven. Con obras como éstas es donde el concepto de “clasicismo” adquiere su razón de ser, su peso específico.
Ciertamente en música, el “clasicismo” descansa en una manera de entender la obra musical como un todo orgánico y equilibrado, tomando como base de tal equilibrio la forma de la sonata. Heredado del Barroco, el “trío” como forma de cámara tradicional, fue pulido y cincelado profusamente por diversos músicos y corrientes de compositores durante todo el siglo XVIII.
Cuando Franz Jospeh Haydn asume el trabajo de consolidar las “formas clásicas”, el “trío” era sin duda una de las maneras más preclaras de esa música cultivada en la intimidad por grupos de aficionados, familias y cortesanos. Su rol, básicamente, era una música de asueto y divertimento. De ahí su escasa complejidad y su breve duración -piezas que no superan los 15 a 20 minutos-, es decir, música pensada como un acto social de esparcimiento.
Aún bajo esas condiciones sociales, la música de cámara de Haydn, siendo fiel a ese ideal ilustrado de felicidad intimista, muestra un trato pulcro, delicado, con una música, sino difícil de ejecutar, sí transparente. El Trío Programático estuvo con creces a la altura de hacernos oír ese tipo de música, permitiendo que olvidáramos la seriedad del rito social del concierto público. Porque la música de cámara de Haydn no está pensada para grandes audiencias en sitios como un teatro. No, está pensada para hacernos sentir cómodos y felices por la gracia que significa oír sonidos finamente articulados que denotan serenidad, belleza, equilibrio e intimidad.
Tanto Ansaldi, como Santos y Barenboim no sólo lograron eso con la maestría de su técnica, sino que lograron transmitir esa calidez interpretativa que siempre se inicia cuando el talento ha mostrado sus fueros y que nos evocan estados mentales y emocionales donde la belleza, el juego y la serenidad, emergen de la consumación técnica de la interpretación. Así, el trato de las cuerdas -Ansaldi y Santos- develaron una concentración en aras de un estilo grácil, estilo complementado por la suave interpretación de Barenboim, quien logró hacer del piano más que un mero y oportuno acompañamiento del diálogo entre el violín y el cello.
Pero sin duda, el clasicismo como estilo y tendencia artística es mucho más que un mero espejo arcádico de plácidos sonidos. Es también un espacio sonoro para encarnar el conflicto, bajo el pathos de la lucha.
Así, la música de Beethoven muestra no sólo un gesto mucho más rudo en sus armonías, exigiendo una técnica mucha más firme en el acto de la interpretación, es una música que toma los mismos aspectos formales de Haydn -forma sonata, por ejemplo-, pero llevándolos a otra dimensión sonora, donde en vez de serenidad, la intimidad se ve asaltada y aún, constituida, por una marea de modulaciones difíciles de aprehender en el mero regocijo despreocupado, sino que plantea al oyente como un continuo desafío que se plantea fuera de todo sosiego.
La música de cámara de Beethoven aún más que sus famosas piezas para orquesta -por ejemplo, sus sinfonías- muestra un temple que, no escapando de los límites formales de la sonata, la llevan a ese límite expresivo que expulsa toda idea preconcebida de encanto. Lucha, tensión, ensimismamiento, son palabras que se vuelven recurrentes para las exploraciones sonoras del genio de Bonn que plantea en obras como la que oímos en la tarde del sábado recién pasado. El Trío Programático sin duda que se mostró a las alturas del desafío de ejecutar una obra de esas características.
Lejos del bucólico mundo de Haydn, en Beethoven los intérpretes encontraron un ejemplo relevante para justificar la más que merecida alabanza de sus talentos. En una pieza como ésta, los temas, propuestos por el cello, desarrollados por el violín y comentados por el piano, implica comprender la obra no tanto como un “trabajo colaborativo”, sino como un diálogo inteligente de partes.
Y no sólo eso, también implica observar el momento oportuno de marcar intensidades, hacer sobresalir tal o cual sonido bajo el diseño general, asumiéndose así, un riesgo que, la música orquestal, no puede efectuar y que la de cámara, asume con una naturalidad fuera de serie. En ese entendido, el trabajo de Santos en ciertos pasajes fugados del segundo e intenso movimiento –Allegro assai espressivo– fueron un logro mayor.
Asimismo el desarrollo pianístico, no mero acompañamiento, sino pleno comentario sonoro que hacía de los matices melódicos específicos de ciertos instantes, un claroscuro de contrastes singulares. El talento más que probado de Dafna Barenboim al servicio de esos matices fueron, sin duda, lo más significativo de la pieza.
La segunda parte de la velada estuvo constituida por una única pieza: el trío con piano n.º 4, po 90, Dumky de Anton Dvorak. Sin duda que el compositor checo es un heredero de Beethoven y del clasicismo en el más amplio sentido del término, pero también es un músico que engrandece la forma tradicional, incluyendo en muchas de sus piezas, aires y danzas campesinas checas y eslovacas como fiel representante de la música nacionalista de fines del siglo XIX.
Es así que el Trío Dumky es una de esas obras. Debe su nombre a que está organizado, no a base de la forma sonata clásica en tres partes o secciones, sino como un conjunto estilizado de danzas folclóricas, especialmente la así llamada “dumka”. De aquel modo, este trío formado por seis partes, se estructura de un modo bastante peculiar, dejando a un lado las convenciones clasicistas y apostando por una música que tiene un ritmo mucho más abierto que el de las obras anteriores.
A diferencia de Beethoven, el trío de Dvorak no se presta para exploraciones subjetivas de densidad metafísica, sino más bien para describir juguetonamente un marco bucólico de aire campesino, en curiosa consonancia con la obra de Haydn escuchada al principio del concierto. Por supuesto que acá no estamos ante una pieza que sea un mero revival del maestro vienés, sino más bien oímos una obra que en sus ritmos sincopados y de cariz algo rústico, se encuentra en las antípodas de todo dramatismo subjetivo, enfatizando una atmósfera más diversa y menos estructurada en su pathos.
Casi como una suite que enlaza danzas, imitando una obra del Barroco, el trío Dumky es una pieza no carente de virtuosismo y de extensas y afectivas melodías, pero que nunca niegan cierta chispa y atrevimiento rítmico.
El Trío Programático no tuvo problema para dar cuenta de esta simpática obra del compositor checo: la destreza en las secciones contrastantes -veloces y lentas que se sucedían unas tras otras al interior incluso de un mismo movimiento- evidencian la segura mano de la violinista Frida Ansaldi. Supo sortear las exigencias rítmicas marcadas con tesón, como asimismo el acompañamiento del cello en esas mismas secciones, mostraron una vez más a un dotado Claudio Santos como pilar fundamental de la interpretación.
Ambos músicos, acompañados por el trabajo notable de Dafne Barenboim, vienen una vez más a certificar la excelencia interpretativa de esta agrupación que, relativamente pronto, desde el año pasado, ha ido consolidando su quehacer con un sonido pulcro y transparente. El concierto del sábado 13 de abril en Valparaíso, lo demuestra con creces y ha de esperarse que nuevas interpretaciones se sumen a la de este fin de semana como muestra de un talento indesmentible.
Las presentaciones de música docta en el contexto de la 79° Temporada Artística de la Universidad Técnica Santa María prosiguen el próximo domingo 12 de mayo cuando el pianista chileno Andrés Maupoint interprete obras de Erik Satie, Cécile Chaminade, Claude Debussy, Olivier Messiaen, Frédéric Chopin y Franz Liszt en un concierto que se desarrollará nuevamente en la Aula Magna de la Casa de Estudios porteña.
Ismael Gavilán Muñoz (Valparaíso, 1973). Poeta, ensayista y crítico chileno. Entre sus últimas publicaciones están los libro de poemas Vendramin (2014) y Claro azar (2017) y el libro de crítica literaria Inscripcion de la deriva: Ensayos sobre poesía chilena contemporánea (2016). Ensayos, notas y reseñas suyas se han publicado en diversas revistas nacionales y extranjeras. Es colaborador de La Calle Passy 061 y de Latin American Literature Today. Ejerce como profesor en diversas universidades del país y es monitor del Taller de Poesía La Sebastiana de Valparaíso.
Crédito de las fotografías utilizadas: Dirección de Difusión Cultural de la Universidad Técnica Federico Santa María.