Inspirado libremente en el crimen de Daniel Zamudio, este largometraje protagonizado por Nicolás Durán y Alejandro Goic, destaca por lo verosímil de su propuesta y lo reconocible de sus personajes. Con escenas de desnudos explícitos, encuentros sexuales, hay un afán por retratar, con indudable realismo, toda una generación. Incluso, muchos de los diálogos parecieran espontáneos, lo que también acentúa la frontera entre aquella subcultura juvenil y el mundo adulto.
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 6.11.2017
“No hay ningún control/ no hay ningún plan”.
Charles Bukowski
Jesús habla poco y baila mucho. Vive con su padre, Héctor, con quien no puede o no quiere comunicarse. Se droga con sus amigos, tiene sexo en parques, mira videos hardcore por internet y se presenta en festivales de K-Pop. La adrenalina de la marginalidad. La violencia, la borrachera, el exceso. Una vida que de pronto se ve sacudida por un suceso irreversible, fatídico.
De eso se trata la nueva película de Fernando Guzzoni (1983), largometraje destacado en los festivales de Toronto y San Sebastián, y que obtuvo Mención Especial de Actuación Masculina y Mención Largometraje Ficción en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (2016).
Inspirado libremente en el crimen de Daniel Zamudio, “Jesús” (2016), protagonizado por Nicolás Durán y Alejandro Goic, se destaca por lo verosímil de su propuesta y lo reconocible de sus personajes. Con escenas de desnudos explícitos, encuentros sexuales, hay un afán por retratar, con indudable realismo, toda una generación. Incluso, muchos de los diálogos parecieran espontáneos, lo que también acentúa la frontera entre aquella subcultura juvenil y el mundo adulto.
Jesús, el protagonista, un muchacho de clase media baja, transita por los intersticios de una larga noche, la periferia, una periferia social que no identifica barrios para evitar el cliché. En este sentido, los escenarios donde acontece la historia están acorde a la propuesta narrativa del film: lugares públicos como el Parque O’Higgins o el Paseo Ahumada, espacios cerrados, sombríos, como el interior del departamento que comparte con su padre, componen un cuadro decadente, que bien podría representar a muchos jóvenes de nuestros tiempos: lacónicos, incomprendidos, fascinados por la tecnología y los medios de comunicación, desinhibidos sexualmente, ambiguos, descreídos del sistema, muy cerca del delito.
Uno de los aspectos más destacables del film es la relación padre-hijo, nudo importante de la historia. Héctor cumple con el rol de adulto, aun de sus constantes ausencias y no sin frustraciones, se preocupa del futuro de Jesús y de su bienestar (de hecho lo conmina a entrar a un 2×1, para así terminar 3 y 4 medio en un año), pero no puede comunicarse con él, o no sabe. Una vez que se entera de los trágicos hechos donde se ve involucrado su hijo, trata de ayudarlo, de esconderlo, hasta que finalmente decide tomar una decisión. Una decisión que los acerca pero que también los aleja, quizá de forma irremediable.
No hay héroes o villanos en “Jesús”, y bien lo deja claro el director. Con ironía o no del título bíblico, de trasfondo, solo hay complejidad, decisiones erradas, caminos imprevistos. Una cruda fragilidad. Pero donde, al fin y al cabo, cada uno debe hacerse cargo de sus actos, de las consecuencias de sus acciones. Eso es, en definitiva, una lección necesaria.
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