Esta ópera prima es un thriller formidable, puede que no esté libre de inconsistencias o de elementos manidos, pero el realizador Gustav Möller sabe utilizarlos eficazmente para presentar una historia desgarradora y fascinante. Hollywood ya le echó el ojo (y el oído) y quiere a Jake Gyllenhaal en el elenco de su «remake». Esperemos que el resultado esté a la altura, pues esta ópera prima merece respeto y admiración: es de los mejores estrenos que se encuentran actualmente en la cartelera sudamericana.
Por Felipe Stark Bittencourt
Publicado el 9.5.2019
Este es un debut ominoso y macabro, de terrible magnetismo y que se extiende más allá de la pantalla por el extraordinario trabajo de sonido que ha montado su director, el sueco Gustav Möller (1988). Este joven cineasta ha comprendido que aquello que no está en pantalla, que, incluso, sin amenazar con asomarse desde el fuera de campo, puede ser más espantoso que cualquier imagen pensable. La angustia, pues, no la genera la posibilidad de ver al monstruo, sino saber que está ocurriendo desde las sombras.
La culpa (The Guilty, 2018), por lo mismo, tiene clara sus intenciones desde el inicio: se abre con pantalla en negro y el incesante murmullo de un teléfono. Después de un rato, la primera imagen que vemos es el plano detalle de una oreja que le contesta, la del policía Asger Holm (Jakob Cedergren) desde un servicio de emergencias danés.
De inmediato, el espectador advierte por los colores pálidos de la imagen y los gestos del personaje que su rutina es tediosa y monótona; los casos que recibe son desesperantes y, consecuentemente, su actitud hacia el trabajo es displicente e iracunda. Cada llamado que atiende le parece ocasionado por la estupidez humana y los despacha con desprecio, salvo uno: el de Iben (Jessica Dinnage), una mujer que ha sido secuestrada en circunstancias misteriosas y, al parecer, sumamente siniestras.
Puede acusársele al cineasta Gustav Möller de que el argumento de su película tiene ciertos clichés, pero también es cierto y necesario aclarar que no son un padecimiento, sino parte fundamental de este formidable mosaico de sonidos y sensaciones angustiosas. Gracias al minucioso trabajo de este recurso, el espectador puede reconstruir un fuera de campo que se descubre como macabro.
Lo que vemos en pantalla, entonces, no es sino un reflejo pálido de algo más espeluznante, como si se nos sugiriera que lo importante está fuera del registro de la imagen y que debemos buscarlo en la voz de Iben y de los demás personajes que se contactan con Asger, pues cada revelación parece conducir a caminos cada vez más insospechados y espantosos.
En consecuencia, los reducidos recursos visuales de Möller —la luz pálida, las sombras largas que rodean el espacio cinematográfico y los constantes primeros planos— se ponen al servicio de aquello que no vemos y poco a poco van transformando la escena en una experiencia que es también profundamente sonora. El director asocia sonidos con elementos del escenario y hace del espacio cinematográfico un lugar sumamente inseguro que obvia cualquier consistencia narrativa, porque la potencia auditiva que alcanza es mucho mayor.
Esta potencia auditiva va golpeando a Asger y a los espectadores con enorme insistencia. Los conduce en un espiral que no parece terminar y que transforma cualquier lugar común en espacio indeterminado y poco fiable. Si el sonido parece acusar la verdad, la imagen, por su parte, se inclina a ser lo contrario.
De este modo, Möller deja que la iluminación de paso a la oscuridad y que el principal motor narrativo del filme sean las voces y los sonidos que oímos a través de los auriculares del policía. La experiencia es de una intensidad atmosférica notable y da espacio a una variedad de sensaciones y sentimientos que hacen de La culpa no solo una magnífico largometraje de suspenso, sino también un drama con un giro inesperado y extraordinario, con connotaciones existenciales que se agradecen en este tipo de películas.
La culpa es un thriller formidable; puede que no esté libre de inconsistencias o de elementos manidos, pero Möller sabe utilizarlos eficazmente para presentar una historia desgarradora y fascinante. Hollywood ya le echó el ojo (y el oído) y quiere a Jake Gyllenhaal en su elenco. Esperemos que el resultado esté a la altura, pues esta ópera prima merece respeto y admiración; es de los mejores estrenos que están en cartelera.
También puedes leer:
–The Guilty, de Gustav Möller: El compromiso y la empatía como base en la ayuda social.
Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción.
Tráiler:
Imagen destacada: El actor Jakob Cedergren en La culpa (2018).