«Nuestro tiempo», de Carlos Reygadas: No hay libertad en el control

El director mexicano nos presenta un drama rural en el que retrata la vida de Esther y de Juan, una pareja de espíritu aparentemente libre cuya armonía se cuestiona cuando ella se entiende con Phil, un hombre al cual él ve como amenaza. Reygadas interpreta a Juan y su familia (mujer e hijos) lo son también en el filme, ninguno de ellos es actor profesional pero el resultado es a todas luces satisfactorio. Estamos ante una gran película que fue presentada en el Festival de Venecia del año pasado con una muy buena aceptación tanto por parte de la crítica como del público.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 20.6.2019

 

«Ser libre es querer la libertad de los demás».
Simone de Beauvoir

«Deja que mi amor te rodee como la luz del Sol y aún así te sientas libre».
Rabindranath Tagore

 

Belleza

Reygadas nos acompaña como lo haría un buen amigo a un mundo natural salvaje para muchos de nosotros desconocido, mundo natural que contrasta con el mundo artificial “salvaje” de la gran metrópolis a la que esporádicamente acuden sus protagonistas. Este acompañar es de una sensibilidad y una belleza que hacen disfrutar la película más allá de su argumento, se disfruta por su autenticidad y su originalidad. Estamos ante una obra muy elaborada en imágenes y en sonidos en la que muchas escenas son arte cinematográfico.

Personalmente, creo que la del ataque de un toro a una mula podría haberse resuelto sin tanta crudeza. Esa es la excepción, por lo demás el realizador mexicano consigue belleza incluso al mostrar lo no tan bello, así por ejemplo un automóvil común se torna belleza gracias a su sensible mirada que repasa todos sus rincones como el motor o las salpicaduras de barro en sus bajos. Mirada que entiendo es la de un niño adulto que se sorprende a cada instante y vivencia todo con intensidad.

Pero además de belleza formal, hay en Nuestro tiempo (2018) una estimable historia que se profundiza en las dinámicas de una pareja poco común…

 

Libertad condicionada

Juan y Esther comparten sus vidas desde hace quince años, tienen tres hijos y regentan un rancho. Juan es un hombre muy inteligente y sensible con ideas abiertas sobre la vida, en especial sobre las relaciones matrimoniales. Sus ideas, su visión, su pensar, su forma de sentir son las que siempre han regido en la vida conyugal. Es él quien pacta con Esther el darse la libertad de tener encuentros sexuales con otros. Y es él quien controla-dirige esos encuentros extramatrimoniales. Así que Esther “goza” de una libertad que es libertad condicionada, condicionada al control de Juan quien además disfruta viendo como ella tiene sexo con otros.

Todo cambia cuando Esther se entiende con Phil, un hombre también muy sensible (tanto o más que Juan), sin que su esposo lo sepa y para ello le miente por primera vez en su relación como mecanismo de protección-defensa ante su omnipresente control. Algo se cuece en ella, algo está empezando a cambiar en su sentir-mostrar-hacer. Y ese cambio provocará una honda crisis de pareja en buena parte por la desafortunada actitud de Juan. Poco a poco, iremos descubriendo los entresijos de una pareja aparentemente ideal, aparentemente libre. Poco a poco, a través del proceso del despertar de Esther veremos los miedos y trampas que hay en Juan, que hay tras su idea de “libertad” sujeta a control. Poco a poco o el tiempo como factor necesario para que surja y se pueda procesar-asimilar-expresar todo lo escondido-reprimido por una mujer que se ha dejado hacer.

 

Natalia López (Esther) en «Nuestro tiempo» (2018), de Carlos Reygadas

 

Control y posesión

Tras la apariencia libertaria y dialogante de Juan está el dominio-posesión-control sobre todo, en especial sobre Esther. Para él es natural y divertido compartir “su” mujer con un amigo cómplice, vemos como incluso le pide a uno la llave de su casa para espiarlos sin que ella lo sepa. Pactos entre hombres que comercian con una mujer casi como hacen con sus ganados.

Y cuando habla con Phil al saber de su encuentro con Esther le reprocha no haberle pedido permiso para hacerlo: “Aunque ella te dijera que no te preocupases por nuestra relación, tendrías que haber sido leal conmigo. Cualquiera que fuese más hombre hubiera dicho: primero tengo que consultarlo con Juan”. Phil le pide perdón y se somete a su control; se convierte así en otro amigo cómplice de Juan y acepta la ocultación a la amada común de su “pacto de hombres” y con esta aceptación acaba con la recién estrenada libertad verdadera de Esther.

La mujer como posesión, un lamentable estereotipo de demasiados hombres (y también de mujeres sobre sus parejas) que aquí Reygadas nos muestra brillantemente en una versión sofisticada que busca enmascararlo. Pueden ser muy sutiles las formas de enmascarar, Juan (quizás no del todo consciente de su actuar) crea un discurso que tiende a llevarlo todo a su forma de ver las cosas. Es él quien ve por los dos, es el voyeur que disfruta viendo todo lo que le apetece-desea que haga Esther. Es muy simbólica en este sentido la escena en que ambos conversan por Skype, Juan puede ver a Esther pero ella no, la mujer ve una pantalla en negro por la dejadez de él en arreglar su webcam (dejadez que sin duda Juan no se permitiría si fuera la cámara de Esther la averiada, no poder verla a ella a la que siempre quiere-necesita observar-controlar).

En esa potente escena vemos otros tics que definen a Juan, su obsesión por saber si ella está caliente y su necesidad imperiosa de ver sus tetas (ella no está para esos juegos, ella está deshecha pero él antepone sus necesidades) y su manía de elaborar estrategias (mientras ella se vacía, él anota sin parar ideas en una hoja para “preparar” su discurso para la próxima sesión de pareja).

A ella ahora le agobia ese control continuo, ese martilleo de preguntas de Juan para saber cómo está con el fin de elaborar una disertación que la convenza a volver a ser como antes, a volver a su “redil”. Esther le ama muchísimo pero se da cuenta de las sombras de su relación, de las sombras de Juan que ella ha aceptado; le echa en cara su pressing y su falta de empatía real, su falta de respeto por el proceso que ahora ella está viviendo. Proceso que en realidad es de los dos.

Para Juan, Phil es una seria amenaza; mientras que los otros machos eran sólo una diversión sexual este es diferente; Phil es también un hombre sensible que entra en seria competencia con él. Juan es incapaz de salir de ahí, no puede o no quiere ver-escuchar lo que Esther le dice. Ella entiende que su crisis es una buena oportunidad para regenerar la relación y así se lo explica: “Estoy convencida de que la mayoría de lo que provocó en nosotros (su relación con Phil) es positiva, por primera vez en nuestra vida juntos has sido tan cariñoso y me has dicho tantas palabras de amor. Y por primera vez desde que puse los ojos sobre ti he comenzado a pensar en mí. Las dos cosas nos van a llevar a crecer. Eres el hombre de mi vida y ni un segundo dudo de eso”.

Pero ese no querer-poder ver-escuchar lo que Esther siente y expresa hará que ella acabe por pedirle la separación. Juan no se plantea qué tiene que entender e intentar mejorar en él, no sabe verse en sus sombras de dominación-control. Juan sigue acosándola, sigue preguntándole, sigue escribiéndole elaboradas cartas, sigue incapaz de respetar su proceso, sigue incapaz de poner el foco por una vez en sí mismo.

En Juan hay algo que le impide amar completamente, hay algo que le impide darse sin control incondicionalmente. Lo vemos visitando a un amigo que está a punto de morir por enfermedad, ve su actitud amorosa, ve su fe-confianza, ve su aceptación que no sumisión, ve cómo le acompañan todos incondicionalmente con corazón… Y se da cuenta cuan distinto es él, pero ese darse cuenta llega tarde. Allí precisamente Esther le comunica por teléfono que ya no puede más, que quiere la separación. Allí, en el jardín de su amigo al lado de un gran charco que recuerda los lodazales de su rancho, el lodazal en el que él se encuentra inmovilizado desde hace demasiado tiempo. Y, ahora sí, rompe a llorar como el hombre muy sensible que es. Ahora se siente, ahora se empieza a reconocer.

 

Carlos Reygadas y Phil Burgers en el filme «Nuestro tiempo»

 

Lo salvaje

Hay demasiada corrección en las conversaciones entre la pareja, es un estilo que impone sutilmente Juan quizás como forma de colocarse como bueno pero que estalla en algunos pocos comentarios despectivos. Un estilo que entiendo pretende controlar lo salvaje en la mujer (y en sí mismo). Lo salvaje como algo temido; lo salvaje en la mujer especialmente temido por imprevisible, por aparentemente ilógico e incluso desproporcionado. Pero lo salvaje en la mujer (o en el hombre conectado a su feminidad) surge tras un proceso que se vivencia, proceso que suele ser difícil de entender por muchos hombres y mujeres.

Cuando se teme a lo salvaje se tiende a quererlo dominar o erradicar en el otro y en uno mismo; pero lo salvaje siempre acaba por hacerse ver-sentir. Lo salvaje tan íntimamente ligado al animal que somos y que a menudo negamos. Así entiendo que no es casual que la película esté ambientada en un rancho de ganado donde el bramido amenazante del toro siempre está presente especialmente en el bello y contundente final. El hombre macho buscando controlar-dominar-someter al animal y el animal revelándose, esa es la cruenta imagen del toro que arremete con furia desbocada contra unos trabajadores y acaba ensañándose con una pobre mula. Ese es el oficio del sensible Juan, someter a toros que luego serán toreados-controlados-humillados-heridos en plazas con público cómplice.

En cambio Phil tiene un rancho de caballos, se nos muestra el respeto con que se acerca a ellos antes de montarlos. Mientras Juan impone a su ganado el control, Phil se hace amigo y seduce a sus caballos. En Phil hay una mayor coherencia que en Juan. Otra cosa bien distinta es su actitud de camaradería machista que deshace su encanto, actitud que hará que estalle la rabia en Esther quien destroza una silla ante los dos hombres cómplices y acaba peleando con Juan; Juan el director de la película de su vida o el responsable primero (que no único, ella tiene mucho que ver y Phil también) de su falta de verdadera libertad.

 

Carlos Reygadas y Natalia López en una escena del filme

 

Dejarse ir

Tras la necesidad de ver-controlar-dirigir que define a Juan, se esconde el miedo al dejarse ir. Un miedo desafortunadamente demasiado común en esta sociedad nuestra de control-previsión. Pero a mi entender la gracia suprema de la vida está en el soltar tanto control, en el dejarse ir, en la sorpresa de lo inesperado, en la creatividad natural propia que se descubre al afrontar lo nuevo, en la improvisación al más puro estilo jazzístico, en el vivir el ahora y aquí en la auténtica libertad que es libertad de todos sin excepción.

Es un vivir como un niño pero con las capacidades del adulto. Es un pacto atemporal entre la niña-el niño y la mujer-el hombre que somos. Por eso no es de extrañar que Reygadas inicie la película con niños y que sean niños los que a menudo relatan lo que ocurre.

Como apunte final remarcar que Nuestro tiempo me parece una obra perfecta cuyo gran mérito es el mostrar una historia de dominio sutil, una historia en la que la sumisión se disfraza de libertad. Es una obra muy necesaria en un tiempo (nuestro tiempo, se entiende el título) en el que demasiados lobos o lobas se disfrazan de corderos tanto en el ámbito público como en el privado. Disfraces que les perjudican y nos perjudican a todos. Disfraces que merecerían ser puestos en evidencia con la maestría y habilidad de las que hace gala el genial director mexicano.

 

Agradezco los comentarios de “mi” mujer Paula que tanto me han ayudado a elaborar este artículo.

 

Carlos Reygadas y Yago Martínez en el filme del director mexicano

 

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Un fotograma del filme Nuestro tiempo (2018), del director mexicano Carlos Reygadas.