La problemática de la postmodernidad -con el exitismo, el culto a la imagen, el destierro de la identidad, de la cáscara por sobre la sustancia– es global, pero quizás en eso Chile tenga algo que ofrecer al mundo. Si fuimos el primer país en abrazar el capitalismo salvaje, creo que tal vez seamos el primero en decir basta y rechazarlo.
Por Luis Felipe Sauvalle
Publicado el 12.7.2019
En los últimos años Chile se ha convertido en un país que avanza a exceso de velocidad pero a los tumbos. A mí eso me duele, puesto que si algo me dejaron mis años en China fue la filosofía zen de la inmovilidad (aunque en el gigante asiático ésta sea más proyectada que real). Sin embargo la idea persiste: al no moverse mucho uno recibe cosas inesperadas. No demandes ni exijas nada y la vida te ofrendará un regalo.
Siempre me pareció un despropósito esa movilidad frenética, que se considera como actitud emprendedora, que asumo se enraíza en el Chile de los 90’ que se tragó el credo neo-liberal a pie juntillas. No, no me gusta eso de jefe de uno mismo por bonito que suene de buenas a primeras. De jefe a explotador hay un solo paso, aunque el explotador y el explotado sean la misma persona. La búsqueda de pequeñas ambiciones me acomoda más. En realidad no esperar nada del mundo me parece una buena postura. Para qué esperar cosas del mundo o de las personas. El exceso de expectativas en lo que está afuera te lleva a decepcionarte constantemente.
En los años 80’ Chile fue el experimento, que asumió la terapia de shock cortesía de los Chicago Boys, y que si cabía, este experimento recrudeció en la década siguiente. Ya en la actualidad, gracias a plataformas online y el advenimiento de las redes sociales la situación es todavía peor.
Jorge Luis Borges habló de la “eternidad del instante” para describir a un insecto, atrapado en la contingencia, y bien podría aplicarse a las millones de fotos que día a día se comparten en Instagram, en donde transitan rostros felices, de gente que –a juzgar por sus expresiones– viven como si el mundo surgió ayer y se termina mañana.
La problemática de la postmodernidad -con el exitismo, el culto a la imagen, el destierro de la identidad, de la cáscara por sobre la sustancia– es global, pero quizás en eso Chile tenga algo que ofrecer al mundo. Si fuimos el primer país en abrazar el capitalismo salvaje creo que tal vez seamos el primero en decir basta y rechazarlo.
Luis Felipe Sauvalle Torres (Santiago, 1987) es un escritor chileno que obtuvo el Premio Roberto Bolaño -entregado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, y que reconoce las obras inéditas de jóvenes entre los 13 y los 25 años- en forma consecutiva durante las temporadas 2010, 2011 y 2012, en un resonante logro creativo que le valió el renombre y la admiración mítica de variados cenáculos del circuito literario local.
Asimismo, ha participado en la Feria del Libro de Santiago de Chile, como en la de Buenos Aires y ha vivido gran parte de su vida adulta en China y en Europa del Este.
Licenciado en historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile y magíster en estudios rusos por la Universidad de Tartu (Estonia) es el autor de las novelas Dynamuss (Ediciones Chancacazo, Santiago, 2012) y El atolladero (Ediciones Chancacazo, Santiago, 2014), además de creador del volumen de cuentos Lloren, troyanos (Catarsis, Santiago, 2015).
También es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: La ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, la capital de la República de Chile.