El montaje que hasta el próximo sábado se presenta en el principal teatro del país recibió en la Viena de la época (siglo XVIII) un éxito relativo, y de lo que fue de su autor tras el estreno sabemos poco y nada: que introdujo la obra en su catálogo con los primeros compases de la obertura y ahí quedaría todo: sus cofrades masones fueron su último e íntimo apoyo humano y su situación económica y su salud siguieron empeorando hasta la muerte.
Por Horacio Ramírez
Publicado el 23.7.2019
Mozart se extinguía. Faltaba un año para que Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart falleciera en Viena, el 5 diciembre de 1791. Atrás habían quedado sus desenfadadas expresiones que se traslucían en su epistolario. Excéntrico pero siempre con gracia, Mozart intentaba alegrar a los destinatarios de sus cartas a pesar de la mala situación económica que estaba pasando. Jugaba con las remilgadas modas de la época, firmando como “Mozartus” para exorcizar el mal gusto que sentía por sus “Wolfgangus” y “Theophillus” al que se añadirían otras versiones tales como la alemana Gottlieb y el más conocido por nosotros de “Amadeus”.
Lejos había quedado el “enamoradizo” Mozart como lo calificara el banquero Alfred Henickstein quien afirmó del Mozart docente: “que se enamoraba de todas sus alumnas”, trascendiendo los nombres de Rose Cannabich con quien anduvo en amoríos y Josepha Ahernhammer de la que se sabe que no era muy agraciada, y que tampoco compensaba con talento su fealdad, según consta en carta a su padre, Leopold. En vidas que resultarían paralelas con la de Antonín Dvořák, estaba enamorado de la que terminó siendo su cuñada, Aloysia Weber, la soprano hermana de Constanza. Ese Mozart estaba chocando con la realidad vienesa: hostil, amarga y en muchos de sus encontronazos, mediocre.
Hay que decir que no fue buen maestro ya que sentía cómo perdía tiempo para componer enseñando a niños o jóvenes de “poco o nulo talento” pero que le dejaban algún mínimo dinero. Su sobrenatural orden mental le permitía componer obras hermosas y complejas en cuestión de días, pero enseñando era -como lo expresaron algunos de sus alumnos- “arbitrario, impuntual, impaciente, imprevisible…”. Su casa en Viena era de un total desorden, con papeles de música dispersos por todos lados. Su formidable memoria le permitía recomponer con precisión total alguna composición cuya partitura había extraviado y que, encontrada tiempo después de su muerte, resultaban copias exactas. Copistas que lo visitaban ocasionalmente tenían la oportunidad de robarle material, y muchos originales se perdieron para siempre… Era también su forma de ir desvaneciéndose.
Casado con Constanza Weber, ni su padre ni Nannerl, su amada hermana, la pudieron aceptar plenamente. En un viaje relámpago a Salzburgo, para presentar a su esposa en el hogar natal, hubo una fría acogida que terminó sin embargo con la Gran Misa K. 427, cuyo Qui Tollis figura entre las obras corales más bellas jamás escritas. De los malos momentos, su mente extraía los mejores frutos.
En 1788, Mozart y su familia se trasladan desde Viena a un barrio más humilde de Alsergrund. Desde esta época, y para algunos observadores de la época, comenzó en Mozart un período de depresión anímica, aunque también de ese pozo de su alma surgieron sus inmortales tres últimas sinfonías: en el verano de 1788 ve la luz su “testamento sinfónico” integrado por la Nº 39 K. 543; la Nº 40 K. 550 y la Nº 41 K. 551, a la que el empresario alemán Johan Salomon bautizó, desde Inglaterra, como “Júpiter”... Era la aparatosidad del naciente romanticismo alemán que llevaba a ponerle estos nombres, así como surgiera luego el de “Trágica” para la 40. Pero, de hecho, hay quienes ven en estas tres obras un solo concepto musical absolutamente integrado: de la alada 39, pasa a la sombría 40 y de allí a la catarsis de la 41, en un proceso de síntesis casi hegeliano. Aunque, según parece, Mozart jamás pudo escucharlas en vida.
En ese año iniciaría una serie de giras: Leipzig, Trieste, Berlín y en 1789 el propio Salomon le había organizado otra por Londres para Franz Joseph Haydn primero y Mozart después. Haydn llegó a componer 12 sinfonías en Londres, pero Mozart no pudo abandonar ya el continente.
Così fan tutte
Estrenada en el invierno de 1790, en Burgstheater de Viena, el “drama jocoso Così fan tutte –La scuola degli amanti–(Así hacen todas o la escuela de las amantes como subtítulo) K.588, estaba ambientada en el Nápoles del s. XVIII. No obtuvo buena respuesta del público ni de la crítica de la época, como era de suponerse tras el éxito y el impacto estético que habían tenido Las bodas de Fígaro y Don Giovanni. Llegó a representarse cinco veces en vida del compositor, y fue recién tras la Segunda Guerra Mundial que Così fan tutte volvió al repertorio habitual de Europa y América, cuarta en presentaciones tras las dos mencionadas y La flauta mágica.
Mozart seguía con sus severos apremios económicos y con el deterioro de su salud. Para la época de Così fan tutte, Mozart ya no disfrutaba de su plato favorito, el leberknödell austríaco. Las deudas y los conflictos con su esposa iban en aumento así como su deterioro físico, y sólo cuando se ponía a improvisar “se convertía en otro”, según afirmaban testigos del prodigio: su expresión cambiaba y comenzaba a irradiar absoluta tranquilidad. Los testigos coinciden en que “tocaba el clave o el pianoforte sin pose, sin extravagancias dinámicas. Sentado con sosiego y moviendo apenas la cabeza, sin evidenciar sentimientos…”. Esto último es fácil de entender cuando su amigo, y amigo de la familia, F. J. Haydn, había definido a su obra como “música hecha de música”, pura, cristalina, vacía de contenidos, pura música como miel que escurre por una estructura de cristales. Música que llena de silencio al mundo exterior. Era en esos momentos mágicos de improvisación donde afloraba el Mozart absoluto.
El relativo fracaso económico de Cosi fan tutte acentuó su deterioro anímico y físico. El aspecto exterior de Mozart no era “de ningún relieve” y, de hecho -según cuentan sus más allegados- su aspecto se estaba tornando desagradable, con la cara picada de viruela y la piel de un cierto tono amarillento. Su cuerpo iba perdiendo volumen y su cabeza se había vuelto “demasiado grande”, sumándole el volumen de la peluca que siempre usaba parta ocultar sus orejas deformes. También su nariz era motivo de burla: un periódico de la época lo bautizó: “Mozart el narigón”. Los ojos se le ponían cada vez más saltones y su cara se le había puesto rechoncha, con una anormal papada. No se sabe con exactitud la enfermedad que lo aquejaba, aunque los médicos coinciden en algún problema renal, tal como se lo ve en el cuadro inacabado -considerado el más fidedigno respecto de su físico- de Joseph Lange, esposo de Aloysia.
En cuanto a su mente y en esos tiempos prepsicológicos, no se puede afirmar si su fealdad en aumento le hubiera estado causado traumas severos. Hoy se puede asegurar que no era un “maníaco depresivo” ni mucho menos, pero que sí, en sus últimos años, se había puesto inestable e irritable. Para la época de nuestra Così fan tutte, su apariencia y descuido lo iban llevando a una progresiva soledad. Reaccionando morbosamente a su aislamiento, aumentaba el rechazo físico que despertaba. Y mientras surgían de su pluma las obras más perfectas y acabadas, Constanza confesó no querer estar más junto a él. No le preparaba sus comidas y lo abandonaba a amistades cada vez más superfluas. Su grupo de amigos de años anteriores lo había abandonado y hoy sólo nos queda el registro de algunos testigos -todos ignotos- que referían con detalles morbosos sobre su apariencia y estado de salud.
La esplendorosa La flauta mágica y La clemenza de Tito que llegaron después de Così fan tutte, fueron también sendos fracasos económicos. De las viejas amistades sólo le quedaban su incondicional Haydn y Puchberg, su eterno amigo prestamista. Como prueba de este aislamiento, en el ensayo final de Così fan tutte, sólo invitó a estas dos personas. En sus cartas cada vez más escasas y con menos brillo anímico, destaca algo que para él resultaba muy penoso: “la falta de fidelidad de las mujeres”, como tema de la ópera, era trasladada a los hombres y era entendida como una denuncia que Mozart hacía desde su vida privada.
Es esta falta de fidelidad masculina la que viene destruyendo el espíritu del compositor, así como resaltaba en la ópera la infidelidad femenina. Es el varón el responsable: Guglielmo y Ferrando, dos elegantes oficiales con sus almas encarnadas en sus espadas, no expresan si quiera el valor animal y la fuerza viril de Don Giovanni. Sus visiones del honor también son muy acotadas y terminan siendo modelos de abyección masculina. Y no se queda atrás el “viejo filósofo” Don Alfonso, el taimado intrigante, a cuya influencia se entregan los dos señoritos quienes recitan su papel con absoluta perfidia y exactitud, con el sólo objetivo de probar la infidelidad de las mujeres y disfrutarla, lo cual harían tras casarse.
Esta situación excede lo humanamente tolerable y raya en lo absurdo (de hecho, el guión de La flauta mágica tampoco era un dechado de coherencia), no obstante, la ópera cumple con los intereses de la comedia a través de Così fan tutte. Goethe nunca dijo nada de esta obra, pero sí Wagner y Beethoven, y lo hicieron, obviamente -y ya instalados en el paradigma romántico- en un sentido negativo, ya que nunca pudieron separar lo moral de lo artístico… y quizás por eso es que -recordando a Ortega y Gasset: “la música desde Beethoven hasta Wagner fue un largo melodrama”. Hubo de terminarse la Segunda Guerra Mundial para que la moralidad humana se redimensionara y se entendiera que tanto para Lorenzo da Ponte (el libretista) como para Mozart no hubo planteo alguno de esta índole: lo que apremiaba era componer una ópera por razones económicas. Hasta tal punto esta urgencia exigía a los dos artistas, que surgió la leyenda romántica de que fue la obediencia a un encargo del emperador José II a Da Ponte, con la intención de exculpar a Mozart de la “inmoralidad” de la singularísima Così fan tutte, pero ya se sabe que todo fue causado por el fantasma del hambre, así de simple: José II ya estaba en trance de muerte para ese momento…
Todo intento de hallarle una raíz psicológica a esta ópera terminará en fracaso por la simple mecánica de la comicidad: los personajes nunca se dan cuenta de lo evidente, aunque sí el público que se reirá del absurdo. Las dos mujeres no reconocen cada una al amante de la otra en los exóticos pretendientes, ni reconocen a la criada Despina en el médico y el notario. Los tiempos son imprecisos (como en Don Giovanni) y el paso de un sentimiento a otro tampoco guardan mayor lógica interna: los personajes de Così fan tutte son marionetas que sólo pueden existir en el espacio del escenario.
No podemos, tampoco y atentos a las circunstancias culturales de la época, atribuirle a Da Ponte intenciones reivindicatorias a las mujeres a expensas de las trastadas masculinas. El “final feliz” es seguramente un problema que ni se plantearon Da Ponte ni Mozart. En el caso de la mísera Flordeligi (o Flor de Lis), la comedia de los demás se convierte en tragedia, aun sin ella darse cuenta plenamente. Su personaje está armado como en un ópera seria y se convierte en algo más complejo por el enredo en el que se encuentra: ama por primera vez en su vida y aquello que ama es a una marioneta desalmada y a la que no puede reconocer -por su inexperiencia- como tal: el amante de la amiga disfrazada de absurdo extranjero. Y en estas condiciones no puede terminar bien su destino.
Este rol de primera actriz fue interpretado por primera vez por la soprano Adriana del Bene, a la sazón, amante de Da Ponte y hermana -casualmente- de Louise Villeneuve que interpretaba a Dorabella. Como en la ópera, las dos eran de Ferrara, que es por lo que en la época se hacía conocer Adriana con el seudónimo de Ferrarese del Bene. Las fuentes del texto se pueden rastrear hasta Ovidio, Ariosto y Cervantes, aunque la originalidad de Da Ponte aparece en los personajes de Despina y Don Alfonso. Despina tiene sus ideas acerca de cómo llevarse con los varones y con las injusticias sociales de la época, contra las cuales se lanza aprovechando rescatar algo de la mesa de los señores. Un personaje así muy bien iba a poder esquivar la censura de la Viena de esa época, cosa que Da Ponte sabía, de modo que podía expresar libremente sus resquemores sociales.
También zafaría del control de sus amas las cuales están anestesiadas económicamente. Y todos los demás también son ricos, incluido el “viejo filósofo” Don Alfonso que induce el comportamiento de los demás con base en sus convicciones. Actúa como un dios que se cayó del mito y donde se aprecian influencias de Rousseau, del cual era admirador el propio Da Ponte. Por su lado, en el aria en Do mayor “Todos acusan a las mujeres” queda establecida la tranquilidad de la comedia: las cosas son así y cuanto menos ilusiones nos hagamos, tanto mejor para todos. Los pies sobre la tierra.
Mozart estaba en un todo de acuerdo con el argumento y la sentencia fundamental: “¡Así hacen todas!” es acompañada por las exclamaciones de los dos oficiales… exclamaciones de aprobación que incluyó Mozart y que no estaban en el libreto original. Aunque esto no significaba una aprobación ética sino una aprobación propia al valor del libreto… y sus héroes de antes así se lo demostraban: quizás hasta la actitud de abandono de parte de Constanza Weber lo llevó a aprobar manifiestamente el libreto. En este sentido, es muy probable que en la época de Così fan tutte se le hayan abierto a Mozart los ojos sobre el mundo. Su amargura acerca de los poderosos donde sólo Despina pertenece a una clase inferior, habla del resentimiento que ella expresa, y la música que la acompaña es de una comicidad propia, de refinada burla ante el mundo.
El triunfo materialista de Despina y Don Alfonso llevan a la conclusión de que el verdadero amor y su ternura se han perdido para siempre… y no sólo para las marionetas del teatro, sino para la Humanidad. Por esto se adivina en esta soberbia música una velada melancolía que igualan al escarnio y al amor. Y es aquí donde Mozart consiguió algo único que no se volvería a repetir: los recitativos acompañados, en su libertad de variar tiempos y dinámica de expresión, adquieren el significado de las primeras óperas serias, donde la carne viva del sentimiento está desvinculado de las arias y ensembles. Y cuando en el primer acto los dos oficiales disfrazados abandonan el recitativo seco para expresar -entusiastas objetivamente- sus embelesos -falsos en lo subjetivo- dando lugar a un recitativo de gran fuerza, y cuando primero Ferrando y luego Guglielmo se abandonan al canto surge una parodia de orden superior, de disciplina moral, que adquiere una belleza sin parangón en otro músico y que no se repetiría tampoco en el corto tiempo de vida que le quedaba a Mozart mismo. Así podemos ver con frialdad apolínea -clásica- que la moral nunca puede ser fuente de la música… muy a pesar de Wagner y Beethoven y su largo melodrama…
La franqueza descarnada de sus personajes, dotados de dulce cinismo, parecen someternos a enigmas mayores que en las demás óperas mozartianas. Mozart es, aquí, un “diabolus ex machina” que nos vende engaño por belleza y que desde alguna clase de eternidad observará nuestras reacciones.
Como dijimos, Così fan tutte recibió en Viena un éxito relativo y de lo que fue de Mozart tras su estreno sabemos poco y nada: introdujo su obra en su catálogo con los primeros compases de la obertura y ahí quedó todo. Sus cofrades masones fueron su último e íntimo apoyo humano: la situación económica y su salud siguieron empeorando hasta su muerte.
El niño prodigio que paseara su padre Leopold como personaje de circo; el chico que desafiaba a los adultos más avezados con improvisaciones que sólo él podía resolver; el joven de las cartas escatológicas, divertidas y juguetonas a su hermana, había desaparecido: solo, pobre y enfermo dejaba como herencia el silencio nuevo que había descubierto para todos nosotros: el silencio en el que se convierte el mundo cuando su música se termina y donde Così fan tutte resuena como uno de sus últimos gritos contra la sordera de la Humanidad.
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Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad -el Dr. Héctor Blas Lahitte- que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.
“La religión -el mal llamado ‘mormonismo’- terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura -realicé varias exposiciones colectivas e individuales- me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.
“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.
Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.
Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Mozart, por Joseph Lange (1782 – 1783).