Cine trascendental: «La noche del cazador», de Charles Laughton: Las pesadillas de la falsedad

El entrañable actor británico dirigió en 1955 esta obra maestra que como ocurre a menudo fue incomprendida en su época. Es una fábula sobre las sombras de la falsedad y del miedo de tanta gente que con su actitud favorece el poder de la maldad. Y un alegato en favor de la maternidad y paternidad auténticas, de la feminidad y de la infancia, y en definitiva del amor a la vida que encarnan todas ellas.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 25.7.2019

 

«Sueña, mi pequeña, sueña
Oh! El cazador de la noche
llena tu corazón de miedo
El temor es sólo un sueño, así
que sueña, pequeña, sueña».
Nana que introduce la película

 

Miedo y falsedad

El poderoso uso del blanco y negro que luce la película enfatiza la pesadumbre de la depresión económica en la que se ubica su trama. Depresión económica que implica escasez, hambruna y depresión vital. En una sociedad como la nuestra en la que el dinero y lo material están sobrevalorados, la falta de él (más allá de lo imprescindible o básico) suele producir profundas insatisfacciones. Parece que sólo nos satisfaga lo que se compra y no seamos capaces de valorar-disfrutar lo que la naturaleza generosa y desinteresadamente nos regala.

Se prioriza lo material, el tener dinero, el tener posesiones; todo por la extendida creencia de que tener es sinónimo de seguridad e incluso “poder”. Y cuando no los tenemos sentimos inseguridad, nos sentimos como indefensos, con miedo. Miedo que Laughton nos muestra brillantemente en el filme a través de los inquietantes planos de las alargadas sombras de la noche; la noche, es allí donde la temida oscuridad –que es la nuestra no reconocida- reina y nos amenaza.

La pequeña comunidad a orillas del Mississipi en la que discurre la obra son gentes temerosas, egoístas y falsas. Tienen miedo por la depresión y reaccionan egoístamente pensando en salvarse ellos o salvar a los pocos “suyos”. Y son falsos, muy falsos. Pretenden ser “buenos” en su patético puritanismo cuando en realidad pasan-critican-demonizan con suma facilidad a los demás (en especial a los diferentes, como a los gitanos a quienes acusan de un crimen sin prueba alguna).

En ese ambiente tóxico crecen las niñas y niños del lugar, en ese ambiente van a saberse solos Pearl y John huyendo del “mal” fruto de la falsedad del “bien” que encarna en todo su poder Harry Powell (magistral Robert Mitchum) el falso pastor que engaña al rebaño de falsas y de falsos, el falso “gran” cordero que engaña a los falsos corderitos; cordero y corderitos egoístamente ávidos del dinero que tanto escasea.

 

Odio

Jhon y su hermanita Pearl ven como la policía apresa a su padre en su jardín, justo antes les hace entrega de un fajo de billetes que esconden en la muñeca que siempre lleva ella y les pide que guarden el secreto, el dinero es para los dos. El padre es condenado y ejecutado, en prisión conoce a Powell al que confiesa que robó y mató porque se cansó de ver tantos niños hambrientos vagando por la miseria, lo hizo para que sus hijos jamás pasaran hambre. El buen padre que en su desesperación es capaz de todo y más por sus amados niños, sin ponderar las consecuencias que su acción les podía acarrear (como así fue).

Powell es un charlatán que seduce a la gente para conseguir su dinero, para ello no duda en matar; odia a las mujeres a las que considera pecadoras de la carne y a los niños que cree llevarán al Mundo a la perdición. Lo vemos en su atuendo de predicador hablando con Dios: “Tú siempre me mandas dinero para seguir predicando tu palabra. Una viuda con un pequeño fajo de billetes escondido en un azucarero. Estoy muy cansado. A veces me pregunto si de verdad me entiendes. No es que te importe que mate. Tu libro está lleno de muertes. Pero hay cosas que odias de verdad. Cosas que huelen a perfume. Cosas con encaje. Cosas con el pelo rizado”. Es la encarnación del odio a la feminidad o la naturaleza salvaje y a la infancia o la inocencia libre; en definitiva el odio a la vida.

El falso predicador se sabe odio. Lleva tatuado la palabra en inglés (hate) que lo define en los dedos de su mano derecha y para despistar la palabra love (el amor del que nada sabe) en los de su mano izquierda. Y en su descarada falsedad juega con ellas para escenificar ante su audiencia el triunfo del amor al que para nada él sirve. Powell posee una navaja con la que asesina rajando gargantas, la raja en la garganta o el acallar la voz de la otra o el otro, el acallar las ricas diferencias que somos todos.

Powell odia al placer de eros y mantiene entre rejas al amor, con lo que en él thanatos anda suelto. Consigue su objetivo, se casa con Willa -la madre viuda de John y Pearl- a quien somete y culpabiliza por su deseo sexual. En su primera noche él le obliga a mirarse en el espejo; en un plano muy simbólico lo vemos de pie junto al cuadro de un jinete a caballo en actitud de mando afirmando: “Ves el cuerpo de una mujer, el templo de la creación y la maternidad. Ese cuerpo fue concebido para engendrar hijos, no para la lujuria de los hombres”, o el desafortunadamente típico modo egoísta de pensar de algunos hombres (y mujeres) que ni se plantean el derecho al placer de la mujer, la mujer como objeto de su placer y de su procreación. Triste muy triste la distorsionada “visión” del machismo, y tan o más triste aún verla a ella rezando por voluntad propia sometiéndose a tan absurda mentalidad represiva: “Ayúdame a limpiarme para que pueda ser lo que Harry quiere que sea”.

Willa, una madre ausente que al descubrir cómo atosiga Powell a sus hijos para saber dónde se esconde el dinero -descubriendo así la verdad de su matrimonio- es incapaz de salir de su sumisión para defender a sus hijos. Powell la mata “por si acaso” rajándole con su puñal en una lograda escena de claroscuros y con el dominio de la sensación piramidal de la habitación bajo cubierta. La pirámide de la ambición por el “poder” material del dinero.

 

Sally Jane Bruce y Billy Chapin en «The Night of the Hunter» (1955)

 

Infancia abandonada

Si Pearl y John ya eran unos niños abandonados, ahora lo son más sin su ausente madre. Ya tras la muerte del padre los otros niños del lugar cantan “mira lo que hizo el verdugo” e incluso dibujan a un colgado. Los hermanos lo miran en la distancia del dolor propio y ajeno, John profundamente afligido. Ningún adulto de la “buena” comunidad interviene, la mofa se tolera, no importan los niños y menos los hijos de un “asesino”. Y una mujer les pregunta con falsa amabilidad cómo está su “pobre” madre para interesarse inmediatamente por el dinero robado (¡cómo no!). Los niños como si no existieran, están allí abandonados como casi todos los demás niños de esa desconectada comunidad.

Y el primer contacto de esos niños abandonados con Powell ya presagia lo peor. Los vemos en casa de noche, solos (la madre siempre ausente). Pearl en la cama con su muñeca pidiéndole a John (pensativo mirando por la ventana pendiente de las inquietantes sombras de la farola de gas) que le cuente un cuento, y él le habla de un rey muy rico que tenía un hijo y una hija en clara alusión al padre. En el momento que relata la llegada de los inevitables “malos” Laughton nos ofrece una excelente escena, vemos como penetra en la habitación la sombra de la cabeza con sombrero de Powell, una gran sombra a la que John mira desafiante.

Tras la muerte de Willa, John asume la responsabilidad propia y la de su pequeña hermana. Huyen del ya no-hogar en la noche de la aldea oscura y dormida (así son esas gentes) a casa de su único amigo el “tío” Birdie quien le prometió apoyo, pero lo encuentran borracho de cobardía. Él ha descubierto a la madre muerta hundida con su coche bajo el río (impresionante escena la del descubrimiento, los cabellos de la mujer ondulan en armonía con las algas-hiedras del fondo fluvial) y ha decidido no hablar por miedo a que le creyeran culpable (el “qué dirán” o la falta del propio poder). Antepone su miedo egoísta a la protección de los hijos de su amigo ejecutado, prefiere ahogarse en el alcohol del falso olvido a evitar el probable ahogo real de dos inocentes niños. Triste y patético.

Así, John asume ya en solitario toda la responsabilidad como niño que se ve obligado a ser adulto. Simbólicamente a bordo de la pequeña barca de su padre aleja a su hermana del peligro conocido, de Powell. Pearl peinando su muñeca bajo un cielo estrellado a la luz de la luna canta: “Había una vez una mosca bonita que tenía una esposa bonita. Pero un día ella se fue volando. Ella tenía dos niños bonitos. Pero una noche, estos dos niños bonitos volaron hacia el cielo, hacia la luna”. El brillante Laughton nos muestra la barca vista desde una telaraña (la telaraña que les tenía presos), a la que sigue otra imagen de la barca con una rana en primer plano (el valiente salto a otra realidad desconocida).

Powel les sigue en la orilla del río montando un caballo blanco, maravillosa y potente estampa del hombre vestido de negro sobre la blanca naturaleza animal. El macho montado en el caballo de la animalidad o la imagen del dominio sobre la salvaje naturaleza que es pura feminidad y que ahora persigue a la infancia (su otro incomprendido “enemigo”). Feminidad salvaje e infancia libre-creativa-inocente tan ligadas por el amor, el amor maternal (en mujeres y en hombres con ese tan necesario instinto-don) que une a todos los hijos; feminidad e infancia los dos “caballos de batalla” de lo masculino desconectado.

En este sentido estremece la visión del negro caballero en las sombras de la noche que John observa desde la gran ventana de un establo, su primer refugio en la huida. Visión acompañada por los cantos de la falsedad de su perseguidor: “Apoyado en los brazos eternos, seguro y protegido de todas las alarmas. Que fraternidad y que paz la mía. Qué bendiciones, que gozo divino”.

 

Robert Mitchum y Shelley Winters en «The Night of the Hunter» (1955)

 

Amor, el verdadero hogar

Así, vuelven a huir en la barca y acaban dormidos encallados en la orilla. Por la mañana una mujer llamada Cooper les lleva a su casa, allí los acoge junto a otras niñas abandonadas, para ella son sus pajaritos, se considera un árbol fuerte que los cobija: “sirvo para algo en este Mundo, y soy consciente de ello”, proclama sabedora de las sombras de la temerosa y egoísta sociedad en la que les ha tocado vivir.

En su primera noche la mujer les cuenta la historia de Moisés, el “rey de los humanos”. Habla con John cada uno con una manzana en su mano, John le toca los dedos de la mano y le pide que vuelva a explicar la historia, ella dulcemente le llama cielo, él ha entendido el relato a su manera creyendo que fue la reina quien encontró a Moisés (o la reina salvadora Cooper que le encontró), ella sabiamente complaciente no le lleva la contraria.

La señora Cooper siempre pendiente de la seguridad de su hogar averigua que una de sus chicas ha hablado con Powell, lo que la pone en alerta. Cuando este llega a su casa, ella observa su teatral modo de actuar, sus respuestas mentirosas. Ella es auténtica, ella se sabe y conoce, ella no se deja engañar por el embaucador; con su fusil lo expulsa de allí, Powell se va exclamando: “Demonios, rameras de Babilonia. Volveré cuando oscurezca”, la noche o el territorio del caballero oscuro.

Al llegar la noche lo vemos cantando su canción observando la casa y a Cooper en su mecedora con el fusil al tiempo que una lechuza caza a un confiado conejito: “La vida es dura para los pequeños”, se dice ella. Finalmente Powell logra penetrar en el hogar y la mujer le hiere de un disparo. Cooper llama a la policía y honra al valiente John: “los niños son los más hombres, saben aguantar”. Acuden los agentes arrestando a Powell por matar a Willa. Y John vuelve a vivir el doloroso-traumático arresto de su padre. Desesperado se le acerca portando la muñeca que guarda el puñetero dinero por el que han muerto sus padres, golpeándole con ella grita su dolor-rabia: “Tómalo, papá, tómalo. No lo quiero, es demasiado”, y se des-maya, otra sublime escena.

En el juicio los antes seguidores claman que linchen a Powell, “Barba azul” le llaman por tantas mujeres asesinadas por el dinero. Al acabar este, la masa humana cegada por la cólera quiere lincharlo. Cooper coge a sus niños y los aleja del peligro. Ya en el hogar (es Navidad) las niñas le dan su regalo a su protectora, John envuelve delicadamente una manzana y se la ofrece, la manzana del descanso que supuso compartir-confiar en la gran mujer que es Cooper. Ella agradecida al recibirla le comenta: “es el regalo más rico que puede hacerse al cuerpo”. y se dice: “El Mundo debería avergonzarse de celebrar la Navidad en nombre de un niño y luego seguir siendo igual”. Y constata la fuerza de los niños quienes: “tienen aguante y siguen adelante”, John es sin duda un claro ejemplo.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Robert Mitchum, Sally Jane Bruce, y Billy Chapin en «La noche del cazador» (1955)

 

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: El actor Robert Mitchum en el largometraje La noche del cazador (The Night of the Hunter, 1955), del realizador inglés Charles Laughton.