“Furias callejeras” (2017) es el primer volumen de la novísima poeta y estudiante de Derecho, Sofía Esther Brito (Santiago, 1994), editado por Escafandra Ediciones en un libro artesanal, a contrapunto de las grandes casas impresoras dominantes en el acomodaticio y servicial circuito literario del país.
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 26.11.2017
“Una sola será mi lucha/ Y mi triunfo; / Encontrar la palabra escondida”.
Stella Díaz Varín
Hay un desenfado, un afán liberador en “Furias callejeras”, una poesía feminista de trinchera y no de salón, que busca ocupar el espacio público, transformarlo, situarse en medio de una ciudad asolada por el tránsito, el consumo y el paso impávido de personas y automóviles.
“Con tu cuerpo delineo mis próximos edificios/ Construyo puentes y ciudades/ Reorganizo las plazas/ Destruyo las calles/ No hay pasajes sin salida/ Ni ventanas sin abrir” (poema Casa).
Contra el recato, el cuerpo aparece como un territorio político, subversivo, que se despliega más allá de las normas establecidas y que, en el caso del libro, viene acompañado de imágenes de mujeres desnudas en distintas posiciones y en diversos lugares. Con la cabeza erguida, con los brazos extendidos, jamás inclinadas a religión, cultura o política, las mujeres en esas fotografías revelan un pulso enigmático, sensual, que no se amilana, que no se deja capturar por el patriarcado. En este sentido, hay una actualidad en Sofía Esther Brito, que reclama nuevas formas de comparecer, una sexualidad que de pronto se reconoce autónoma, decidida, lúdica:
“Y me tentó la sensación / De dos miserias diversas / Encontrándose/ Confundiéndose” (poema Memoria de día jueves).
“Porque aunque nos digan los contrario, / nadie hizo de ti un traje a la medida (…) No somos condición, ni plazo. / Queremos ser hoy. / Presente” (poema Presente).
“Tu omnipresencia de hombre nuevo/ La vomito desde mis entrañas/ Mi cuerpo tiene más para entregar/ Que veinte siglos de tu reinado patriarca” (poema Casa).
“Tuvimos las viejas, / las putas, / las muertas/ Que crear el fuego y la luz propia/ Pa llevar comida a la mesa” (poema Casa).
No hay autocomplacencia, hay fuerza y rebeldía. Una voz que representa a todas, universal, pero a la vez íntima, personal, que reclama presente, acción, discurso. Una palabra furiosa que se expande, que no reconoce límites ni edad. De hecho, en el poema “Casa”, hay toda una declaración, un manifiesto, que nos deja claro el tránsito del silencio a la palabra, de la humillación a la emancipación (“No hay más tristeza que llorarle/ Las cartas ya echadas, /nos dividen el cosmos: /tu agujero negro/ no sabrá encandilarme”), a los plenos dominios mentales y materiales (“Llegué a comprender tu métrica un día/ Desarmamos la falsa creencia del amor”).
“A mí lo de mujer, / se me cuela por la ropa/ en cada mate caliente / en cada muestra de amor. / De vieja me dejé crecer los sueños, / y le repito a mis crías que de chicas, / no se queden sin voz” (poema Casa).
“Me pidió que me levantara la falda/ Perdí con esto parte de mi estructura/ ¿Quién era él?/ ¿Mi padre, mi padrastro, mi profesor, mi hermano?/ En ese momento solo era un hombre / Y yo una mujer/ En ese momento él tenía la fuerza/ Yo tenía mis lágrimas/ Tenía la mezcla infestada de cariño, rabia y carne. / No tenía ni gritos. / Pero después tuve la furia” (poema Casa).
Saludables y necesarias son escrituras de esta índole, en un panorama editorial que muchas veces reproduce lógicas comerciales propias del extranjero o que, en un supuesto sentido democrático, apela a las masas, al consumo masivo, sin atender textos críticos como “Furias callejeras” que nos interpelan más allá de la moda y los discursos dominantes en el campo de la cultura.
Para obtener una copia de este libro, se puede escribir a [email protected], o a través del Facebook: Escafandra ediciones.