Con un lenguaje cuidadoso, sugerente, que se despliega riquísimo en inflexiones, adjetivos, formas poéticas y barrocas, este poemario aborda diversas temáticas que van desde el amor y el desamor, los amigos, el adulterio, el machismo, la religión, la locura, el Alzheimer, el animalismo, el aborto y la reflexión existencial.
Por Francisco Marín-Naritelli
Publicado el 14.8.2019
“Frente a mi ventana cerrada pregunto al tiempo cuánto más he de vivir. / Las sombras anegan mis persianas, y apenas marca una delgada raya la claridad. / El reloj tiene titubeos de corazón enfermo. / En un gesto convulsivo se crispan mis manos sobre el papel. / Buscan el apoyo de la tierra”.
Teresa Wilms Montt
Dos palabras: lucidez y pasión. A veces difícil cuando se trata de poesía, prosa poética. Pero esos dos conceptos bien podrían definir “La mirada” o “La morada”. Sí, bifronte, en esa ambigüedad de dos palabras para un mismo libro.
Noemí Carrasco -cuyo seudónimo es Teresa del Monte- se arriesga. Solitaria, en una casa frente a la playa, en El Quisco, escribe. Escribe con firmeza. Escribe no menos dolorida, asumiendo sus errores. Escribe con las contorsiones del mundo dentro. Escribe, con su memoria personal a cuestas.
“He tenido que trabajar tantas veces, aunque he odiado profundamente trabajar, no calzo en este mundo de billetes y electrodomésticos. Me dispuse entonces a morir en mi rincón, donde he vuelto después de una década y media de vida, que no es vida, sino un paréntesis de caracolas cantando” (…) La mirada (La morada) es la forma de ver con gafas las ruinas quemadas de todo y todos, es el racimo de uvas negras que exprimí sobre el papel para latir por fin en algo o alguien, es mi esencia lagrimeada de rímel, ahogada en tinto, aleteando siempre entre murciélagos, eternos compañeros nocturnos” («Prólogo de una mirada que habita en la morada”).
“Aquí estoy y el silencio se ha vuelto mi música. Escritura sin almuerzo, un café y dos cigarrillos de trasnoche. Me miro una vez a la semana al espejo y puedo sentir en mis venas que llegó la maldición, esa que esperé por tanto, esa tenebrosa que me bañaría de ostras cerradas, impenetrables” (poema “Ostracismo”).
Con un lenguaje cuidadoso, sugerente, que se despliega riquísimo en inflexiones, adjetivos, formas poéticas y barrocas, La mirada aborda diversas temáticas que van desde el amor y el desamor, los amigos, el adulterio, el machismo, la religión, la locura, el Alzheimer, el animalismo, el aborto y la reflexión existencial.
“Te busqué, como busqué mi impronta verdadera, bajo las piedras te busqué, arrastrando mi poncho dolorido, en el añejo de un bolero y las pupilas encendidas de cualquier madrugada, con la herida que deja el rastro de una serpiente, así me fui quedando sin ti con la noche cocida a mi pelo, en mechones de muerte y el enjambre de venas rancias arrojadas por el balcón” (poema “Abandono”).
“La doña es sabia y entendida, tiene miles de llaves, corre de un lado a otro, con las hierbas, los palillos, las agujas y los alambres. Nenita mi nena, salpicada de sangre, en los mantos negruzcos que la envuelven guerrea todas las vidas” (poema “Aborto frustrado”).
“Se sumió entonces en el desprecio de la raíz que lo engendró y martirio constante fraguó su camino paralelo encerrado en el buró de mentiras albergadas. Ahí dentro en el espacio secreto desnudó los colgadores, disfrazando su hombría de polleras, escotes, labial y pelucas” (poema “Afrenta”).
“Oye!, a ti te hablo, deja de hacer de saltimbanqui, todos sabemos que detrás de esas carcajadas de hipócrita estás solo, sumido en el desastre” (poema “Miseria ante el espejo”).
Cómo no, puesto que toda MIRADA exige un pronunciamiento, una posición desde donde se escribe. Noemí ciudadana se alterna con Noemí poeta. En este sentido, la postura de Noemí es clara para denunciar los convencionalismos culturales, los ídolos de sotana, las hipocresías, los acuerdos tácitos de lo que debe ser la sexualidad, los orgullos familiares de la tradición. También la estocada de los “vampiros”, de esos que se dicen “amigos” pero cuya ofrenda se reduce a la destrucción y la malevolencia.
“Mis ojos se clavan en el hondo de todo, como una flecha, como un láser que apunta las láminas dérmicas de entes oscuros y a tajadas los desmenuza buscando la brocha poética que plasme en lienzo toda la gama de grises que la luz descomponga” (poema “La mirada”).
Repito: Noemí escribe sola. Abandonada escribe. Alejada de la ciudad y sus ofertas de neón, ruido y capitalismo. No por ello prescinde de las pasiones, de los recuerdos, de las fantasías. Como su poema “Alicia en el país de las maravillas”, Noemí-Alicia se entrega a la vorágine, a “la juerga infernal, taponeada de ausencias”. Allí baila “en dunas de polvo lunar, desatada, abandonada”.
Hay unión carnal y espiritual, una tentativa de elevación que no desconoce la naturaleza distópica, sucia, de los amantes. Hay sosiego, hay plenitud, hay placer. Nada se queda adentro, nada se omite. No hay renuncia a la femineidad, al contrario. Lo femenino no es contrario, no tiene por qué ser contrario a un feminismo consciente y del todo urgente.
“En una epifanía mutua descendieron del trance hipnótico en un beso empapado de sus esencias, tomaron sus biografías, se vistieron de efímero vivir en burbujas individuales y con la memoria adormecida marcharon en la marcha finita de los mortales” (poema “Abducidos”).
“El noctívago rugir del secreto de sus ansias caminó bajo las sábanas, palomas desnudas recorrían su cuerpo mientras lascivas imágenes iniciaban el centellante incendio dormido” (poema “Acto masturbatorio”).
“Bebimos nuestras libaciones como colibríes hambrientos y con toda nuestra ortopedia deseamos las ramas tejidas de un nido de fantasía. Enamorados amor, enamorados…” (poema “Carta”).
“Quiero saborear sus encantos con todos los sentidos, con todas las locuras y la candidez de mi beso, mas, es lejana mi contemplación, a esta distancia todo fruto se derrama en belleza, despertando los apetitos dormidos” (poema “Fruto prohibido”).
Para Noemí el acto de lectura es indisociable del acto de escritura. Y lo tiene claro. No por nada su seudónimo “Teresa del Monte” representa la mixtura entre lo íntimo y lo intelectivo: Teresa es su primer nombre y del Monte, castellanización del apellido de Teresa Wilms Montt, escritora feminista de comienzos del siglo XX. Hay mito y hay averno. La alquimia. El amor enfermo de Otelo y Desdémona. El vuelo de Ícaro. Además, Cerati.
“Escaleras tejidas hasta el sepulcro donde yacen los astros doblados, sopeados en la enjundia amarga que nutre la médula. Se retuerce en llamaradas la composición lúcida, exudada de caleidoscopios efímeros que circundan la ciudad, zombies blasfemos, famélicos de urbe” (poema “Averno”).
“El viento arrecia en el arenal y un manto protege las dulces dunas de hembra, que emergen como un fuego en los soleados parajes, donde se calcinan las ansias de quienes la lapidan. Un día el viento se hará su amigo y en un torbellino se elevarán como granos de arena sus cerriles espíritus, se oscurecerá el horizonte cuando los mantos se encumbren, cometas de vida, liberando sus mariposas desnudas en un canto de libertad” (poema “Burka”).
Con evidente reminiscencia a Huidobro, hay un viaje en paracaídas que no representa sino, un sentimiento intenso de libertad.
“No nací con alas, me las armo en cada verso, en cada palabra destilada. En batir constante me arrojo al vuelo por montes esculpidos, por avasallante conocimiento, en aleteo constante por calles oscuras de noches malditas, me elevo por sobre las nubes a un océano de blanca espuma, de lunas y diamantes flotando” (poema “Vuelo de Ícaro”).
“Llegó volando en un dron celeste sobre las costas mordisqueadas del país de los sueños y se posó en el amarillo ocre de venus, allí ancló su nave de extenuado trayecto, saboreando el aliento salado del mar” (poema “La morada”).
“Ella solamente quería volar, darle la mano y volar…, él sólo quería almorzar. Los navíos lunares se asomaban de pronto en la madrugada y ella quería recibirlos, con pinceles, lápices, dedales y arpilleras. Pero él la sujetaba a la cama, con ese frío ‘Dónde vas a esta hora’. Y lloró, mil veces lloró ese llanto seco, mirando cómo se alejaban los barcos creadores. Un día, se subió a su navenub, con todo su arsenal de esqueletos creadores, iba flotando en sueño despierto a parir el crio, cuando llegó él a derribar su nube con su carga de rutina cotidiana, dejándola caer al vacío en medio de ollas y sartenes. Fue en ese instante de cordura que planeó su huida, tomó su paleta, sus cuadernos, sus agujas y su hambre. Cargó la nave reconstruida secretamente y voló ¡Al infinito y más allá!” (poema “Robanube”).
Noemí es consciente que su obra se inserta en la contingencia, en los vericuetos de una realidad compleja y a veces desoladora. Pero no titubea, al contrario. Asume que: “al cabo de todo, el propósito de habitar la piel que habitó era vivir”. Y la vida no es fácil.
Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), además de periodista y de magíster en comunicación política (titulado doblemente en la Universidad de Chile) las ejerce también como profesor en la Universidad Andrés Bello y como un prolífico escritor nacional, cuya última publicación es el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, Santiago, 2018).
Igualmente es el director titular del Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: Teresa Wilms Montt.