Análisis al poemario del autor viñamarino, el cual fue escrito al modo de un partido de tenis de cinco sets, y donde se vinculan episodios del llamado deporte blanco -conocidos masivamente gracias a la cultura popular-, con estados anímicos y emocionales propios del derrotero existencial del hablante lírico.
Por Carlos Crisóstomo
Publicado el 13.8.2019
Lo primero que pensé tras leer Polvo de ladrillo (Libros del Pez Espiral, 2019) de Andrés Urzúa de la Sotta (Viña del Mar, 1982) fue en un campeonato de tenis en el cementerio. En la cancha de un pueblo que es puro polvo, jugadores muertos pelotean y lo único que puede ver uno es un matojo rodante incapaz de convertirse en un ace. Allá mi imaginación. Limache sigue existiendo aunque el Club de Tenis haya desaparecido. Hay distintas voces a lo largo del poemario que dan fe de aquello. Quizá sea esa multiplicidad de voces con nombres propios que acusan cierta derrota, lo que me hizo pensar en el cementerio. Un Spoon River deportivo. Así comienza el poema “Rosa Vera”: “Ahora que estoy/ frente al sepulcro”; y finaliza: “y pensé que la victoria/ era una cosa despreciable” (22).
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El tono general es como el rumor del estadio cuando los jugadores descansan o cambian de lado. El rumor de los testigos luego de presenciar un accidente. El accidente ferroviario de Queronque nos es referido insistentemente a través de imágenes de titulares de diarios y eso enturbia el ambiente de tragedia. Un “choque de trenes” podría sonar como un excelente match. Federer vs Nadal o algo así. Sin embargo, como escribí antes, hay un murmullo que nace bajo la incomodidad de la eterna espera, el desconcierto que no llega a ser pifia. “Lo primero que debes aprender en una cancha de tenis es el silencio” (44), se nos dice sobre el oficio de pasapelotas.
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“Un pelotero es un monje budista” (44). ¿Uno que se incendia? ¿Un montón de cenizas?
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Como el tono no es para nada triunfalista apenas se menciona al Chino Ríos, tuvimos mejores tenistas alcohólicos, más empeñados en el fracaso como el Viruta González, un bartlebyano de la raqueta. En el poema “Enrique Vergara”, el hablante admite premiarse con un completo cuando Chile obtenía su segunda medalla de oro en los Juegos Olímpicos: “yo seguí desparramado/ en la fuente de soda” (26). Una gloria tan ajena que no amerita celebración. Dice David Foster Wallace en un ensayo sobre la autobiografía de Tracy Austin: “Los grandes atletas son la profundidad en movimiento. Permiten que abstracciones como ‘poder’ y ‘elegancia’ y ‘control’ no solamente se hagan carne, sino también carne de televisión. Ser un atleta de élite en acción es ser ese híbrido exquisito de animal y ángel que los espectadores medios y no hermosos casi nunca conseguimos ver en nosotros mismos”.
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“Hacerse carne” como los cuerpos atrapados en los fierros. Los fierros que se retuercen y muelen la frágil estructura humana sobre los rieles. O los fierros que se erigen como nuevos cimientos inmobiliarios y muelen la frágil memoria humana. Es fierro que aplasta de cualquier forma. Los perdedores son los mismos una y otra vez. Como en la historia del Chavo, el cuidador del club de campo al que prometen una casa si se encarga de todo, “de absolutamente todo” (65) y que después expulsarían al vender el terreno. La metáfora del tercero de los cerditos, el de la casa de ladrillos, no funciona con semejantes lobos, ya sabemos que son capaces de reducirlas a polvo para el mantenimiento de su ocio.
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Una digresión: el Torneo de Roland Garros, el más célebre disputado en arcilla, se llama así por un aviador francés. El epónimo fue abatido un poco antes del fin de la Primera Guerra Mundial por un avión de caza alemán. Pienso en su legado esparcido, en el nivelado, en una pista-ánfora.
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El 30 de abril de 1993, Mónica Seles es apuñalada en pleno partido por un fan de Steffi Graf. Dice en el texto que lleva su nombre: “la tenista dejaba la cancha, con la certeza de que se había generado un quiebre irredimible en su carrera” (75). El miedo la paralizó (su agresor nunca pisó la cárcel).
En el poema “Montserrat Arrieta” reza: “Tenía un futuro esplendoroso./ Los triunfos se sucedían […] A los quince años/ le gané al Chino Ríos/ en mini tenis// Un día —sin darme cuenta—/ vinieron los hijos […] Cuando el Chino llegó al número uno/ en el abierto de Miami// yo estaba amamantando/ a mis mellizos” (28).
Sobre Anita Lizana, la tenista más destacada que ha tenido Chile, leemos que: “su futuro marido, el escocés Ronald Ellis, le prohibirá dedicarse al tenis de manera profesional” (82).
Para complementar esta muestra de injusticias, Foster Wallace en un ensayo sobre Federer, describe así a la esposa del ídolo: “Vavrinec, antigua tenista femenina del Top-100, retirada por lesión, que ahora básicamente ejerce de la Alice B. Toklas de Federer”. Si hablamos de sometimientos, la desigualdad de género en los deportes no es algo que se pueda obviar y Urzúa de la Sotta no rehúye de una deuda que hoy cobra tanta importancia.
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Polvo de ladrillo está escrito en cinco sets. Foster Wallace, vuelvo a citarlo colgándome de su autoridad de tenista frustrado, escribió en “Democracia y comercio en el Open de Estados Unidos”: “Los torneos al mejor de cinco requieren no sólo resistencia física sino también una especie de flexibilidad emocional: en los partidos a cinco sets no se puede jugar a plena intensidad todo el tiempo; hay que saber cuándo activarla y cuándo replegarse y conservar los recursos mentales”. Creo que es una buena forma de resumir el desempeño de los jugadores del poemario. A veces son agresivos y otras muy mesurados, tanto que al final, en el último set, leemos una declaración del autor explicándonos cómo se gestó el libro. Con ese bajón en el estilo, de ser juez, yo hubiese exigido un tie break.
Carlos Crisóstomo (Santiago, 1991). Licenciado en literatura de la Universidad Diego Portales, ha recibido el primer lugar en el 3° concurso de cuentos policiales de la PDI “Sitio del suceso”, 2016; el primer lugar en el concurso de cuentos «Santiago nocturno» organizado por la revista Cólera y el diario HoyxHoy, en 2016; y ha sido finalista del concurso de cuentos de la revista Paula 2017, en una compilación que fue editada y publicada por Alfaguara bajo el título Los huesos y otros cuentos.
Imagen destacada: El poeta chileno Andrés Urzúa de la Sotta.