El quinto largometraje de ficción del actor norteamericano George Clooney –en tanto director-, se hace cargo de las contradicciones sociales, políticas y morales de los Estados Unidos a comienzos de la década de 1960, para componer un mordaz y existencialista filme, vibrante de suspenso, y donde sobresalen la categoría de su reparto y la calidad de su guión.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 29.11.2017
“Llorar es poca cosa – / Qué minucia el suspiro – / Sin embargo –por cosas- como éstas / Los hombres y mujeres nos morimos”.
Emily Dickinson
El asesinato de J. F. Kennedy, la crisis de los misiles con Cuba y la Unión Soviética, la disputa de los derechos civiles para la minoría afroamericana, los Estados Unidos de los años ’60 fueron un tumultuoso mar que se mecía furioso, antes de una tormenta y de un huracán eléctricos.
Y “Suburbicon: Bienvenidos al paraíso” (2017), de George Clooney, mediante la estética cinematográfica de un plácido suburbio del sureste de la nación, retrata ese instante audiovisual y dramático propio de la lluvia previa a caer, y del desplome de un imaginario social y de civilidad, secuenciado en escenas de patológica violencia.
Recibida con dudas por la crítica y la audiencia norteamericanas, “Subirbicon” es una película que además de contar con un libreto redactado por los incombustibles hermanos Coen, en comandita con George Clooney y Grant Heslov, recoge las participaciones estelares de Matt Damon y de Julianne Moore, en un largometraje de misterio y de suspenso que disecciona las apariencias menesterosas de una “familia feliz”, y las tensiones raciales de ese pueblo modélico de la postguerra (Suburbicon), reticente ante la llegada de la modernidad demográfica y cultural, en el escenario urbano de la primera potencia militar y financiera del orbe.
El existencialismo de Joel y Ethan Coen se evidencia en un desarrollo dramático pleno de crueldades e incoherencias afectivas, el cual se bifurca bajo los códigos cinematográficos de una cinta de suspenso, que bebe del mejor Alfred Hitchcock y de los guionistas y hermanos, a cargo del relato cinematográfico.
La infancia carente y emocionalmente dañada del protagonista (el joven actor Noah Jupe, como Nicky), se enfrenta a un absurdo casi grotesco que -en tono de comedia negra- construye una realidad diegética (ficticia), propia de un microcosmos de suburbio, próximo a la involución social y criminal. Donde el culto episcopaliano o el credo judío, sirven para ocultar el cinismo y la descomposición moral de una comunidad entregada al miedo y a la consecución del confort material y monetario, cueste lo que valga.
“Suburbicon” es también una crítica audiovisual despiadada al modelo de vida estadounidense surgido luego de la Segunda Guerra Mundial, y asimismo un filme frío, ácido, duro, que exhibe la victimización de un niño entregado a la suerte egoísta y a la ambición sin límites de su padre.
En fotogramas de honda belleza y de reflexión artística, se produce, no obstante, la empatía de los rechazados y de los inadaptados, a través de la práctica ingenua y entusiasta de una partida de béisbol, como en la obra del escritor Don De Lillo, en la cual una pelota de caucho sintetiza las pulsiones y el maremágnum de pasiones humanas que confluían en la ciudad de Nueva York de esa época.
Las actuaciones de Matt Damon y de Julianne Moore se revelan en la variedad de los registros posibles de una cámara que despliega recursos adscritos a la industria de la década de 1960 (de hecho la pieza se rodó con una Arri Alexa 65, de Panavision, que reproduce el estilo fílmico y el efecto visual de la televisión del período), acompañada por una banda sonora compuesta por el notable músico francés Alexandre Desplat.
Quizás por lo cruel, tal vez que porque se centra en atestiguar el fracaso y la frustración esencial en torno a la cotidianidad familiar del sueño americano, la entropía dramática y la bestialidad presentes en “Suburbicon”, se refieren al terror por lo desconocido, y al hecho de que la marginalidad y sus contornos rompen cualquier frontera o reja de condominio, aún las murallas del paraíso, para transformarse en el páramo de los gánsters, de los mafiosos, de los narcos, de los estafadores, y en una ventana indiscreta, que observa inquietante las jornadas idílicas de un bosque del odio.
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