Una crítica al montaje que ha cautivado tanto al público como a la crítica especializada en esta temporada lírica 2019 del coliseo de la calle Agustinas. Nuestro redactor, si bien se suma a las opiniones que enaltecen el trabajo de la orquesta Filarmónica y de los cantantes principales, objeta las intenciones estéticas de la puesta en escena o régie.
Por Ismael Sánchez Rojas
Publicado el 29.8.2019
La ópera sigue siendo uno de los espectáculos de élite más importantes de nuestra cultura. El Municipal de Santiago, como siempre estuvo a la altura de la calidad musical que esperábamos. Cantantes de primera línea que además gozaban de ser muy buenos actores hicieron de Rodelinda, una ópera digna de escucharse. La trama, muy propia de la ópera seria, nos presenta a Rodelinda, reina recientemente viuda y con un hijo (Flavio), y el conflicto que vive al ser cortejada por Grimoaldo, el supuesto asesino de su esposo (que en realidad no está muerto).
Rodelinda está dividida entre los deberes hacia su familia y hacia su reino; es un personaje que demuestra la fuerza y el empoderamiento de quien padece el sufrimiento del despojo (el asesinato de su marido y la pérdida del reino y una terrible amenaza contra su hijo) y que, pese a conceder en casarse para protección de Flavio, se mantiene plenamente fiel al amor que profesa por su marido.
La labor de la régie optó por una propuesta más conceptual, con un escenario movible y un juego de luces, espejos y marionetas que, aunque interesante en muchos momentos, a veces no terminaba de cuajar bien. ¿Sería esto ir demasiado lejos en cuanto a la interpretación del guion? Hay ocasiones en los que pareciera que sí, que más que un aporte termina estorbando a la apreciación de lo que se espera: una ópera seria.
Reforzando la idea que busca transmitirnos la régie, se cita aquí la Nota de intención de Jean Bellorini y Mathieu Coblentz, equipo a cargo de la dirección de escena del montaje de Rodelinda del Municipal de Santiago, coproducido con la Opéra de Lille y el Théâtre de Caen:
“Sobre el escenario se deslizan, sobre dos planos sucesivos, piezas de palacios, toldos, espejos, espacios oscuros e impresionistas, grandes rejillas o un calabozo. A la manera de los traslados en las películas, los personajes viajan, inmóviles. Estamos en el universo mental de la mirada de Flavio sobre el mundo intransigente de los adultos, con toda la fantasía y la violencia de un sueño o la pesadilla de un niño.”
El concepto se entiende y se sostiene muy bien, pese a que en lo estético no parece estar muy bien logrado. La propuesta, que pretende mirar la obra a través de los ojos de Flavio (hijo de Rodelinda, personificado por María Prudencio), parece caerse al buscar un resaltar un plano que, precisamente, no está presente de suyo en esta ópera. Lo que en principio se ve interesante (un escenario vacío con un muñeco en la esquina), se va tornando en una escena recargada por elementos que quitan peso a los momentos de especial tensión en la ópera. El uso de las luces e incluso unos querubines colgantes terminaban dejando cierto tono ridículo y, a veces, de mal gusto. Dentro de todo este juego escénico, lo que hizo perder muchas veces la intensidad des momentos que debían transmitir cierto dolor y patetismo fue el uso de muñecos y, en ocasiones, la misma transformación de los cantantes en marionetas.
No teniendo mucho que alabar del trabajo escenográfico salvo algunos momentos muy bien logrados, es justo enaltecer la excelente performance realizada por los cantantes. La voz clara de Rodelinda (Sabina Puértolas) destacó por una expresividad prístina. Mientras que la mezzo Gaia Petrone, que interpreta a Eduige, mostró el desplante de una mujer empoderada, con una virtud actoral excelente y una expresividad exquisita en su voz. Por otra parte, el contratenor Xavier Sabata, quien interpretó magníficamente el papel de Bertarido.
Sin duda, uno de los puntos cúlmenes de esta representación llega con el dueto Io t’abbraccio entre Rodelinda y Bertarido. La carga emocional de la música escrita por el maestro se vio profundamente enaltecida por la interpretación de Sabina Puértolas y de Xavier Sabata. Los movimientos en escena, el marco de luz que encierra y condensa (en esta ocasión) de forma notable este cuadro doliente. Cada movimiento se vio pensado de forma inteligente para intensificar el patetismo de la escena. Los timbres del contratenor y la soprano se encontraron de forma exquisita. Probablemente esta escena hizo que toda la ópera valiera la pena.
Como último apunte, el trabajo de la orquesta mantuvo un buen desempeño en general. Pese a que tuvieron que repasar la afinación en un momento, esta se mantuvo estable casi todo el tiempo, salvo por algunas desafinaciones en el Fagot y mínimos problemas en el oboe. El sonido se mantuvo bastante fiel al estilo barroco, con un color cristalino las más de las veces y con expresiva intensidad cuando era requerido. El clavecín, por su parte, se perfiló siempre en un buen tempo tanto en los recitativos como en las áreas.
En definitiva, el trabajo musical de esta ópera logra un resultado espléndido. El público se mostró muy contento con la obra, aplaudiendo profusamente. Y aunque la puesta en escena pueda no convencer mucho (sacando, incluso, risas en momentos que no son cómicos), logra, en fin, el cometido del régie e invita al espectador a imaginar y a pensar más allá de la ópera misma, no en las voces que resuenan en el teatro, sino en el silencio del niño que nos brinda su mirada, sus visiones y sus ensueños.
Las funciones de Rodelinda de Händel se extienden hasta el próximo lunes 2 de septiembre en el Teatro Municipal de Santiago.
Ismael Sánchez Rojas (Santiago, 1992) es licenciado en literatura de la Universidad de los Andes (Chile),experto universitario en composición e instrumentación para la enseñanza musical en la escuela de la Universidad CEU Cardenal Herrera (España) y compositor amateur.
En 2017 estrenó su obra para orquesta de cuerdas Siesta de una sirena y el año 2018 su elegía también para cuerdas bautizada como Cuarzo, siempre bajo su dirección.
Esa misma temporada (2018) tuvo la oportunidad de dirigir Cuarzo en L´école de musique Vicent-d’Indy, y en el Conservatorio de Música de Montreal, ambos recintos domiciliados en Quebec, Canadá.
Crédito de las fotografías: Marcelo González Guillén, Municipal de Santiago, Ópera Nacional de Chile.