Además de ser un realista consumado, el director del Diario «Cine y Literatura» es un experimental psicótico. Y aquí nos trae un texto a veces inclasificable: no da para novela, ni tampoco para compilación de cuentos, ni una miscelánea, ni nada de eso. Va más allá, y ese es su fortaleza.
Por Alberto Cecereu
Publicado el 19.10.2019
Santiago. Llueve. 12 grados de temperatura. De banda sonora, “Loin des villes”, de Yann Tiersen. La escena la dirige Woody Allen. El actor es Nelson Villagra.
No. No es un relato de Marín-Naritelli, pero lo que el escritor nos presenta tiene la densidad cinematográfica con toda esa mezcla de teatralidad, como la descrita anteriormente. Bueno, debo confesarles también, que una escena de Woody Allen filmada en Santiago es como un sueño. Quizás también pesadilla. Porque acá en Santiago, y también Chile, todo es algo de pesadilla. Ya antes Manuel Rodríguez en su sincera carta a José de San Martín, espetó: “Los chilenos no tienen amor propio ni la delicada decencia de los libres. La emulación baja y una soberbia absolutamente vana y vaga son sus únicos valores y virtudes nacionales (…) Pero anonadada por constitución de su rebajadísima educación y degradada por el sistema general que los agobia con una dependencia feudataria demasiado oprimente, se hace incapaz de todo, si no es mandada por el brillo despótico de una autoridad reconocida”. ¿Ven? Esta Capitanía General del fin del mundo siempre fue pesadillesca, asunto que en este libro, cubierto de palabras que invitan a la oscuridad de los sucesos, y lleno de ilustraciones propias de un romanticismo terrible, invitan a un halo de pesadilla.
¿Pero es realmente una pesadilla? Nuestro autor, ya algo nos dice sobre el tema:
“El metro se abre, inhóspito y se cierra, terrorífico, como en una película que va creciendo en intensidad, donde se espera que pase A pero pasa Z. Todos se sorprenden, gritan. Una historia que se parece a la realidad, demasiado parecida a la realidad. (…)
En la hora punta no hay salvación. Nadie se salva.”
Habíamos comenzado diciendo que este libro tiene “una oscuridad de los sucesos”, un “romanticismo terrible” y un “halo de pesadilla”, pero tempranamente comenzamos a darnos cuenta que Marín-Naritelli, crea una ficción maravillosa. Historias que entrelazadas por la desgracia, la soledad y lo efímero, nos presenta un mundo mucho mejor. Porque siempre la realidad es peor que la ficción. Por algo existe esta tropa de encantados que se llaman escritores. Aquellos, que obnubilados por el deseo de los horizontes de arcoíris, crean mundos. En “Horacio”, Marín disecciona la relación del hombre con su gato, asunto que lo hace magistralmente pero con una fantasía: el hombre es quién muere. O eso pensamos. En la realidad, son los gatos los que mueren, y eso debe ser de los sucesos más terribles que puedan suceder.
Entonces, Marín en verdad, cambia el eje. Hay oscuridad, sí, pero supone una vía de escape, una mirada más allá, una salvación quizás. Porque Marín, coincidente con su profesión y su formación académica, se alza en algo que ya sabemos lo suficientemente bien: las obras literarias son relecturas de otras obras literarias. Por tanto, reescriben lo ya nombrado.
José Ortega y Gasset, con ese optimismo pedante que sufría, dijo sobre Chile en 1928, que: “tiene este Chile florido algo de Sísifo, ya que como él, vive junto a una alta serranía y, como él, parece condenado a que se le venga abajo cien veces lo que con su esfuerzo cien veces creó”.
No tengo certeza que Chile tenga la capacidad de levantarse nuevamente. Sí, creo que Chile venido abajo por enésima vez, destruye, mata, asesina, borra, formatea lo que antes fue. ¿Qué es Chile sino los desparecidos? ¿Qué es Chile sino el Alto Bío Bío? ¿Qué es Chile sino los obreros, sus mujeres y sus niños de Santa María de Iquique? ¿Qué es Chile sino los niños del Sename? Todos, y cada uno, son borrados administrativamente o formateados por los sistemas informáticos. Y bueno, Marín-Naritelli, no es precisamente un optimista. Sus relatos, sus artefactos, poemas e historias, se entrelazan en un mundo que cae, que se disuelve en sí mismo y que transmuta en textos que crean ese universo ficcional que hablamos.
Además de ser un realista consumado, Marín-Naritelli es un experimental psicótico. Nos trae un libro a veces inclasificable. No da para novela, ni tampoco para compilación de cuentos, ni una miscelánea, ni nada de eso. Va más allá, y ese es su fortaleza. Es un libro experimental. Cruzado por la crónica periodística, los relatos breves, la poesía y la reflexión sobre el lenguaje. Nos invita a una psicosis -que bien hace algo de locura en el pesado ambiente literario– que permite trasladarnos a ese nuevo mundo del cual antes hablábamos.
El soviético Shklovski, planteó el extrañamiento que provoca la literatura, a razón de que el arte nos ofrece ese nuevo mundo, o en su defecto, nos permite mirar desde otro punto de vista. Ahí está lo psicótico: la nueva realidad de Marín nos persigue, nos mira y nos acosa. En un mundo profundamente indecente, todo lo nuevo puede volvernos locos. La psicosis no está en lo nuevo, sino en lo indecente que nos circunda. Ergo, Marín-Naritelli, con este, su libro experimental, reescribe lo ya dicho, pero también busca nombrar lo no nombrado, y decir lo que no se ha dicho, en otras partes, desde otras formas, hacia otra mirada. Sabe, así, invitarnos a un respiro, pero que muy de la mano de una escena tediosa de Allen o de una secuencia teatral de Almodóvar, te deja esa sensación de derrota. Parece que las circunstancias de nuestra cultura nos ganan.
Hay una verdad inmutable. Sí, la exageración profética es mía. Esa verdad inmutable, es que no existen universos paralelos. Hugh Everett, el creador de esa teoría estaba loco. Se equivocó. No es posible. Tampoco esto de las distopías. No existe la posibilidad de que estemos viviendo en una triste distopía cubierta de negritud pesimista. Ergo, ni universo paralelo, ni distopía. Esto es lo que vivimos. Esto es lo que hemos construido. No hay más. Esta realidad fascista, creada bajo el halo de la locura consumista, anorgásmica y porno a la vez, que naturaliza la violencia, las bombas y las violaciones. Al final, El perfecto transitivo de Francisco Marín-Naritelli es un bálsamo. Sean bienvenidos, lean, gocen y escapen un poco hacia la mente de este prometedor escritor en el canto de esta patria venida a menos.
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Alberto Cecereu (Valparaíso, Chile, 1986). Poeta y profesor.Licenciado en historia, licenciado en educación, magíster en gerencia educacional.
Autor de Noticias sobre la inmanencia (Ediciones Altazor, 2005), Los exaltados (Ediciones Altazor, 2016), Los ermitaños (Trizadura Ediciones, 2018) y El delirio (Ediciones Filacteria, 2019).
Fue Becario de la Fundación Pablo Neruda (La Sebastiana) en 2003 y miembro del Seminario de Reflexión Poética (2004-2006) de la misma Fundación. En 2006 se adjudica la Beca a la Creación Literaria del Fondo del Libro y la Lectura y es ganador del Premio Enrique Lihn de la Universidad de Valparaíso.
Su poesía aparece en la antología El mapa no es el territorio (Editorial Fuga, 2007), además de diversos países tales como Camerún, Suecia, Venezuela, Cuba, El Salvador, Estados Unidos, México y Perú. Ha sido traducido al inglés y al francés.
Dirigió el Taller de Poesía Latinoamericana de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Valparaíso que se realizó en 2007 y 2008, además de ser profesor tallerista en cárceles, centros culturales y colectivos artísticos.
Actualmente vive en Santiago, Chile.
Crédito de la imagen destacada: Editorial Filacteria.