Las creaciones del autor chileno están hechos con corriente alterna. Por un lado, se fulmina una palabra con otra, creando un verso, de ahí la secuencia con las estrofas y los poemas en su totalidad, donde cada verso es un destello de delirios.
Por Gonzalo Rojas Canouet
Publicado el 6.11.2019
En la página 35 del libro El delirio (Ediciones Filacteria, 2019), la voz dice lo siguiente, que es una parte fundamental de este libro, la contracción del lenguaje desde imágenes devenidas desde los artículos y los adjetivos:
El poeta se arrodilla y ora:
Tú eres la Santa Marta de los Prostíbulos, diadema de los
espectáculos que te reaparecen en los circos de magia
de los hombres atléticos desnudos y chorreados con la
inmensidad de las ondas galácticas, y los caballos de
plata y las series de la cinematografía.
Diáfana hasta la negritud de las orgías, esas que provocan
que nazcan las ángeles nubias en los arcos del inicio del
paraíso de los cantos que provocan el caos de la anarquía
prioritaria de los pensamientos azules.
Santa Marta de los genitales morados que desfilan en el
nacimiento de Elizabeth Ann Short, y aunque te quiera
recitar las canciones del nuevo amor, es inevitable la
masacre de tu cuerpo. Martita telúrica, asesina viral,
fanática de los videos de internet, momificadora de la
pornografía.
Santa Martita, tetona jugosa, bisexual escondida, elevamos
el canto de todos los nuestros, de toda la comunidad
escondida elevada: exaltada: fundadora: rascacielos.
REPITAN CONMIGO: RUEGA POR NOSOTROS SANTA MADRE DE DIOS,
PARA QUE SEAMOS DIGNOS DE ALCANZAR LAS PROMESAS DE
NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.
AMÉN.
PRIMERA PERSONA
Después de leer el libro de Alberto, pensé en mi propio delirio. Más bien el delirio enfrentado a la locura. Pienso en mi locura como alucinaciones. Principalmente, siempre ha sido con el otro. Nunca he tenido experiencias delirantes desde sí. Mi locura no ha sido inmanente, ha sido, reitero, siempre con otro, personas queridas o destellos de personas que he querido. Son recuerdos que tengo. El abuso de mi memoria me hace recordar y olvidar a la vez. Las organizaré como primera persona:
-En el año 98, anduve en La Paz, Bolivia, finalizado de una polola de ese tiempo. La estaba pasando pésimo. También debía volver pronto ya que estaba recién titulado de profe de castellano y necesitaba encontrar pega y mi segunda mamá, la Nina, estaba con un cáncer terminal. Quizás por lo anterior, por la lejanía, por la altura del lugar, es cuando bajé por una calle principal hacia la catedral de La Paz y comencé tranquilamente a observar que todas las mujeres que circundaban por mi radio visual tenían el rostro de aquella polola de ese tiempo. No fue “poético” ni mucho menos. Fue horroroso. Esa alucinación duró una eternidad. No me inquieté. Horroroso fue porque no terminaba el proceso alucinatorio. No habían drogas ni alcohol que dieran el impulso. En fin, no grité, pero creo haber estado detenido en todo ese momento.
-En noviembre de 2013 murió mi papá. A los meses de su ausencia, seguía en blanco. Como que nada me turbaba. Andaba como un robot. Nada me causaba pena ni alegría, quizás como mecanismo de defensa para no explotar. Recuerdo que no descansé de nada. Voluntariamente quise seguir haciendo clases en las dos universidades donde actualmente trabajo. Mis jefes de daban cheque en blanco para no trabajar. En esa rutina diaria, salía de una universidad a otra, de Plaza Italia al barrio Brasil. Todo esto, los que saben, un profe como yo lo hace corriendo contra el tiempo. Caminé corriendo, cruzo una pequeña plaza y había un caballero sentado en una banca. Fue ver a mi padre. Fue mi padre por ese rato y me acerqué y lo miré como miran los perros chicos un sonido raro. Exploté en llanto que duró hasta la última cuadra antes de llegar a hacer clases. El caballero en cuestión no sé si se parecía o no a mi padre. Lo aluciné debido a un estado de constante angustia que le estuve sacando el cuerpo. Creo que haber llorado diez minutos de corrido, pero bien llorado. Hace unas semanas me ocurrió algo similar cuando subí a una micro y vi a un caballero parecido a Leonidas Morales. Me dolió su muerte. Fue como un papá académico conmigo. Los que lo conocieron podrían decir que nunca fue un profesor cariñoso o algo por el estilo, al contrario, su rigor creaba distancias. Agregando un trato campechano, algo así como una pedagogía bruta del campo, conmigo, reitero, fue muy buena onda. Ni cariñoso ni mandón. Anécdotas con él tengo por montones, pero no es el caso.
-En el año 2017, conocí a Fer. Mi tiempo giró fuertemente alrededor de ella. Le debo y me debo un libro de todo ese tiempo inicial. En ese tiempo llegaba de mi casa de Puente Alto, tomaba un café rápido y partía a verla a Lo Barnechea. Así eran todos los días. Un día se enojó conmigo y no me quiso ver. Me devolví a mi casa en metro. En el reflejo de las ventanas la veía una y otra vez. No fue una experiencia angustiante, al contrario, me alegró verla así en gran parte del trayecto. Como dije, le debo y me debo un libro de todo ese tiempo. Será un libro hecho caminando, en auto cruzando casi todo Santiago, en Whatsapp, de estridencias, silencios y mucha complicidad. Esa alucinación fue un vértigo. Un estado sicótico.
El resto de mi insania mental va de la mano con eventos maniáticos que mis cercanos deben estar subiendo las cejas si leen o escuchan esto. Temperamento maniático que me genera conductas que van desde lo Asperger hasta la euforia.
SEGUNDA PERSONA
Los poemas de Cecereu están hechos con corriente alterna. Por un lado, se fulmina una palabra con otra, creando un verso; de ahí la secuencia con las estrofas y los poemas en su totalidad. Cada verso es un destello de delirios. Creo que el delirio mayor no está dicho en este libro. El mezquino acto del habla es la forma que adquiere una voz para relatarnos algo. Ese hecho, en este libro, es parcial. Sus voces insertas en el lenguaje que no pueden ir al delirio fundamental. Entonces qué sucede en este libro: es un recorrido de voces en proclamaciones de locura, transformada en palabras. El delirio es la galería paranoide. Sus voces sin dueños, voces locas que hablan con Alberto:
“Cecereu
Piensa ahí
Como los adoloridos,
Sí
Como
Los
Adoloridos” (43).
Intuyo que todas las voces de este libro son las voces que salvaron a Alberto. Se transformaron en palabras. Quizás Alberto con eso sanó, vaya uno a saber eso. Más que un libro, es la sanación de algo oscuramente escondido. Por lo tanto, este delirio es la espuma de su cerebro y de su corazón. Emergió para traer un libro. Es y fue un acto de transmutación. De limpieza de ser en las palabras.
Cada poema o nota aclaratoria es parte de un modo de hablar; la corriente de la conciencia se expone al dolor, los excesos, el mesianismo y las pulsiones sexuales. De tal modo que las expresiones quedan acuñadas como soliloquios de un poeta envenenado por dentro y que habla como acto de catarsis. Donnie Siegel es su alter ego.
Desde esa corriente de la conciencia, nace un modo de expresión, una estilística podríamos decir: la mayoría de los versos están en un estado de contracción. Esto es: se funden los sustantivos con los adjetivos de un modo dislocado. Es la arquitectura lingüística del delirio. Esa contracción es como si fuese los sustantivos uniéndose con los adjetivos, como crujidos cerebrales. Charly García diría calambres en el alma. Es el habla del loco: “Júpiter danzó en la pupila de mi cerebro” es el verso que más representa lo que digo.
Me hubiese gustado más locura y delirio en este libro. Que Cecereu y Donnie Siegel y todas las voces se saturasen. Que el CLAP CLAP del cerebro se hubiese fundido hasta el silencio bullicioso, el cual hace despedirte de este mundo. Tal como hizo Sid Barret con su canción Jugband Blues:
“Y el mar no es verde
Y amo a la reina
Y qué es exactamente un sueño
Y qué es exactamente una broma”.
Me imagino que en los siguientes libros nuestro poeta Cecereu atenderá a lo que digo. Se volverá más loco, sus voces le dirán más cosas que ahora y lo transformará en poema de bello delirio. Esa será su tarea, iluminar con otros poemas este libro que ya es futuro. Sus versos correrán por su propia cuenta. Cecereu los tomará y los ordenará. Será un editor cerebral de sus voces. Y cuando le dé el último punto final a cada poema, con un ojo llorará y con el otro sonreirá.
Finalmente, dejo un fragmento ad-hoc para lo dicho. «La sutura» de Gonzalo Rojas:
“vuélele paloma casi en mexicano,
No le transe a la depre,
Báñese en alquimia espontánea,
Tire la fármaca a la basura,
Eso engorda,
Déjese de drogas
De analistas, de concupiscencia nicotínica,
Y si está loca, vuélvase más loca,
Baile en pelotas como la muerte,
Apréndale a la tierra que baila así”.
Gonzalo Rojas Canouet es doctor en filosofía.
Imagen destacada: Alberto Cecereu.