El levantamiento de octubre no habrá tenido ningún triunfo, si resulta incapaz de erosionar a la dirigencia política actual, con el objetivo de que esta se divorcie de la élite económica y así permita que la burocracia estatal se renueve en su totalidad, moderna, libertaria y profundamente descentralizada.
Por Alberto Cecereu
Publicado el 13.11.2019
Hemos presenciado en las últimas cuatro semanas un levantamiento popular y de clases medias en Chile, que quedará forjado en los anales de la Historia, no sólo nacional sino sin duda de Latinoamérica. Hemos problematizado el tema en anteriores artículos, como una crisis de legitimidad y posteriormente se esbozó una propuesta para el proceso constituyente.
No obstante a ello, nace la necesidad de continuar desarrollando el problema histórico en el cual Chile está desarrollando.
A pesar que no soy marxista –es menester aclararlo– la figura de clase, como concepto, constructo histórico y problemática social, la utilizo, ya que a mi juicio contiene en sí lo suficiente para poder explicar cómo esta crisis de legitimidad es producto del abuso sistemático de la clase política. Además, que el sólo hecho de que exista clase política es factor de crisis en el largo plazo.
El Estado, en teoría, existe en torno a la idea de imponer el orden y acabar con el caos social que sin Estado, de por sí, reinaría en la sociedad. Un concepto radical. Sin duda. Por tanto se establece una relación visible en torno al campo obscuro de la invisibilidad del caos mismo. De ahí, por tanto, que el Estado deviene en los aparatos del Estado. Las leyes y las instituciones. La policía y la milicia. Los impuestos y la cárcel. No obstante aquello, en lo práctico, el Estado existe como un fin en sí mismo. El objetivo, el medio y el fin del Estado es el Estado.
Por tanto, el Estado para poder existir, lo hace como aparato represor. Lo tiene que hacer. No tiene otra. Permite de ese modo, que la elite pueda asegurar sus privilegios, sus prebendas y granjerías en base a la mano de obra de todo aquel que no es elite. Peor aún, es cuando la elite se transforma en clase política y esta a su vez en clase burocrática. Por tanto, la elite transformada no sólo en quien sostiene el poder sino que además se hace de ese poder, su lucha política va dirigida en varios frentes. Permitir que el Estado se distinga como conservación del poder y crea instituciones que existen para ello; crea la funcionalidad burocrática para que la clase política viva del Estado; y la clase política se reproduce a sí misma por tanto facilita los pactos de sobrevivencia para salvarse.
En Chile, la elite es sinónimo de clase política. Hemos visto como la elite se ha emparentado genéticamente unos a otros para sostener un grupo humano lo suficientemente homogéneo para establecer criterios ideológicos hegemónicos. Si analizáramos la estructura del sostenimiento discursivo de la clase política en el concierto posterior a la dictadura, veremos cómo la base ideológica y la comunicación ideológica posee implicancias comunes. La clase política chilena ha expresado y enfatizado información positiva sobre “su nosotros”, determinados a ellos como quienes “hacen que las instituciones funcionen”, el consenso sobre la existencia del mercado, la política de los acuerdos, y un largo etcétera (van Dijk: 1998). Así, expresan y enfatizan información negativa sobre “los otros”, como, por ejemplo, los movimientos de liberación sexual, los mapuche y los pueblos originarios, el flaite, los extranjeros pobres; toda una alteridad que se sostienen como reflejo de lo indeseable de la misma clase política.
“El Estado es una cosa que existe para sí” (Foucault: 1982). Por tanto, la existencia de un gobierno es solo para alimentar el constructo del saber del poder, por un lado, y para incrementar la fuerza y extensión el Estado, por otro. Entonces, el gobierno se sostiene creando una profesionalización de los políticos. El político no hará su actividad política ni por azar ni por gracia, sino que porque vive de ella. Y precisamente vive a través de fagocitar de los privilegios de los aparatos del Estado.
El Estado no tiene como preocupación la existencia de los individuos. A no ser que sea para la expropiación de su dinero –que es el real significado de los impuestos– y para existir en los procesos legitimatorios –llámese elecciones u otros mecanismos-. El Estado y el gobierno que lo sostiene, sólo se preocupa de los individuos, cuando los procesos sociales amenazan el poderío estatal o cuando la existencia de los individuos sirve para aumentar ese poderío. Si lo extrapolamos a lo dicho anteriormente, en cuanto, que la clase política sostiene ese poderío estatal, afirmamos que estos últimos, atenderán las demandas sociales, cuando la posición social y económica que goza la clase política está amenazada. Pero un detalle. Jamás la clase política disminuirá el poder ni hará actividad alguna que signifique mermar el poderío del Estado. Jamás.
El problema es la clase política. La clase política no estará dispuesta a que la integración de los individuos –a sazón clases populares y medias– puedan integrarse a la utilidad del Estado, ya que atenta contra sus principios de existencia y supervivencia, que no es otra, que la existencia en los clubes de golf, los colegios de elite, y las vacaciones en los mismos lugares que vacacionan sus parientes, o sea, su adversario político. Es decir, históricamente, el Estado moderno, no adopta a los individuos excluidos de la clase política –la mayoría por cierto– como parte de una comunidad ética que signifique y otorgue sustancia a la nación misma. Es por este gran detalle, que hoy, presenciamos, no solo en Chile sino en el mundo, la etapa final de existencia del Estado nación, y toda su maraña represiva y excluyente.
La clase política es el problema. El levantamiento de octubre, no habrá tenido ningún triunfo, si no es capaz de erosionar esa clase, que se divorcie de la elite económica y que permita que la burocracia del Estado se renueve en su totalidad, moderna, libertaria y profundamente descentralizada. También, no habrá ganado absolutamente nada, si posterior a esta crisis de legitimidad, sean las mismas clases que se han levantado en rebelión, las que después, vengan a decir que el Estado es la solución a su sufrimiento y existencia material. No. Porque el Estado también es el problema.
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Alberto Cecereu es poeta y escritor. Licenciado en historia y licenciado en educación.
Crédito de la imagen destacada: Pedro Ugarte / AFP.