Poeta Marcelo Díaz: «Todos tenemos derecho a participar activamente en la vida cultural de una comunidad»

El conocido autor trasandino se encuentra en Chile para participar del 8° Festival Internacional de Poesía «A Cielo Abierto» que se desarrolla hasta mañana sábado en Valparaíso -donde la nación invitada es la Argentina- y conversó con el Diario «Cine y Literatura» acerca de su cada vez más valorada obra en el circuito de las letras hispanoamericanas y de la crisis social que azota a nuestro país.

Por Ernesto González Barnert

Publicado el 15.11.2019

De visita en Chile -país al cual no visitaba desde 1998-, y en una estadía que se produce en el contexto del Festival Internacional de Poesía de Valparaíso «A cielo abierto», realizado en la casa museo La Sebastiana (en colaboración con la Fundación Pablo Neruda), el poeta argentino Marcelo Díaz (1965) aceptó esta entrevista para ahondar en su vida y obra como artista de Bahía Blanca o de Villa Mitre para ser más exactos, ligado al grupo Mateísta, con lectores crecientes –entre los que me cuento- a este lado de la cordillera, a propósito de su último libro Grandes éxitos (Vox, 2018), una antología personal donde queda clara su habilidad y dominio para conjugar lo pop con lo hilarante, lo bello con lo político y lo ominoso con la tradición, en libros y poemas que son en sus más de 20 años de oficio, de referencia y de disfrute absoluto, desde Berreta al inédito Sintonía americana.

Y nos divierte que en esta visita al país, en este convulsionado noviembre de 2019, después de haber venido hace dos décadas y luego de haber compartido con poetas de la talla de Nicanor Parra o de Juan Luis Martínez, ahora le detone -gracias a los dichos de Cecilia Morel-, un trabajo poético sobre extraterrestres que estaba en carpeta.

 

-¿Cómo definirías tu trabajo poético en Blaia o Diesel 6002, reunidos en La estructura del desequilibrio de la editorial española Liliputienses?

-Son dos libros muy distintos entre sí. La escritura de Diesel la definí, a posteriori, como “barroco ferroviario”, o “barroco berreta”. Lo “berreta”, en Argentina, es una categoría en la que entran todo tipo de objetos y prácticas, copias de mala calidad de objetos y prácticas de primera categoría: un macetero de cemento con forma de cisne es un objeto berreta, un vino de esos que al segundo vaso te hace sentir que alguien está pateándote la nuca, es un vino berreta. Hay indumentaria berreta, gaseosas berretas, equipos de fútbol berretas que practican un juego berreta, políticos berretas que implementan políticas berretas, y hay escrituras berretas. Lo berreta tiene algo de falso, de rústico, de pobre, de copia no creíble. A priori no es ni bueno ni malo: es berreta la diputada que pide por “los derechos humanos de los supermercados” como son berretas las ediciones notoriamente piratas que nos permitieron leer libros que de otro modo hubieran sido inaccesibles. A la larga lo berreta termina formando parte del paisaje simbólico y material en el que uno se mueve.

Bueno, el libro parte de versionar una y mil veces una noticia de la prensa escrita, según distintos diarios: Clarín, Página 12, Crónica, La Nueva Provincia, Diario Popular. Y las versiones adoptan un fraseo barroco, pero es un barroco que desemboca en una especie de balbuceo, en parte por el hecho que da lugar a la noticia (una mujer joven se escapa de un hospicio, roba una locomotora para ir a ver a su novio, y es detenida por un cabo de la policía federal antes de que se produzca un accidente) y en parte porque el abordaje periodístico de la noticia ya de por sí es berreta. Así que ese barroco (trabajé tomando moldes de versos de Quevedo, Góngora, Francisco de Rioja, Lope, Rodrigo Caro y vaciando en ellos las palabras de la noticia en la prensa gráfica) es berreta. Blaia también trabaja con cierta lógica de montaje, pero ya no es sintáctico como en Diesel, es más bien cartográfico y aluvional.

En Noticias de la antigüedad ideológica – Marx/Eisenstein/El Capital, la película de Alexander Kluge, Hans Magnus Enzensberger dice que Eisenstein trabajaba con enorme cantidad de material, “un exceso de notas” dice, e iba filtrando, y a eso lo llama El método de la ballena, porque la ballena abre la boca para que entren grandes cantidades de agua, y va filtrando, como un cedazo o un colador, lo que queda en sus barbas: plancton, kril, copépodos, larvas, y así debía proceder Eisenstein, filtraba y algo quedaba, porque trabajaba con muchísimo material y daba una sensación, dice Enzensberger, de mescolanza, de que todo era posible. También se llama Método de la ballena a una jugada de evasión impositiva a escala global que practican las grandes empresas, produciendo en un lado, teniendo su sede en otro, montando en otro y estableciendo una filial en un paraíso fiscal que es donde finalmente tributa el producto. Sueldos de hambre en un lado y multiplicación de ganancias en otro, con una compleja ingeniería multinacional que vincula múltiples puntos de manera asimétrica en el globo. Bueno, en Blaia hay un trazado cartográfico que va uniendo una cantidad aluvional de material que acumulé durante años: fragmentos de textos antropológicos, vidas y poemas de poetas provenzales, rock nacional argentino, punk, crucigramas, fragmentos de un diario personal oblicuo, topos, Shakespeare, Marx, Walt Disney… Es un filtrado de material aluvional, y es un recorrido que salta de un lugar a otro, no con la lógica de la multinacional, sino con la del viejo topo, que excava galerías de un lado al otro, conectando universos distantes entre sí y socavando órdenes establecidos. Así que si tuviera que ponerle nombre al modus operandi de cada libro, sería algo así como “barroco berreta”, y “método de la ballena”.

 

-¿Es el poema una especie de canción que como la nieve quiere cubrirlo todo como escriben en un poema?

-Hay un texto breve de Giorgio Agamben, Magia y felicidad, en el que menciona una tradición luminosa de la magia, según la cual el nombre secreto no es tanto la cifra de la servidumbre de la cosa a la palabra del mago como, sobre todo, el monograma que hace posible liberarla del lenguaje. Según esta tradición, el nombre secreto era el nombre con el cual la criatura era llamada en el Edén y, pronunciándolo, los nombres manifiestos, toda la babel de los nombres, cae hecha pedazos. Por este motivo es que la magia llama a la felicidad. Dice Agamben: “En última instancia, la magia no es conocimiento de los nombres, sino gesto: trastorno y desencantamiento del nombre. Por eso el niño nunca está tan contento como cuando inventa una lengua secreta. Pero su tristeza no proviene tanto de la ignorancia de los nombres mágicos como de su dificultad para deshacerse del nombre que le ha sido impuesto. No bien lo logra, no bien inventa un nuevo nombre, tiene en sus manos el salvoconducto que lo lleva a la felicidad. Tener un nombre es la culpa. La justicia es sin nombre, como la magia.” Cito este texto porque me interesa la poesía que opera este “desencantamiento” del nombre de las cosas, las acciones, y las criaturas, que es siempre el nombre que impone el poder, el orden establecido del mundo, que como sabemos, porque lo experimentamos, es un orden injusto. Cada nombre ratificado es una confirmación de esa injusticia. Y me interesa no tanto que la poesía opere como denuncia, sino como borramiento, como la nieve que quiere cubrirlo todo, o la galería subterránea de ese topo que de pronto fisura los cimientos, o la risa, que viene a trastocar los nombres y celebrar el malentendido, o el trovador que hace poemas silenciosos, solo abriendo su boca sin emitir sonido, me interesa la construcción de esa paradoja en la que las palabras de la poesía producen un borramiento de los nombres establecidos, como una liberación, que es festiva, y en cierto modo silenciosa.

 

-¿Cuál es el peor error que puede cometer un poeta?

-No lo sé. Trato de cometerlos todos y tengo relativo éxito en eso, pero me cuesta elegir uno.

 

-¿Qué significa escribir poesía en Bahía Blanca?

-La verdad es que no lo sé. Salvo un año y meses que viví en Buenos Aires, viví y escribí siempre en Bahía Blanca, así que no sé cuál sería la cualidad diferencial de escribir específicamente ahí. Hay cosas que disfruto, que es que la ciudad es mediana, a escala humana, que en el ejercicio de la poesía nos conocemos todos y hay cordialidad, y muchos espacios de charla y lectura. Me he habituado a eso, y estoy muy así. Es una ciudad con algunas sombras y sus cosas difíciles, pero no más difíciles que el mundo difícil que nos es contemporáneo. A la vez, Bahía se ha convertido en un punto de referencia en Argentina, y creo que un poco más también, en poesía, y eso nos ha puesto en contacto con poetas y editores de muchos lugares. Y esos contactos incluso devinieron amistad, mucho de lo que escribo y leo va y viene por la web intercambiando opiniones y lecturas con amigxs desperdigados por el mundo.

 

-¿Qué podemos ver en el adn de un poeta mateísta?

-Un gen mutante que permite procesar materiales disímiles y ensamblarlos.

 

-Un verso de algún poeta argentino que cargues como un mantra dentro tuyo?

-No un verso, sino una consigna de Leónidas Lamborghini: “asimilar la distorsión y devolverla multiplicada” y un ambage de César Fernández Moreno: “escribo mal, pero corrijo como los dioses”.

 

-Me gustaría nos pudieses señalar de manera bastante arbitraria y bruta un corte de cinco libros que marcan tu trabajo como poeta?

Trilce, de César Vallejo; Alcoholes, de Guillaume Apollinaire; Las patas en las fuentes, de Leónidas Lamborghini; La ciudad, de Gonzalo Millán, y La nueva novela, de Juan Luis Martínez.

Me han marcado muchos más libros, como lector, y como poeta en general, no solo en la escritura, pero vuelvo a releerlos cada tanto. Ah, y todo César Fernández Moreno.

 

-¿Qué libros te han deslumbrado estos días?

-Digamos que en el último año, año y medio, me deslumbraron: El vaquero sin agua en la cantimplora, de Rafael Espinosa; Hacía un ruido, de María Salgado; Leviatán o la ballena, de Philip Hoare, y Los ríos perdidos de Londres, de Iain Sinclair.

 

-Cómo trabajaste la reunión antológica de Grandes éxitos (en castellano) sacada por el mítico sello Vox?

-La antología la armamos porque tenía que viajar a México el año pasado, y no tenía libros para llevar, todas ediciones agotadas. Le comenté esto a Gustavo López y me propuso armar una antología en un formato que estaba experimentando. Tiene poemas de Berreta (1998), Diesel 6002 (2002), Laspada (2004), Blaia (2012) y un par de inéditos de Sintonía americana, que está en curso. Es un objeto hermoso el que quedó. Y respecto a la selección de los textos, pensé en los que habitualmente leo en público, no me compliqué mucho.

 

-Si tuvieras que elegir un poema o fragmento de tu obra en este momento, ¿cuál te gustaría compartir con nosotros?

 

HO CHI MINH CITY

El hombre de Saigón cruza el mar de la serenidad. Aparece y desaparece. Ahora está, ahora no está. El hombre que ahora está es una sombra tenue, y el hombre que ahora no está es una sombra en fuga por un túnel invisible. El hombre de Saigón traza un triángulo de hierro, cava una ciudad en la luna. Huele el viento entre los cráteres y desaparece. Ahora está, ahora no está. Los brazos adelante, la espalda en comba y la nariz y los ojos y los pies haciendo mapa en el cuerpo, en la oscuridad. El topo de Saigón es un sensei lunar. Acurrucado bajo la superficie, ve la lluvia de napalm en el jardín de hierro, ve las nubes de fósforo blanco avanzar como en un cuadro expresionista, ve caer los racimos de bombas de los B-52. Cava una ciudad en la luna. Cráteres en la superficie y túneles al centro de la tierra, como ves en esas fotos que pescaste en internet, con un tipo sonriente que se dobla sobre sí para circular por los corredores; más ese mapa de la aviación norteamericana que parece un Pollock.

¡Bienvenidos a Cu Chi!

El guía que ahora está recibe a los turistas y los signos de admiración sostienen las paredes bajo la superficie, y el guía que ahora no está cuenta que el sensei de la luna de Saigón sembró una semilla de serenidad en su cabeza, y la vio germinar en la oscuridad.

(de Blaia).

 

-¿Qué extrañas del poeta de Berreta (1998), tu primer poemario?

-Lo que extraño del 98 es que pesaba 15 kilos menos y distribuía balones desde el centro del campo, con criterio y precisión. En lo que respecta a la poesía, nada, no soy un tipo particularmente nostálgico.

 

-¿Una canción que siempre bailas?, ¿una canción que detestas?

-Bailo cualquier cosa que suene, en mi casa, como el genio feliz del poema de W.C.W. Y una canción que deteste… No tengo canciones que deteste. Suelo detestar los hits veraniegos, pero más que la canción lo que detesto es que suenen de manera ininterrumpida en todas partes durante dos o tres meses.

 

-¿Una imagen que te viene a la cabeza del Matador Salas y Alexis Sánchez en su paso por River Plate?

-Una foto de El Matador tomando mate, con la camiseta de River, y de Alexis no es una imagen, recuerdo siempre mi fastidio contra Simeone, técnico de River en ese entonces, que lo mandaba a la cancha sólo en los segundos tiempos y yo pensaba, ¿a quién se le ocurre tener el banco semejante crack? Bueno, a Simeone, cultor de la amargura futbolística.

 

-En tu rol cultural, de primera línea, ¿qué es lo que una gestión cultural nunca debe olvidar?

-Que todos, absolutamente todos, somos hacedores de cultura. Que todos tenemos derecho a participar activamente en la vida cultural de una comunidad. Y que eso, en sociedades injustas e inequitativas como las nuestras, tiene que ser la base sobre la que se construya una política cultural pública: porque es un derecho, y porque a mayor participación, mayor diversidad, y porque sociedades diversas con amplia participación popular, son sociedades más justas y más sanas.

 

-¿A dónde vas hoy como escritor ¿qué libro estás tratando de atrapar o meter al ángulo?

-Estoy con una serie de poemas escritos a partir de fotos y postales urbanas, que tentativamente llevarían como título Sintonía americana. Antes de venir para Chile, el alerta de la primera dama, Cecilia Morel, de estar frente a una invasión alienígena, reactivó unos apuntes que tengo hace muchos años, con una historia familiar y extraterrestre. Tengo un tío, hermano de mi padre, que fue abducido en el año 75, cuando cruzaba la playa de trenes de Ingeniero White, el puerto de Bahía Blanca, en la madrugada. Mí tío se convirtió en una celebridad en la tele y en revistas dedicadas al fenómeno OVNI (fue entrevistado por Fabio Zerpa para su revista Cuarta Dimensión) y fue el ídolo de mi infancia. Bueno, tenía anotaciones sobre eso, tentando cruces entre extraterrestres y poesía, extraterrestres y política, que nunca conseguí encauzar en algo más o menos digno. Hasta que Cecilia Morel vino en mi auxilio, y encendió las ganas de retomar esos apuntes.

 

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Ernesto González Barnert (nació el 30 de agosto de 1978, en Temuco, Chile). Ha obtenido por su obra poética el Premio Pablo Neruda de Poesía Joven 2018, el Premio Consejo Nacional del Libro a Mejor Obra Inédita 2014, el Premio Nacional Eduardo Anguita 2009, entre otros, además de varias menciones y becas.

Entre sus últimos libros está Equipaje ligero (HD, Argentina, 2017), la reedición de Trabajos de luz sobre el agua (HD, Argentina, 2017), Éramos estrellas, éramos música, éramos tiempo (Mago, Chile, 2018), la reedición de Playlist en EE.UU. (Floricanto Press, 2019) y en Chile (Plazadeletras, bilingüe, 2019), además de la antología Ningún hombre es una isla (BuenosAiresPoetry, Argentina, 2019). Es cineasta y productor cultural del Espacio Estravagario de la Fundación Pablo Neruda. Actualmente reside en Santiago.

 

Marcelo Díaz

 

 

Ernesto González Barnert

 

 

Crédito de la imagen destacada: La Galería Magazine.