«El gordo y el flaco»: Resistiéndose a morir

El largometraje de clausura del Festival de Cine de Las Condes 2020 habla en un lenguaje audiovisual sobre temas como la resistencia a la muerte, el olvido y hasta la supresión de la persona por el personaje. El dueto conformado por Laurel y Hardy comprenden que su tiempo ya pasó y que en su espectáculo hay cierto heroísmo poético, no solo porque la muerte los acecha, sino porque otro «mass media» amenaza con reemplazar sus rutinas originadas en el vodevil: la televisión con sus retransmisiones y difusión masiva.

Por Felipe Stark Bittencourt

Publicado el 14.1.2020

En 1953, los humoristas Oliver Hardy y Stan Laurel emprendieron una gira por el Reino Unido con una serie de espectáculos entre las que figuraban algunas de sus rutinas más famosas. El viaje se recogió en el libro Laurel & Hardy: The British Tours de “A.J.” Marriot e inspiró esta película: El gordo y el flaco (Stan & Ollie, 2018), del director Jon S. Baird y el guionista Jeff Pope.

John C. Reilly y Steve Coogan (con maravillosas interpretaciones) son los encargados de dar vida al dúo de cómicos, artistas casi acabados que no logran llenar los escenarios de segunda que visitan y en cuyo público solo ven ancianos y adultos. Sin duda, una audiencia fiel que disfrutó de su humor durante su juventud, pero que en la actualidad está en tránsito a desaparecer como ellos. Laurel y Hardy así lo sienten, pero tienen la secreta esperanza de que si les va bien van a encontrar el dinero que necesitan para una nueva película basada en los relatos de Robin Hood, proyecto que de algún modo recuerda al largometraje de Errol Flynn, es decir, a una idea tan vieja como ellos.

Pero, de todas formas, ambos son artistas que se resisten a desaparecer y cualquier oportunidad les resulta valiosa: la cercanía de las cámaras, un vestíbulo o una calle son útiles para mantenerse vigentes ante un público que ahora se ríe de otros comediantes, de algunos que incluso parecieron haberse inspirado y apropiado de su humor simple y contagioso y del que ahora ellos son una sombra.

El gordo y el flaco habla como pocas películas lo han podido hacer sobre temas como la resistencia a la muerte, el olvido y hasta la supresión de la persona por el personaje. Laurel y Hardy comprenden que su tiempo ya pasó y que en su espectáculo hay cierto heroísmo poético. No solo porque la muerte los acecha, sino porque otro medio amenaza con reemplazar sus rutinas originadas en el vodevil (y luego transportadas al cine): la televisión con sus retransmisiones y difusión masiva. Lo que a ellos les queda es soñar con su filme, ofrecer un buen espectáculo y mantenerse en pie hasta que el cuerpo diga basta y solo quede el espíritu de ellos, quizá representado por un teatro lleno, un aplauso y, ojalá, una risa franca y alegre.

Esto, porque Baird y Pope son enfáticos: hay un tiempo para todo. Quizá después venga la muerte, pero quizá no y por eso el show debe continuar. Hay que seguir adelante y que el pasado sea un recuerdo amable y asumido con dignidad, pero no un territorio en el que asentarse. Baird en El gordo y el flaco lo sabe y se apropia así del humor y la simpleza de las rutinas de Laurel y Hardy con una cámara que antes que juez, es otro espectador maravillado con ellos y que cuando llegue el momento de bajar el telón, lo haga con agradecimiento y apertura a lo que quiera traer el futuro.

 

Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción. También es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Un fotograma de El gordo y el flaco (2018), de Jon S. Baird.