Antes de hacerse mundialmente conocido por el triple Oscar que ganó con «Parasite» hace algunas semanas, el realizador surcoreano fue el creador de otros grandes filmes, tales como esta obra que data de 2013, y que con un elenco de lujo encabezado por Chris Evans, Ed Harris y Tilda Swinton, reflexiona audiovisualmente en torno al ejercicio del poder oligárquico, la supervivencia, el encierro, y a la estética de una catástrofe climática, todo a bordo de un tren que sin parar, cruza la congelada (e inhabitable) superficie terrestre de 2031.
Por Daniel Rojas Pachas
Publicado el 28.2.2020
Snowpiercer es un filme surcoreano del año 2013 dirigido por Bong Joon Ho e inspirado en el cómic francés Le Transperceneige. La historia nos sitúa en un futuro indeterminado en el cual la humanidad se encuentra al borde de la extinción tras un fallido experimento de ingeniería climática que pretendía poner un alto al calentamiento global.
En su afán de imponerse a la naturaleza, la especie acelera un proceso de glaciación que erradica a casi todos en el planeta, acaba con la vegetación y hace de la tierra un páramo gélido.
Los únicos sobrevivientes habitan un tren inmenso que recorre el mundo sin parar. La máquina se vuelve toda la realidad a conocer.
El filme establece una alegoría distópica de la sociedad y expone gracias a este microclima un reflejo del presente. El aclamado director de Parasite y Memories of murder genera una abrumadora atmósfera de ciencia ficción. No se trata sólo de un mundo post-apocalíptico, sino que estamos ante un espacio de encierro y de régimen disciplinario plagado de tecnologías de dominación que instrumentalizan a los sujetos. Esto permite a la historia plantear una potente crítica social sin sacrificar la estética y los sutiles elementos de fantasía que dan consistencia al mundo representado.
El ambiente cosmopolita del tren enriquece la metáfora de lo narrado. El tren es una torre de babel en la cual conviven personas de distintos países. Asiáticos, latinos, hindús y europeos abordaron el coloso de metal salvándose de la debacle. Las limitaciones comunicativas y lingüísticas a borde del tren se soslayan gracias a aparatos de traducción, además somos testigos de un crisol generacional. Por un lado, tenemos a las personas que vivieron el éxodo y el fin de la civilización como la conocemos, ya adultos o adolescentes, y los nacidos en el tren que jamás pusieron un pie en tierra firme, los llamados “train baby”.
Un elemento altamente enriquecedor de esta distopía es la propaganda que busca concientizar a las mentes jóvenes elevando la figura mesiánica de Wilford, el creador del tren interpretado por Ed Harris (Apolo 13, Westworld, State of grace, Pollock).
En una escena asistimos a una clase de primaria en uno de los vagones privilegiados del tren y vemos cómo las lecciones que se imparten están condicionadas por nuevos hitos que se han vivido en los dieciocho años que la máquina lleva circulando. El año nuevo se marca por el paso del tren por una zona geográfica determinada “el puente de Yekaterina” y los hechos históricos que se estudian son revueltas de las clases menos privilegiadas, connatos de sublevación que han derivado en hechos de sangre o situaciones como la fuga de los seis, cuando un grupo de personas saltaron del tren a fin de explorar el mundo externo y murieron congeladas en el proceso. En este escenario doctrinal, Wilford se erige como una figura mesiánica que es en parte ícono religioso y también un prodigio científico, por tanto, ambos discursos se amalgaman para dar forma a un nuevo año cero para la humanidad, un antes y después de Wilford.
El hombre tras el diseño del tren y su puesta en marcha funge el rol de presidente y también ostenta la potestad de un Dios, se trata de la cabeza de este mundo, su diseñador y cubre el arquetipo del ingeniero, dueño magnánimo de una empresa ambiciosa que terminó por convertirse, dadas las circunstancias, en una moderna Arca de Noé.
Destacan las personalidades que acompañan a Wilford, específicamente la ministra Mason (interpretada por Tilda Swinton: Doctor Strange, Narnia, Constantine, Orlando). Segunda al mando en el régimen y vocera oficial, da cuenta del nivel de concientización ideológica y la sátira sobre las clases políticas. Su demagogia y retórica se encuentra vaciada de sentido por el exceso de cháchara y de saturación de ideas que operan al momento de construir un discurso panfletario que eleva la figura del caudillo y le otorga cualidades redentoras.
Mason habla constantemente del tren de la vida y señala que el motor es sagrado y aboga por un orden predeterminado que nos remite a un nuevo inicio de los tiempos. Este discurso es guiado por un orden económico que estableció los lugares de cada sujeto en la escala social. El ticket señala tu posición como clase alta o primera clase, clase turista o económica y llama a los habitantes de la cola, polizones que subieron sin boleto, por tanto, son desclasados.
Esto indica que a partir de la presencia de Wilford se reescribe la historia y gracias a su iconicidad y genio se fijan los cimientos para la verticalidad de un sistema en que la cola y sus habitantes desposeídos son un píe para el organismo que conforma el tren.
Los marginados son una mera articulación y parte importante pero dependiente al servicio del nuevo mundo. Son herramientas que deben acatar las órdenes de las otras partes del cuerpo. Los vagones subsecuentes tienen mayores privilegios, hasta llegar al tope del sistema, la cabeza, el motor y vagón que moviliza la máquina como un cerebro. Wilford y sus allegados ocupan ese puesto, de allí la necesidad de estructurar las clases y de esta superestructura global desde la cual se desprende la noción de justicia y las leyes que mantienen el orden.
La sociedad en Snowpiercer se estratifica en función del posicionamiento que los habitantes ocupan en los vagones. En la cola anidan las clases pauperizadas en hacinamiento, sin ninguna comodidad. Estos habitantes duermen en toneles apilados que recuerdan los campos de concentración de Auschwitz, no hay espacio para la intimidad así que familias enteras crecen bajo un rígido sistema de dominio y condicionamiento ejercido por la milicia. En su sector no hay ventanas, el recinto es oscuro y de encierro, además estos son contados a diario para evitar la sobrepoblación y el desborde, incluso descubrimos que se han llevado a cabo, por parte de quienes detentan el poder prácticas de exterminio para mantener un número propicio que evite sublevaciones futuras.
En cuanto a su sustento, estas masas son alimentadas con barras de proteína, una comida uniforme que pasa a ser la piedra angular en la delimitación de privilegios y derechos. Sometidos a lo mínimo para subsistir, la alimentación pierde su dimensión de placer, de libertad para elegir entre posibles ingredientes y preparaciones y se impone sobre el margen un racionamiento estricto a través de un alimento insípido y poco apetecible que parece un bloque de gelatina negra, el cual luego descubrimos son insectos molidos y prensados.
El descubrimiento de este hecho, durante el devenir de la historia, resulta estremecedor y es realizado por el personaje interpretado por Cris Evans, una especie de caudillo revolucionario llamado Curtis Everett.
Es importante destacar que este momento de la película se construye no sólo ante los ojos del protagonista, sino que lo acompaña otro de los habitantes de la cola, el cual cumple el rol de cronista de esa parte de la sociedad, un pintor con carbón que realiza el trabajo de recuperar la memoria y documentar los hechos.
El pintor guarda en su habitación imágenes que grafican momentos como la primera entrega de bloques proteicos, revueltas pasadas y retratos de las personas del sector. A través de su arte, rememorar la intrahistoria del pueblo, por eso Curtis lo obliga a guardar el secreto respecto a las barras proteicas pues el efecto sería demoledor para los habitantes y la moral de la revolución en ciernes.
Las clases superiores alimentan con desperdicios orgánicos a los subalternos y así también controlan los recursos reservándose la comida como un lujo. Los habitantes de la sección final denominados despectivamente ciudadanos de la cola, representan los extramuros, son los subalternos, las clases relegadas a las cuales se les niega el acceso a la educación, la salud, la vivienda digna y están ahí sólo para ser explotados y usados para la conveniencia del sector privilegiado que se sostiene por encima de esta pirámide social, aplastando a la base popular debido a su condición de masa inconsciente e inorgánica, incapaz de lograr una cohesión y forjar una fuerza inteligente y un tejido social que los haga sobreponerse y confrontar a sus explotadores.
Durante la primera escena vemos de hecho como los militares en una situación que recuerda las detenciones por sospecha y los procedimientos de las dictaduras para hacer desaparecer personas, llegan a la sección de la cola preguntando por alguien que tenga conocimiento musical y sepa tocar el violín, para llevarlo a ser parte del entretenimiento de los vagones delanteros. Una pareja de ancianos se ofrece ante los líderes militares, pero estos al querer llevar sólo a uno, eligen al hombre. La pareja no pretende separarse así que el esposo declina la oferta de partir, las fuerzas armadas proceden a golpear a la mujer y quebrarle la mano para dejarla inutilizada y secuestran al hombre obligándolo a cumplir la tarea como parte de los designios del sistema. Los sujetos están cosificados y no cuentan con recursos para defenderse pues no es un Estado de Derecho sino una oligarquía.
En cuanto al resto de la máquina/mundo podemos encontrar centros médicos, cárceles, zonas de entretención, escuelas, invernaderos, un acuario gigante, cocinerías, discos, zonas para adultos en las cuales circula una droga hecha a partir de desperdicios químicos llamada Kronole, de manera que esta sociedad mantiene en sus entrañas los mismos vicios del mundo anterior, y a escala estamos ante una estructura torcida que replica al mundo actual, estratificación, abuso de poder, clases políticas abusivas refugiadas tras fuerzas militares, propaganda y una historia que es una ficción al servicio del poder y sobre todo de exclusión a través de zonas que están custodiadas por guardias y blindadas por puertas de acero y de passwords, tal como lo pensará Guattari: “No es necesaria la ciencia ficción para concebir un mecanismo de control que señale a cada instante la posición de un elemento en un lugar abierto, animal en una reserva, hombre en una empresa (collar electrónico). Félix Guattari imaginaba una ciudad en la que cada uno podía salir de su departamento, su calle, su barrio, gracias a su tarjeta electrónica (dividual) que abría tal o cual barrera; pero también la tarjeta podía no ser aceptada tal día, o entre determinadas horas: lo que importa no es la barrera, sino el ordenador que señala la posición de cada uno, lícita o ilícita, y opera una modulación universal.” Deleuze complementara esto en post-data para las sociedades de control: “Es cierto que el capitalismo ha guardado como constante la extrema miseria de tres cuartas partes de la humanidad: demasiado pobres para la deuda, demasiado numerosos para el encierro: el control no sólo tendrá que enfrentarse con la disipación de las fronteras, sino también con las explosiones de villas-miseria y guetos.”
Snowpiercer no es sólo un relato que edifica de manera magistral un mundo en ruinas, sino que también expone la génesis de una revuelta ciudadana y una explosión de violencia de una masa llevada al paroxismo. Liderados por Curtis Everett, los habitantes de la cola reaccionan no sólo ante las insostenibles condiciones de vida, sino por un hecho particular, el grupo más cercano a Wilford, su asistenta personal y guardaespaldas solicitan que todos los menores de seis años sean entregados para medirlos. Contra la voluntad de sus padres y con una brutalidad extrema, dos pequeños son sustraídos sin mayor explicación, esto desata una pequeña revuelta propiciada por los padres agraviados: Tanya interpretada por Octavia Spencer (Zootopia, Fruitvale Station y The Help) y Andrew interpretado por Ewen Bremner (Trainspotting, Wonder Woman). Este último arroja un zapato contra la asistenta de Wilford impactando su frente. El atacante es sometido y acto seguido convertido en sujeto judicial. Los espectadores somos empujados a ver uno de los mecanismos que la autoridad tiene para impartir justicia. La tortura está íntimamente relacionada con el tren y su función protectora frente al frío, esto busca destacar el poder de Wilford, exponer como el tren se opone a las inclemencias de la naturaleza, lo cual eleva su rol de benefactor.
A través de una pequeña esclusa uno de los brazos de Andrew es expuesto al frío por un lapso suficiente como para congelar la extremidad y proceder luego con pulcritud a la amputación del miembro con un mazo. Esto ocurre ante la mirada impotente de todos los habitantes del sector. Mientras se realiza el procedimiento observamos a la ministra Mason dar un discurso que prioriza la imperiosidad de un orden y la lógica tras la distribución de cada sujeto en algún punto de la escala social, paródicamente Mason usa el zapato que el hombre arrojó a la asistente de Wilford en señal de protesta.
Para graficar sus argumentos coloca el calzado en la cabeza del torturado señalando que una indumentaria del pie no puede ocupar el lugar de un sombrero, más allá de la sátira este tipo de concientización sutil y tácita refuerza la ideología de todo el sistema y el equilibro que los que detentan el poder tratan de insuflar como verdad ante los desposeídos.
Ante la ejecución de la pena y tras exponer al mutilado, se inicia una escaramuza entre los civiles y los militares que sirve a Curtis para corroborar una sospecha creciente, Mason le indica a un militar que baje su inútil arma cuando este, a fin de amedrentar a la masa furiosa apunta a Gilliam, líder de la zona de cola interpretado por John Hurt (1984, El narrador de cuentos). La frase de Mason le confirma a Curtis que los recursos también comienzan a agotarse del otro lado de las puertas de su vagón por ende las balas ya no existen al interior del tren. Rebeliones y revueltas anteriores han mellado los abastecimientos militares, dejándolos como un mero simulacro uniformado.
La creciente conmoción que en ese momento pudo convertirse en una masacre es interrumpida por Gilliam, un anciano sin pierna y brazo que para los habitantes de la cola es un líder que podemos valorar en términos sindicales, pues Gilliam demanda inmediatamente un diálogo con Wilford para discutir las condiciones de vida del sector y las crecientes arremetidas de violencia que aquejan a su gente. Ante su presencia la ministra Mason actúa con nerviosismo y un respeto que da cuenta de las atribuciones y posición de este personaje, pues Gilliam es más que un simple vocero de las necesidades de los habitantes de la cola.
El anciano también es un guía espiritual en términos tribales pues no sólo es precedido por otros sujetos de la tercera edad como si fuesen parte de un consejo, sino que detenta la condición de compás moral. Que su presencia sea venerada no sólo se debe a su experiencia y vejez, sino que está ligada a uno de los peores momentos del sector cuando recién fueron ingresados al tren tras el colapso del mundo y el inicio del congelamiento.
El caos y la violencia fue lo que se apoderó de todos los que entraron hacinados a la zona de la cola. Sin alimentos, información y ante el encierro comenzó a reinar la ley del más fuerte y las personas ante la desesperación y en el afán por sobrevivir procedieron a matar a los más débiles y comerse a estos. Cuando la masa enfurecida y hambrienta arremetió matando a una madre que procuraba proteger a su hijo recién nacido, Gilliam intervino y se mutiló dando a comer sus extremidades al grupo, todo para salvar a un bebé. Este acto desinteresado que apelaba a preservar la humanidad, pese a que esta les estuviese siendo arrebatada al ser arriados como ganado, fue seguida por otros que comenzaron a emular su ejemplo, hombres y mujeres entregaron una parte de sí por la comunidad, y este simple acto de desprendimiento hizo al grupo recuperar un sentido de unidad generando pertenencia.
El recién nacido podría decirse, simbolizaba una nueva forma de vida, una oportunidad para fundar un orden social y valores de fraternidad por preservar en este nuevo mundo. Un detalle interesante al respecto es la imagen de Cristo Crucificado en la habitación de Gilliam, a esta figura le falta un brazo como una muestra de que las enseñanzas bíblicas y mensaje de un avatar redentor como Jesucristo se adaptaron a este gesto relevante. Hay que señalar que la recuperada calma estuvo precedida por la entrega de las barras de proteína por parte de los habitantes de los vagones delanteros conduciendo a los modos de organización social que vemos como presente de la historia.
En ese presente Gilliam reconoce en Curtis a su sucesor, alaba su liderazgo y el guión nos muestra en un diálogo íntimo, el plan trazado por el joven revolucionario. Este le recuerda al viejo que todos los intentos anteriores de sedición han fallado porque no han tomado la cabeza del organismo, el motor. El que controla el motor controla el mundo, de modo que para llegar hasta allá iniciarán una revuelta inutilizando a los guardias para cubrir en un tiempo menor a cuatro segundos el recorrido de tres barreras de seguridad y así poder alcanzar los controles de toda la sección de cola y acceder a las prisiones a fin de liberar a Namgoong Minsoo (interpretado por Song Kang-ho: The Host, Sympathy for Mr. Vengeance, Parasite), experto encargado de diseñar el sistema de seguridad de todo el tren y el único capaz de deshabilitar las puertas electrónicas de cada vagón.
Nam de origen coreano y su hija, son adictos al Kronole, la droga altamente inflamable y alucinógena procesada a partir de desechos industriales que circula en todo el tren, haciendo dependientes tanto a desposeídos como a privilegiados pasajeros de los vagones delanteros. Nam y su hija Yona (interpretada por Go Ah Sung: The host, Office), acceden a ayudar a Curtis Everett a cambio de que por cada puerta abierta se les pague con droga. Nam ciertamente es un descreído de los afanes revolucionarios y se muestra como un individualista preocupado sólo por su supervivencia y la de su hija y será a lo largo de toda la cinta un contrapunto para Curtis, pues las motivaciones del revolucionario persiguen apoderarse del control de la cabeza del tren y hacer un cambio de la figura de poder y entregar el mando a Gilliam, mientras que Nam sostiene otra teoría, para el ex agente de seguridad el proceso de congelación del planeta ha comenzado a descender por tanto planea generar una explosión en la máquina, desactivar esta y escapar a la intemperie. En cierta medida, el plan trazado por Curtis resulta conservador frente a la idea de Nam de poner un alto a la máquina, desestabilizar por completo el sistema y empezar de cero un nuevo mundo en el afuera.
Demás esta decir que el cine de Bong Joon Ho consigue un equilibrio preciso entre historia y estilo. A lo largo de su filmografía nos ha deleitado con tramas cargadas de drama y fantasía, crítica social y personajes entrañables que logran desnudarnos como especie. Esto no implica en lo absoluto un detrimento en el apartado técnico y es capaz de crear momentos memorables que desarrolla en cintas de monstruos, cine neo noir o recreando puntos críticos en la historia reciente de Corea, con asesinos en serie, familias quebradas o de plano nos transporta al territorio universal de la ciencia ficción. Pienso de inmediato en la maravillosa escena de la lluvia en la recién aclamada Parasite, cinta híbrida que tiene elementos del thriller de suspenso, el drama coloquial e incluso el terror de maestros como John Carpenter.
Snowpiercer por su parte es un magnífico ejemplo de cómo este director puede adaptar un relato sci-fi y lograr escenas espectaculares y conmovedoras, por ejemplo, la lucha con machetes en el paso de Yekaterina o generar tensión, aprovechando el talento de la genial Tilda Swinton quien interpreta a un personaje que nos recuerda a otra de las grandes distopías delirantes del cine, Brazil. En esa medida no se descuida el desarrollo de personajes, el drama tras la búsqueda desesperada de los padres que motiva la revuelta y quizá uno de los puntos cruciales, la pugna de ideales y formas de enfrentar un cambio frente al sistema, esto a la luz de las convicciones de sus protagonistas Nam y Curtis, lo cual expone al espectador los principales desafíos y fracasos que debemos enfrentar como sociedad.
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Daniel Rojas Pachas (Lima, Perú, 1983). Escritor y editor chileno-peruano, dirige el sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo barroco y Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla, y las novelas Random, Video killed the radio star y Rancor. Sus textos están incluidos en varias antologías –textuales y virtuales– de poesía, ensayo y narrativa chilena y latinoamericana. Más información en su weblog.
Tráiler:
Imagen destacada: Snowpiercer (2013), del realizador surcoreano Bong Joon-Ho.