La defensa judicial del ex sacerdote católico acusado de delitos sexuales múltiples —en contra de Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Andrés Murillo, los autores de este libro—, y cuyo caso remeció a la opinión pública nacional, estuvo financiada por el multimillonario empresario Eliodoro Matte, y sus redes de protección se extendían incluso hasta el Ministerio Público, el Vaticano y mucho más allá.
Por Alberto Cecereu
Publicado el 23.3.2020
Fui un niño y adolescente profundamente católico. De misa diaria. Confesión semanal. Quise ser sacerdote. Lo pensé. Y me lo ofrecieron. Era elegido, me dijeron. Siente el llamado, mijito. Así como estuve cerca de la vocación, distintas circunstancias de la vida me transformaron, y determiné llevar una vida laica.
Cuando vi en la televisión a Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Andrés Murillo, decir lo que dijeron, no sólo admiré su valentía, sino que no me sorprendieron. No conocí a Fernando Karadima. No estuve ni cerca. Creo. Pero no me sorprendió. Me hizo sentido. Incluso, el Padre que “me había elegido” para ser sacerdote y que me hizo reflexionar sobre esa posibilidad de vida, dos años después de la explosión del caso Karadima, cayó como victimario de otra red. Red, no sólo de carácter sexual, sino también de poder, de mucho poder.
Los autores del libro Abuso y poder (Debate, 2020), no relatan los abusos. No es el tema. Si usted es voyerista y busca eso, pierde el tiempo. Lo que acá exponen, es sobre cómo la Iglesia actúa igual que un cartel criminal. Defiende a líderes, que, con el halo de la santidad en vida, son reales títeres del demonio. Así parecen comportarse, por lo menos: “Como era de esperar, el juicio canónico rápidamente me puso nuevamente en las redes de poder de El Bosque, dejando en evidencia que muchas autoridades eclesiales estaban coludidas, o al menos eran favorables a Karadima. Más aún, me daría cuenta de que sus tentáculos llegaban hasta mi lugar de trabajo”. No, no es una novela de Stephen King o una extraña película coreana. Es el testimonio de James Hamilton. Escalofriante, ¿no?
Fernando Karadima fue un líder de su comunidad parroquial. Una comunidad que se extendió más allá de la misa, del bautismo y la catequesis. Su soporte se originó en las fauces de la Dictadura pinochetista. Su existencia pervivió gracias a las redes económicas y empresariales. Su legitimidad la sostuvo un séquito de familias que estaba relacionada con una seccional política y de dinero de este país. Karadima, sin nada de este soporte, jamás hubiese existido. Direccionalmente a la sociedad endogámica, los componentes de estas familias encontraban un discurso que les permitió creer que su moral era la correcta.
Cuando las denuncias salieron a la luz pública, esas mismas familias partícipes de la Parroquia El Bosque, sintieron una especie de bombardeo. Trataron a nuestros autores, de “fantasiosos”, de “inmaduro y homosexual”, de “enfermos mentales”. La defensa de Karadima estaba financiada por Eliodoro Matte y así, las redes católicas se extendían incluso hacia la Fiscalía Nacional, el Vaticano y más allá. Porque tengo la sensación, que, a pesar de todo, jamás sabremos los detalles más escabrosos de la trenza de este poder perverso. ¿A quien llamaron? ¿Qué dijeron? ¿Cuándo no escribieron desvergonzadas cartas, qué dijeron en los cócteles y sobremesas?
Este libro es fundamental. Un testimonio, a tres voces que se intercalan, y relata el sufrimiento por el sólo hecho de exigir verdad y justicia. Habla sobre cómo una comunidad —y no solo la comunidad, sino que Chile entero— caracteriza a la víctima como enemigo. Esa víctima es rechazada, expulsada y aniquilada socialmente, lo que provoca que esa multitud, se sienta liberada. Son capaces de hacer el sacrificio, para purificar las escisiones. Chile, ha tenido que enfrentar esa disyuntiva. ¿Caracterizamos a José Andrés, James y Juan Carlos como nuestros enemigos? ¿O realmente llevamos a la justicia no sólo a Fernando sino a todos los pastores terribles que esconden el peor de los lobos debajo de su piel de oveja? Al final del día, cuánta razón tenía Caifás, cuando dijo: “Mejor es que muera un solo hombre a que todo el pueblo perezca”. Porque también hemos señalado a Fernando Karadima, como nuestro Barrabás. ¿Pero qué pasa con sus cientos de feligreses que callaron? ¿Los obispos que participaron de esa trenza de poder? ¿Cardenales, los miembros de la Curia Romana? ¿Las familias y financistas? ¿No son ellos, también, victimarios?
Tengo dudas de si nuestro país se ha purificado de todos estos crímenes. Creo que no. Y este libro, nos ayuda a pervivir esta memoria. En el Evangelio de Juan, Jesús les habla a los que están escandalizados. Imagino a Jesús hablándonos y decir: «Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que él me ha enviado. ¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi Palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira.» (Juan 8, 42-44)
Imprescindible lectura para estos días de cuarentana. Libro sin rencores. Con transparencia y autenticidad. Como cuando Jesús expulsó a los mercaderes del Templo.
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Alberto Cecereu (1986) es poeta y escritor, licenciado en historia, licenciado en educación, y magíster en gerencia educacional, además de redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Crédito de la imagen destacada: Random House.