A partir de la novela «Mecanoscrit del segon origen» de Manuel de Pedrolo, el también catalán Carles Porta —quien sustituyó al mítico director Bigas Luna por fallecimiento— realizó esta película de ciencia ficción con profundo simbolismo. Se trata de una historia sobre la génesis de una nueva humanidad que dará a luz Alba, una mujer de gran corazón —junto a Didac, un niño que crece a su lado—, tras la práctica aniquilación de nuestra especie.
Por Jordi Mat Amorós i Navarro
Publicado el 25.3.2020
«La regeneración es la posibilidad de que todo sea siempre nuevo en el ahora, de que la existencia sea Real y no un vago teatro de sombras indeterminadas y fluctuantes».
Federico González Frías
«La Vida no muere».
Vedas
Preliminar
Para aquellos lectores que no hayan visto este filme y quieran hacerlo: quizás sea mejor leer este artículo tras su visionado dado que en él se explican detalles esenciales de su argumento (incluido el final).
Destrucción
La obra se ubica en Catalunya en un pasado reciente. Alba (Rachel Hurd-Wood) vive en el campo leridano con su padre, un estudioso de la Naturaleza que investiga el cambio climático: “si cuidas a la Naturaleza, ella te cuidará a ti”, le dice a su joven hija. Y se nos muestran abejas muertas en el suelo junto a los árboles en flor, las abejas muertas como imagen de nuestro descuido colectivo.
Didac (Andrés Batista) es un chico de raza negra al que le encanta jugar al fútbol, lo vemos chutando una pelota vestido con la camiseta de Messi el ídolo de su amado Barça. A pesar de que él se siente catalán sufre el acoso de otros muchachos, el acoso a la diferencia —género, raza, posición social…—, dentro de una misma especie o el descuido a nuestra propia Naturaleza que es rica y diversidad.
Y la Naturaleza que parece estar ya harta de tanto descuido, de esa desconexión de tantos humanos, de esa falta de conciencia y empatía. Ese estar harta se nos muestra en descargas electromagnéticas en el cielo a modo de inquietante tormenta seca. Los animales están nerviosos, la perciben como amenaza.
Pero no los humanos, siempre atareados en sus asuntos… Didac se encuentra junto al río rodeado por esos chicos inconscientes cuya diversión es hacerle la vida imposible, lo agarran y lo lanzan al agua conscientes —de eso sí que son conscientes— de que no sabe nadar. Afortunadamente Alba lo ve y decidida se tira al río en su ayuda.
Y como si esa afrenta a la diferencia de color fuera la gota que hace rebosar el vaso, el fenómeno electromagnético en el cielo se intensifica. En la que quizás es la más bella escena del filme se nos muestra cómo Didac se hunde entre la vegetación acuática, su balón asciende en flotación, Alba cual sirena con su larga cabellera ondeando y los rojos de esa misteriosa luz que penetran con fuerza en las aguas. Ella lo saca a flote, lo ha salvado pero todo ha cambiado, todo está en llamas, todo a su alrededor es destrucción y muerte.
Regeneración
El estar sumergidos en las aguas les ha salvado a los dos, ha salvado a la salvadora y al salvado. ¡Cuánto simbolismo en esta salvación!, las aguas de los tiempos, las aguas como medio fetal, las aguas de la purificación/bautismo. Y el rojo fuego de la sangre del dolor y la pasión, también de la purificación, de la regeneración… Alba y Didac en ese sumergirse en aguas rojas renacen. Alba y Didac, en ese orden puesto que es ella la valiente heroína, la más adulta, la de mayor conciencia/experiencia y la que tiene capacidad de albergar en su vientre materno la nueva Vida. Alba y Didac como la pareja primigenia del segundo origen, de la regeneración. Regeneración que se produce anteponiendo a la mujer, anteponiendo a la Naturaleza femenina; porque la Naturaleza es fundamentalmente femenina.
Los dos se dan cuenta de que quizás sean los únicos supervivientes y esa conciencia hace que se establezca un vínculo muy fuerte entre ambos. Viven en la cúpula taller del padre, una construcción armónica que resistió a la catástrofe. De alguna manera los dos viven bajo el amparo de ese hombre al que Alba espera encontrar, un hombre en armonía consigo mismo, con el medio. Allí están cobijados rodeados de libros, beneficiándose de la instalación solar y del huerto junto al río; todo como el reflejo/legado del padre que la inspira y le da fuerza. Alba quiere ir a la gran ciudad —a Barcelona— para buscarlo y a la vez averiguar si queda algún otro superviviente, pero decide esperar…
Alba cuida a Didac, un niño que como tal tiene miedo la oscuridad. Ella es la Luz que deshace esa oscuridad (ese miedo a lo desconocido), ella le da seguridad, ella es todo corazón (es Amor) que emana paz simbolizada en la bandera blanca que ondea bien visible en el hogar. Alba es ahora la madre de Didac, ambos vienen a ser las figuras míticas de la virgen y el niño de tantas tradiciones que en el cristianismo ostentan María y Jesús.
Un niño que crece —pasa el tiempo— y se convierte en hombre (encarnado ahora por Ibrahim Mané). Didac —consciente del acoso vivido siendo niño— siente la necesidad de preparase para defenderse de posibles amenazas. Alba confía (la bandera blanca) y Didac lo acepta aunque “por si acaso” practica con armas. En esa necesidad de proteger está también la expresión de su Amor adolescente, Didac se siente atraído por aquella bella mujer antes madre. Y a Alba le ocurre lo mismo con su hijo. Su Amor rotundo pero desigual por la dependencia filiar evolucionará/mutará en Amor total/carnal entre adultos autosuficientes.
Alba decide salir hacia la gran ciudad gracias a que Didac ha logrado poner en marcha un tractor. Con él los dos llegan a la Barcelona desolada, se nos muestran imágenes que impresionan como la de su vehículo sobre el pavimento de la rosa de los vientos en la plaza Catalunya o las del estadio Nou Camp derruído donde Didac juega a ser Messi.
Y allí Alba siente deseo por él, y allí mismo bajo la noche ella lo besa y hacen el Amor. Alba en su desnudez compartida se pregunta si serán los únicos con Vida (a nadie han encontrado): “¿y si nosotros fuéramos los primeros de la nueva humanidad? Deberíamos tener hijos”, concluye. En ese instante ella se da cuenta de que su papel ya no es el de la madre virgen María sino más bien el de la Eva primigenia que junto al Adán que fuera niño, Jesús, conforman la pareja original del renacimiento humano. Ellos a pesar de tanta devastación, a pesar del dolor por tantas pérdidas son felices en el Amor que comparten, que encarnan. Y de ese Amor confían que nacerá un mundo mejor.
Alba está embarazada, hablan del nombre y escogen el de Kai (Mar en Hawaiano) por ser válido tanto para mujer como para hombre. Simbólicos los nombres: Alba cuyo significado es el Sol naciente y el color blanco de la paz, Didac que nos remite al aprendizaje/conocimiento humano y Kai o la mar que es el medio donde se genera la Vida. Potente tríada primigenia para un mundo nuevo.
Simbólico también es su dar a Luz, Alba da a Luz de noche a la luz de las velas y una hoguera en un porche de caravana camping, casi al aire libre junto al Mediterráneo barcelonés. Y la bella escena de los padres en la cama con Kai entre ellos, el niño encaramado a Didac, quien en su satisfacción compartida le dice a ella que es la mujer más increíble del mundo y Alba satisfecha responde: “eso no es muy difícil”, sonríen.
Del hogar junto al río al hogar junto a la mar, un tránsito de aguas menores a aguas mayores que interpreto como imagen de la grandeza de la obra que han emprendido.
Y aparece un hombre (el veterano Sergi López) del que no sabremos nombre, lo entiendo como forma de simbolizar que no merece ser nombrado. Viene de una isla, vive allí solo, al cargo de una granja de abejas y animales. Parece amable pero sus intenciones no lo son. Su llegada pone en alerta a Didac, más aún al ver cómo Alba en su gran corazón confía en él.
Durante su corta estancia lo vemos ayudar a Didac en su huerto hablando con pasión de cómo hacer bien una zanja ensuciándose las manos con la tierra, Alba lo observa recordando al padre en la última imagen que de él tiene, ella —escrupulosa entonces— le rechazó con un: “tienes las manos sucias”. Evocación que se repite cuando ese hombre le ofrece miel de sus abejas, al padre le encantaban esos sensibles insectos.
Tanta complicidad incomoda a Didac, el hombre es consciente de ello y decide regresar a su isla. Pero antes les invita a pasar la noche con él en su embarcación lo que provoca una discordancia en la pareja, pero como siempre Didac cede al deseo de su amada. Allí les sorprende con una proyección cinematográfica. Es bella la imagen del barco cuya vela es la pantalla en la noche estrellada y la mar como espejo. Les proyecta distintas escenas de parejas en las que el hombre busca a la mujer, todo un mensaje de lo que es su objetivo. Así, al amanecer pone rumbo a su hogar y lanza a su competencia al agua. Didac —que no sabe nadar— nuevamente al agua.
Y nuevamente Alba se lanza a su rescate, los dos a flote observan como ese hombre que no merece ser nombrado se aleja con su hijo. Logran llegar a la orilla y descubren cuál es la isla. A bordo de otra embarcación ponen rumbo a Menorca donde lo localizan, tiene a Kai llorando encerrado en una jaula. Pero el hombre acaba desbaratando sus planes de rescate y los reduce, aunque Alba logra ser liberada engañándole ofreciéndose como mujer y madre amamantadora.
Es significativa la escena en la que el hombre frena el impulso de Alba para alimentar a su bebé, le dice: “espera, ha habido veces que me he quedado un rato escuchándole, ¿te das cuenta de la cantidad de Vida que hay en ese llanto?, es como música”; o la fascinación por el dolor propio o ajeno que refleja una personalidad enferma. Y como triste colofón justifica el tenerlo encerrado bajo llave: “es un tesoro y a los tesoros hay que protegerlos” o el egoísmo del “mi tesoro” encerrado que es la antítesis del Amor que siempre es compartir.
Alba aprovecha un descuido del raptor para huir con Kai. Y a pesar de su convicción no violenta se muestra valerosa disparando a ese innombrable que un Didac herido de muerte remata degollándole. Es bella la trágica escena en la que coge a su «hijo» besándolo y calmándolo, es su último acto —acto de Amor— antes de caer muerto. De noche, Alba entrega su cuerpo a la mar.
Permanencia
Han pasado unos años, de nuevo en el campo familiar. Los árboles en flor, la cigüeña que acude a su alto nido… Y Kai jugando a la pelota como hacía su padre. Lo vemos también junto a Alba mirando vídeos de Didac en su tránsito de niño a adulto, de la pareja queriéndose, de él bebe en su cama…
Y la película concluye con Alba hablándole a Didac, afirmando que Kali se parece mucho a él: “a menudo me pregunto qué hubiéramos hecho los últimos días de haberlo sabido, seguramente cada día te hubiera dicho te quiero, ahora se lo digo a Kai, sé que estará orgulloso de saber que su padre se sacrificó por el futuro y lo prepararé porque nuestro Amor será la semilla del segundo origen de la humanidad”, lo dice mientras vemos a madre e hijo de espaldas junto a sus bicicletas en un camino entre árboles floridos. La belleza del Amor, el Amor entre opuestos (mujer/feminidad y hombre/masculinidad, luz y oscuridad simbolizados aquí en tez blanca y tez negra), el Amor a lo largo de los tiempos (simbolizado por los tres hombres a quien Alba ama: el padre, Didac y Kai), el Amor que es permanencia.
Extraterrestres y pandemias
En la novela de Pedrolo son los extraterrestres a bordo de sus platillos volantes los que atacan a la humanidad. Sin embargo el guión del filme —firmado por Bigas Luna y Carles Porta junto con Carmen Chavez, David Victori, Marcel Barrena y Laia Gil— opta por dejar la autoría abierta a la interpretación del espectador, solo aparece al inicio un póster tras Didac niño en el que vemos un platillo volante con el lema I want to have faith (Quiero tener fe).
Significativo lema que entiendo nos remite a la necesidad humana de recuperar la confianza en que hay algo más, aquí proyectada en un desconocido externo: los extraterrestres. Un desconocido que cómo suele suceder con todo aquello desconocido vivenciamos como amenazante imaginando que nos puede conducir a la aniquilación, así se plantea en la novela original.
Pero la revisión que supone el guión de la película —revisión hecha a principios de este siglo, unos treinta años después de que Pedrolo escribiera su obra— como se ha comentado traslada ese desconocido a nuestra relación con el medio en el que vivimos, con nuestra Tierra. Y en esa mutación de actor, los extraterrestres somos nosotros por nuestro común “vivir” alejados del pálpito del planeta al que pertenecemos, de la Vida.
Afortunadamente cada vez somos más los que vamos “dándonos cuenta” de que no hay que mirar tanto a fuera buscando chivos expiatorios y sí que hay que mirar mucho dentro iluminando nuestra oscuridad. La amenaza está en nosotros, de cada uno de nosotros depende tomar conciencia de nuestra responsabilidad en lo que ocurre en nuestro planeta común. Ese Quiero tener fe lo entiendo como un quiero tener fe en mí, en mi familia, en mis amigos, en mi comunidad y por extensión en todos nosotros los humanos. Recuperar la confianza en nosotros mismos como individuos afortunadamente diferenciados y como colectivo ricamente diverso. Un mensaje implícito en la película y que es bálsamo en tiempos de cambios, de incertidumbre como los que vivimos inmersos en esta inesperada pandemia global. La pandemia global como puerta a la regeneración por el Amor, ojalá sea así.
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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.
Tráiler:
Imagen destacada: Segundo origen (2015), de los realizadores Sergi Lara y Carles Porta.