En mi crónica de la semana pasada —donde denuncié la nefasta anti-política cultural de Evópoli en el Gobierno del país—, omití recomendar los siguientes títulos de libros, destinados a capear la borrasca y el tedio: «Trópico de cáncer» de Henry Miller, «Justine» del marqués de Sade, Julio Verne, todo Salgari, Alejandro Dumas, Albert Camus y Joseph Conrad.
Por Walter Garib
Publicado el 6.4.2020
Hoy por hoy constituye una proeza vivir recluidos en nuestras casas. El coronavirus, cuya nacionalidad se la disputan los imperios, llegó a demostrar cuan frágil es el concepto de libertad. Tiene hechuras de tirano, aunque demuestra cierta cortesía. Cualquier tipo de encierro, voluntario o forzado, agrede nuestra autonomía. Si queremos salir de casa debido a una urgencia, es preciso usar mascarilla, no capucha por razones obvias. Ayer, como quería ir de compras y no tenía mascarilla, me puse un sostén de mi amada —el brassière, como dicen las siúticas— con las copas sobrepuestas.
Hay monjas y sacerdotes que permanecen confinados de por vida en conventos, monasterios y cartujas, dedicados a rezar, sometidos a una existencia de perpetuo silencio. A ellos, de seguro, no los va a contagiar el coronavirus, epidemia más bien mundana. Aquí no están quienes guardan silencio sepulcral, cuando habla el jefe. Los curas que en este otoño ofician misa en las parroquias, tienen al monaguillo y al sacristán, como únicos feligreses. ¿A dónde fue a refugiarse la grey?
A nuestra América, llegaron los europeos trayendo el tifus, el sarampión, la viruela entre otras pestes. En los barcos de la conquista, en calidad de pasajeros clandestinos o polizones, venían también las ratas, originarias de Asia, obsequio de las milenarias culturas de la India y Persia. Obsequios envueltos en papel de regalo, destinado a equilibrar las epidemias entre oriente y occidente.
Todo esto se recuerda en una época, donde el mundo vive en ascuas, a saltos de mata, perseguido por un virus asiático. Y de ser esto una bicoca, la mayoría de nuestro país, se ve acosado por la usura y el lucro de los bancos, las casas comerciales y las tenebrosas isapres, las AFPs, dueñas del país e inmunes a la pandemia. Son los únicos vacunados y después del pánico, saldrán a recoger los frutos. Pingües cosechas los espera. Aquellas lejanas pestes de la Edad Media, parecen ser fantasmas olvidados y de pronto, la pandemia golpeó la puerta de nuestras casas.
En una crónica anterior, comentaba los libros preferidos, que leo y releo y la música que suelo escuchar, mientras escribo. Como vivimos en un país, donde la vulgaridad suele situarse por encima de la excelencia, surgen opiniones de diferentes grupos, encargados de recomendar cómo se debe vivir esta emergencia sanitaria.
Me sorprendí al leer en un matutino, una entrevista que se realizó a escritoras y escritores de nuestro ámbito literario, donde se les consulta, cuales libros recomiendan leer durante estos días de cuarentena. ¿Qué dijeron encerrados en sus torres de marfil? Negarles el sentido del humor, después de leer sus respuestas, la capacidad de querer demostrar sabiduría literaria, sería injusto. He aquí los títulos sugeridos para morigerar el tedio: La Ilíada de Homero, Las palmeras salvajes de Faulkner, En busca del tiempo perdido de Proust, Anna Karenina de Tolstoi y Casa de muñecas de Ibsen. Esta última es una obra de teatro y quizá quien la recomienda, ha pensado que se pueda leer y representar en familia. Consultada Diamela Eltit sobre el tema, recomienda la novela María nadie de la chilena Marta Brunet y con ello, se desmarca de la frivolidad literaria del grupo.
Leer estas catedrales de libros sugeridos, murallas de segregación, la Cordillera de los Andes sobre nuestras espaldas o piedras de molino atadas al cuello, puede llevar al lector a enfermarse de hipocondría. Como vive temeroso de adquirir el coronavirus, quizá se ponga a leer el libro de los Números de la Biblia. Consultado un escritor, alejado de estos litorales a punto de secarse, pues dejaron de ser nuestros hace años, cuál de sus novelas recomendaba leer, respondió: “Una que todavía no pienso escribir”.
En mi crónica de la semana pasada, omití recomendar los siguientes títulos de libros, destinados a capear la borrasca, el tedio y el esplín inglés: Trópico de cáncer de Miller, Justine del Marqués de Sade, Julio Verne, todo Salgari, Alejandro Dumas, Albert Camus y Joseph Conrad. Si usted en cambio, acoge la recomendación de nuestros literatos, bien puede contagiarse de melancolía y yo ignoro la medicina para combatirla. A no ser que se lean ellos mismos.
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Walter Garib Chomalí (Requínoa, 1933) es un periodista y escritor chileno que entre otros galardones obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Santiago en 1989 por su novela De cómo fue el destierro de Lázaro Carvajal.
Imagen destacada: El escritor y filósofo francés Albert Camus (1913 – 1960).