Estrenada en Sudamérica durante el reciente mes de marzo y poco antes de desatarse en nuestros países las cuarentenas masivas detonadas por la pandemia del Covid-19, la cinta del realizador estadounidense es una pieza audiovisual bastante lograda en sus aspectos técnicos y formales, y que asimismo, sostiene su valía artística en las excelentes interpretaciones actorales de su trío protagónico: Mark Ruffalo, Anne Hathaway y Tim Robbins
Por Horacio Ramírez
Publicado el 7.4.2020
Olvidemos el título de comercialización en español y dediquemos la atención a la oscuridad como tema, presente ya en el título original de la película y que no ofrece ninguna dificultad de traducción: el tema de Dark Waters (Aguas oscuras, 2019) , de Todd Haynes (1961), es la oscuridad… siendo el agua, su metáfora guía.
Lo oscuro se define por la luz y la luz se define por sí misma. Este es, desde antaño, un problema teológico y lógico bien claro: la oscuridad no es por sí misma… sin embargo, y paradójicamente, en el mundo de lo humano nada “no es”. Para nuestra mente —único recurso que desde nuestra biología tenemos para relacionarnos proactivamente con el entorno—, nada puede “no ser”. Vemos la oscuridad, no es invisible: que no veamos las cosas que en ella se guarecen no quiere decir que la oscuridad no se vea. Esto no es un juego gratuito de palabras: la verdad psicológica que se esconde tras la luz y la tiniebla es que en la luz, la conciencia devora al pensamiento, mientras que en la oscuridad, los pensamientos devoran a la conciencia… y en esa oscuridad, la realidad se convierte en espectral cuando ya no es respuesta a la autonomía de la luz, sino que termina siendo, con el paso excesivo del tiempo, un estilo de vida, una realidad irrebatible, imbatible, indiscutible. Un límite infranqueable que se acepta mansamente como límite de lo real. Y cuando nos acostumbramos a la oscuridad, la oscuridad se vuelve invisible.
Pensemos en la tenebra de una trama kafkiana de abogados, instancias judiciales y un hecho que ha afectado y afecta hoy, a casi toda la población mundial que fue envenenada por un coloso de la industria química como DuPont y en la que nadie repara: ese es un ejemplo de oscuridad invisible. Un veneno que no se puede eliminar del cuerpo por ninguna vía metabólica o química. La oscuridad está ahí y no se la aprecia porque se ha acostumbrado la vista. Ahí está Palas Atenea entre los griegos, naciendo de la cabeza de Zeus como diosa de la Razón y la luz, la episteme que con orgullo manejó Occidente, pero entre cuyos atributos simbólicos destaca el mochuelo, una pequeña lechuza: es que la diosa de la luz y la claridad de la Razón debe aprender a ver en la tiniebla.
Dark Waters busca llamar la atención para que iluminemos nuestra sombra a través de lo que vivió y vive el abogado Robert Billot (Mark Ruffalo) quien —a partir de la denuncia de un simple granjero— vio la oscuridad al final del túnel de luz del colosal complejo económico y judicial americano. Complejo cuyas anastomosis con múltiples capitales mundiales lo vuelven un cáncer sin principio ni fin, un ser sin sistema nervioso que pueda ser decapitado y sin extremos de donde se lo pueda controlar. Los hechos incuestionables poco valen para el que lo es todo en el discurso social aceptado. La ciencia y la verdad siempre han ido de la mano como grandes benefactores de la Humanidad, pero, ¿son la ciencia y su verdad algo infalible? Dijo Robert Milliken, Nobel de Física 1923: “No parece que el hombre pueda jamás dominar al poder del átomo». Por su lado, dijo el astrónomo Dr. F.R. Moulton, de la Universidad de Chicago en 1932: “No hay esperanza alguna para la fantasiosa idea de alcanzar la Luna a causa de la barrera insuperable de la gravedad terrestre” y Antoine Lavoisier —el “padre de la Química moderna”, en el siglo XVIII— despachó despectivamente a unos campesinos que le llevaban rocas meteóricas en sus manos: “No caen piedras del cielo…”. Y la lista de papelones similares es inagotable.
Falacia ad verecundiam
Durante la inauguración de una sección nueva en la planta de DuPont en Berazategui, provincia de Buenos Aires —distrito donde yo ejercía como periodista—, uno de los directivos y amigo personal, me confía off the record una suerte de secreto que todos sospechábamos: que el relato del Cloro-Flúor-Carbono (CFC) y su efecto destructor de la capa de ozono que nos protege de los rayos ultravioletas del sol, era un cuento químico pagado por la DuPont y tres empresas asociadas, entre ellas, 3M (hoy muy criticada en los EE.UU. por su inescrupulosa exportación de barbijos y respiradores), todo nacido de la necesidad de prolongar, al amparo de la política internacional, el monopolio de la firma en la fabricación del freón (basado en el CFC) hasta que la propia DuPont pudiera reemplazarlo adecuadamente y seguir teniendo el control de la fabricación de refrigerantes.
Una mentira global que se redimensionó, años después, con el calentamiento global, primero y con el cambio climático (como si la esencia del clima no fuera el cambio), después. Siendo Premio Nobel en 1995, Frank Sherwood Rowland, junto a Mario Molina y Paul Crutzen sembraron la semilla del miedo al agujero de ozono que germinó —a escala mundial— en beneficio de la DuPont y su triplete de asociados. ¿Iba a ser algo diferente con el conocimiento que DuPont tendría acerca de tóxicos que se vertieran sin control aun, conociendo su condición de venenos cancerígenos y teratológicos? Baste recordar al vulcanólogo francés, ex ministro de Grandes Riesgos Naturales y Tecnológicos de Francia y director del Centro Nacional de Investigación Científica, Haroun Tazieff, comentando acerca del Nobel de Química del 95 otorgado a Rowland: “Es muy lamentable comprobar la velocidad a la que está desapareciendo la honestidad científica.” (Recordar que el Nobel le significó a modo de “pago” para Rowland, ser presidente de la Academia Americana de Ciencias).
En Dark Waters se denuncia precisamente esta falta de honestidad extendida a todos los niveles del poder económico y político, amparado por batallones de abogados y la admisión universal del valor “incontrovertible” de la autoridad científica por parte de la opinión pública. Esta aceptación sin cuestionamientos es lo que se conoce en lógica como falacia ad verecundiam o también falacia de autoridad: si lo dice un señor de guardapolvo blanco, anteojos y junto a un microscopio, estamos más que dispuestos a creerle sea lo que fuera aquello que diga… y, de hecho, la sociología ha mostrado que cuanto más grande es la mentira que se dice, a partir de esta falacia lógica más dispuesto se estará a creer en ella.
Robert Bilott (Mark Ruffallo) es un abogado ambientalista de Cincinatti, Ohio, que trabaja para el bufete de abogados Taft Law, uno de los tantos estudios jurídicos dedicados a defender los intereses de las grandes empresas, siendo DuPont una de las corporaciones de la industria química más importantes y poderosas del mundo con quienes estaban asociados. En 1998, Bilott decide ayudar a un granjero tosco, térreo, de Virginia Occidental (West Virginia), Wilbur Tennant, interpretado espléndidamente por Bill Camp (y hay que oírlo en el original, con su inglés a media lengua, marcando la rudeza de un campesino cerril viviendo a unos pocos kilómetros de Washington DC).
Cuando Bilott visita a Tennant en su granja de Parkersburg —atraído porque menciona a su abuela—, le cuesta poco comprobar el daño que la empresa que su bufete representa, había provocado en el área, contaminando el río, la atmósfera y, especialmente a través de las aguas subterráneas y suelos, y con ellos, el agua potable. Tennant había sacrificado casi todo su ganado y hasta él y su mujer terminaron con cáncer. Por sus reiterados reclamos, Wilbur recibirá en su granja a representantes de la Agencia Federal de Medioambiente, que en connivencia con DuPont confeccionarán un informe adverso, haciendo de Tennant responsable de la muerte de sus vacas por desnutrición, atención veterinaria insuficiente y falta de control de pesticidas.
Pero Haynes registra con crudeza documental las calles desoladas y tristes de la ciudad, los barriales alrededor del río y a través de tomas cenitales, la arruinada granja de Tennant. Todo luce opaco y carcomido: niños con dientes ennegrecidos por el exceso de flúor en el agua de la que beben y el comportamiento anormal y peligroso de los pocos animales que Tennant tenía todavía en pie. A partir del escándalo de las denuncias y de los litigios, muchos de los empleados de la planta perderán sus fuentes de trabajo y lo harán responsable al mismísimo Bilott por sus denuncias y reclamos contra la empresa DuPont, que en definitiva es, prácticamente, la única proveedora de empleos en la ciudad. Con el apoyo del socio gerente Tom Terp (Tim Robbins), se inicia la demanda contra DuPont. David contra Goliat.
Lo que Bilott logra imponer es la conciencia pública del hecho de que el teflón de DuPont —con base en un compuesto llamado politetrafluoroetileno— estaba directamente ligado al peligro del cáncer y diversas deformaciones anatómicas congénitas. Gracias a su espíritu incansable —casi elemental en sus motivaciones de acción— Bilott logra que DuPont acceda a llevar adelante un estudio médico, inédito por la magnitud (unos 69 mil casos: hasta la fecha el más grande la Historia) realizando un análisis de tóxicos en sangre a cada uno que se presente y dándoles como estímulo una suma de dinero, porque se descontaba que la gente de Parkersburg no podía aceptar que la empresa que les daba de comer con sus sueldos, pueda ser culpable de algo tan nefasto.
Bilott debe sufrir progresivos recortes de su sueldo en el bufete, ya nadie lo busca como abogado y es mal recibido hasta en el pueblo. Su situación se despoja cada vez más de su rol de eventual héroe. Y en este sentido, hay dos momentos profundamente emotivos en la película que conviene destacar: cuando Terp le recrimina a Bilott el curso que estaba teniendo el proceso a la DuPont —su prolongación en el tiempo y el riesgo económico que el bufete estaba corriendo—. Allí se luce Ruffalo en la evolución emotiva de su actuación, bajo un angustiante acoso de primeros planos de Haynes que culminan en un breve plano italiano antes de caer víctima de una isquemia temporaria por el stress. Ya en el hospital, se asiste al segundo momento con Terp y Sarah, la esposa de Bilott: ella le reclama que no lo haga sentir “como un fracasado”, siendo una instancia clave del guión porque ahí ella explica la simple pero conmovedora psicología de su marido.
Tras siete años, recién en el 2011, el análisis de los miles de casos comprobará el vínculo entre el PFOA y —entre otros males— el cáncer de riñón y testicular, la ulceración del intestino grueso, elevaciones anormales del colesterol y afecciones tiroideas, además de los casos teratológicos (uno de los afectados, Buck Bailey tiene un breve papel sobre el final). Por lo que finalmente DuPont accede a indemnizar a los damnificados y a costear sus tratamientos médicos, además de hacerse cargo del reemplazo de todos los sistemas de agua potable de las ciudades en las que se registraron casos de enfermedades. Económicamente no era nada para la empresa, por supuesto, pero lo verdaderamente aterrador es saber que hoy —aún teniendo sartenes y otros utensilios con teflón en nuestros hogares— tanto DuPont —como la 3M— siempre supieron del carácter altamente tóxico de los compuestos matrices del teflón, y que encima lo supieran desde un comienzo por los problemas de salud que sufrían sus propios trabajadores, todos vecinos de Parkersburg, tanto directamente en las líneas de producción como indirectamente a través del ambiente general.
Por otra parte, y por increíble que parezca, DuPont realmente ofreció en los 60 —y tal como se relata en “Dark waters”—, a algunos de sus empleados cigarrillos recubiertos con teflón como un experimento humano (al mejor estilo Mengele) para saber sobre los posibles efectos secundarios del material anti adherente producido por el PFOA. Y tal como señalaron los científicos de la compañía en documentos internos, presentados como prueba por Bilott, se afirmaba que “nueve de cada diez personas en el grupo con la dosis más alta estuvieron notablemente enfermas durante un promedio de nueve horas, con síntomas parecidos a la gripe, incluyendo escalofríos, dolor de espalda, fiebre y tos». Sin embargo, Bilott descubre al mundo que nunca desistieron en cambiar el sistema de producción o tomar medidas de protección ambiental adecuadas dentro y fuera de la planta, en una más que evidente acción criminal.
Lo cierto es que la presión de los consumidores y las diferentes administraciones han ido en la dirección de forzar a la industria de las sartenes, ollas, etcétera, a prescindir del teflón y desde el 2017 está oficialmente prohibido su uso en la Unión Europea. En los EE. UU. empezó a reducirse su uso en el 2000 y se observó, ya en el 2008, un descenso de los niveles plasmáticos de PFOA entre los donantes de Cruz Roja. Dicho tóxico no viene sólo de las sartenes, sino también de las múltiples cosas en las que se empleaba el PFOA (cubiertas de aviones, alfombras, mouse-pads, etcétera). La cuestión es que hoy, el 99 por ciento de la Humanidad (es decir, todos los que leemos esto) y casi el 100% de los estadounidenses tiene la sangre contaminada con esta sustancia.
Ruffalo (actor principal y también productor) se había sentido atraído por la historia al leer un artículo del New York Times del 2016, escrito por Nathaniel Rich bajo el título: “El abogado que fue un dolor de cabeza para DuPont”. Pero que fue nada más que eso: un dolor de cabeza que pronto se quitó con unas ligeras pérdidas en cuanto a ganancias y no pérdidas netas. Sin embargo, Dark Waters logró imponer la verdad de la lucha y se suma a la campaña para quitar el producto de sus aplicaciones peligrosas para las personas.
Dark Waters encontró en Haynes la solidez formal de una roca sin aristas. Es una película sólida y dura. Como si hubiera sido guionada por abogados, no dejando nada donde poder objetarle algo. Todo en ella sirve al conjunto: no hay escenas de relleno ni excesos de virtuosismo: apenas una cámara inclinada 90º en una toma y nada más. El resto es relato puro y clásico, una presentación descansada para el espectador que se concentra en el problema que se quiere presentar. La batalla legal en las cortes —y a pesar de ser “una de abogados”— está reducida al mínimo ya que el personaje de Ruffalo no es un héroe de valentía y verborrea: tiene miedo, angustias. En un momento, y temiendo represalias, presintiendo fantasmales siluetas en un estacionamiento vacío, encender el motor del auto se transformaba en un acto de valor que, sumado a las diferentes luchas y recriminaciones de sus compañeros, lo llevan al deterioro en su salud.
La puesta en escena es precisa para mostrarnos el modo en que todo se va enfangando y donde cada avance va quedando en la nada. Sólida en todos los frentes, Aguas oscuras ni siquiera busca destacarse en los efectos especiales que Haynes utiliza para conseguir atmósferas y que pasan desapercibidos. Vale la pena verla para apreciar las excelentes actuaciones, no sólo la del nombrado Ruffalo, sino también las de Anne Hathaway y Robbins junto a los breves pero densos y sensibles momentos de Bill Camps… Pero, insistimos, es Ruffalo quien se carga el filme al hombro.
Dark Waters no aporta nada nuevo, no es una cinta revolucionaria, pero está bien hecha en todos los sentidos —lo cual está muy lejos de ser poco— y sobre todo invita a reflexionar acerca de esta oscuridad que nos invade; oscuridad líquida que se vuelve inasible, incomprensible, pero que a la vez tomamos como la luz invencible del poder, del dinero, del lujo y la ciencia.
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Tráiler:
Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad -el Dr. Héctor Blas Lahitte- que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.
“La religión -el mal llamado ‘mormonismo’- terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura -realicé varias exposiciones colectivas e individuales- me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.
“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.
Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.
Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.
Imagen destacada: El precio de la verdad (2019), de Todd Haynes.